Leyon visitó a lord Turkon Gers (el hermano de la antigua emperatriz Markadia IV del Kaikar) en los calabozos, interesándose por su estado. Robeld de Baun había obedecido y había acabado con los duros castigos infligidos al príncipe kairk. Éste se mostraba reposado y repentinamente envejecido, escribiendo poesía y dejando pasar los días; Leyon sintió algo de compasión por él. Desde luego, ya no parecía un peligro.
Demetrius visitó a los bardos, a Jonás, Hoid Bexer y compañía, en busca de más información sobre los Hijos del Abismo, hermandad de la cual habían visto adeptos en el campo de batalla de Ercestria, con libros en las manos e invocando criaturas demoníacas. Poniendo en común viejas historias, dedujeron que el centro de operaciones de los Hijos se encontraba en la ciudad de Andron, en la región de Irgem, donde se había generado el "invierno eterno" hacía un par de centurias. El Libro de Marenthelos era el objeto más preciado por los Hijos del Abismo, capaz de derribar las barreras con las dimensiones demoníacas y permitir controlar a los seres que pudieran cruzarlas. El Libro de Aringill, que el grupo ya había poseído en el pasado, se oponía al primero aunque no sabían de qué manera exactamente. Se suponía que los ángeles acudirían a su llamada, pero era algo de lo que Demetrius dudaba ahora que tenía algunos conocimientos sobre la Esfera Celestial y los avatares.
A media mañana recibieron la visita de tres extraños, que se presentaron como enviados del reino de Sermia. Ya a solas en un reservado, los tres sujetos adquirieron sus verdaderas identidades. Previamente habían avisado al grupo de que no estaban allí para hacerles daño. Se trataba de tres de los apóstoles de Trelteran, Efeghâl, Elgenor y Durgon. Habían venido para pedir ayuda para recuperar a su señor, Trelteran, ante la estupefacción de todos los presentes. Al parecer, el poder de Mandalazâr había hecho efecto sobre el kalorion, que ahora se encontraba en una especie de no-vida, perdido en los intersticios de la Música Primordial. Los apóstoles temían sufrir un ataque por parte de Urion, Khamorbôlg o la propia Selene, y no habían tenido más remedio que acudir a la fuente del problema, a Demetrius, que quizá supiera cómo ayudarles. Una larga discusión se desencadenó, acerca de las ventajas y desventajas de recuperar a Trelteran. Como prueba de buena voluntad, Elgenor incluso dejó que Demetrius accediera a su mente; el bardo descubrió que en las inmediaciones de Aghesta había un gran número de tropas fieles a Trelteran, entre ellas una treintena de dragones y ¡una hidra ancestral! Quizá la que habían visto en las ensoñaciones que se habían apoderado de ellos mientras viajaban comandando la flota ilva desde el portal de Cabo Kern. Además de todas aquellas criaturas, en Aghesta se encontraba Adrazôr con sus apóstoles al completo, y al menos otro kalorion con todos sus apóstoles.
Finalmente llegaron a un acuerdo: harían lo posible por recuperar a Trelteran a cambio de que ninguna de sus fuerzas participara en el asedio a Aghesta y que Ezhabel y Zôrom pudieran husmear durante un día entero en los manuscritos del kalorion para intentar averiguar cómo reforjar a Nirintalath. Los apóstoles, sabiendo que el código con el que Trelteran escribía sus libros era extremadamente enrevesado, aceptaron de buen grado. Por otra parte Elgenor les prometió, a título personal, que les avisaría en caso de que en cualquier momento en el futuro fueran a ser atacados por Trelteran o sus secuaces. Parecía sincero. En cualquier caso, Trelteran sería una herramienta útil en el juego contra Urion, Khamorbôlg y Selene.
Por suerte para la semielfa y el enano -que resultó ser un criptógrafo casi insuperable- el código de Trelteran se basaba en el Akharêl, el lenguaje de este último, y un afortunadísimo encuentro del libro de transcripciones hizo que Zôrom pudiera hacerse justo con la información referente al tema. Información críptica en sí misma, que requeriría una profunda reflexión en el futuro inmediato. Durante el proceso de investigación, Zôrom expresó su admiración por la sabiduría de Trelteran en varias ocasiones, tal era la magnitud de las revelaciones que ocultaban aquellos tratados. Incluso hablaban de algo llamado "acceso a la Vicisitud", que al parecer era la esencia misma de la realidad. Había una larga explicación metafísica sobre tal acceso, pero era enrevesada y el enano necesitaría meditar sobre ello, quizá incluso compartirlo con otros sabios alquimistas.
A continuación se trasladaron a las inmediaciones de Aghesta, donde pronto se entabló el combate naval que tenía que decidir el éxito en el asedio. Los ilvos sufrieron una bajas moderadas, pero obtuvieron una aplastante victoria sobre la flota minotaura, que tuvo que retirarse al interior del puerto. Así quedó establecido definitivamente el asedio a la capital del Cónclave del Dragón.
Cuando Ezhabel y Zôrom volvieron de su investigación, el enano se puso a forjar con medios naturales y místicos la espada que habría de albergar el espíritu de Nirintalath, un proceso complejo en sí mismo y que requería materiales extranaturales. Muy amablemente, Heratassë le cedió el poco galvorn que le quedaba, el metal descubierto en el alba de los tiempos por los enanos y que le sería muy útil para conseguir forjar una espada apropiada.
Ayreon, Leyon y Heratassë se teleportaron junto a los apóstoles hasta el Krëgharmanza, donde con la guía del bardo y gracias a la ayuda de Églaras y sus capacidades curativas, pudieron devolver a Trelteran a la vida, no así a la consciencia, que tardaría un tiempo en recobrar. Tras expresarles su agradecimiento y renovar sus compromisos, los apóstoles les despidieron, algunos con un punto de hostilidad.
Aghesta, capital del Cónclave del Dragón |
Tras volver, recibieron un mensaje telepático de Yevger, la targia que les había acompañado desde Marentel. Sus fuerzas estaban siendo atacadas por los ejércitos de Aghesta. Se trasladaron allí rápidamente, rechazando el ataque. Durante las refriegas, les pareció ver a Murakh en las murallas. Entre ataque y ataque, varios días pasaron. La situación se estabilizó en el primer bastión de la ciudadela, y dejaron el asedio establecido. Las tropas de Trelteran cumplieron sus promesas y no hicieron acto de aparición. Cierto día, hizo su aparición una flota de 18 barcos que lucían los pendones de la Confederación de Príncipes Comerciantes. Según decían venían para ayudar, y para su gran sorpresa, el barco insignia estaba comandado por una mujer que llevaba en su tahalí una espada que sin duda era un arcángel: el arcángel de Hecton. La mujer se hacía llamar Varyn Shaggal y se alegró al encontrarse con otros Brazos de Avatares como ella. De hecho, Hecton, o más bien su arcángel primero, la había instado en sueños a dirigirse hacia allí para encontrarse con ellos. Por supuesto, la acogieron con entusiasmo. En ese momento, el mar se revolvió. Grandes olas se levantaron y dieron paso a una enorme cabeza de tamaño descomunal procedente del fondo marino. Y poco después surgió otra. Una hidra ancestral, que se había agitado por alguna razón desconocida. Pero para su espanto, no era la misma que Demetrius había visto en la mente de Elgenor. Por suerte, Mandalazâr hizo bien su trabajo y consiguieron, al menos, dejarla inconsciente. El gargantuesco animal se hundió en el mar, con suerte quizá para siempre.
En uno de los combates acontecidos al pie del primer bastión, Ar'Kathir resultó muerto con una herida en el corazón, y Ayreon e Ibrahim tuvieron que hacer uso de los poderes del Santo Grial para devolverlo a la vida (la devolución de la vida debilitaba a Emmán y dejaba el Grial exhausto durante un tiempo, con lo que no era algo que se debiera hacer muy a la ligera).
Con la situación en Aghesta atascada, decidieron trasladarse al valle ártico de Urtah y Marabdis e intentar de nuevo despertar a los Altos Dragones. Esta vez sí pudieron apaciguar a los dos poderosos elementales gracias a la energía que Demetrius canalizaba hacia Heratassë a través de Mandalazâr. Al fondo del valle se abrían unas enormes grutas con un lago helado en su interior. A través del hielo -aunque estaban seguros de que no se trataba de hielo natural- translúcido se podían ver las siluetas congeladas de los enormes y antiquísimos dragones. Antes de despertarlos, Heratassë insistió en traer a algunos de los losiares allí; según les explicó Elsakar, Heratassë sostenía que los losiares eran los únicos que podrían apaciguar a los dragones una vez despertaran. La Vicisitud había unido inextricablemente sus destinos. Así que trasladaron allí a Adiartok y algunos otros.
Recitando un hechizo de otra época, Heratassë consiguió derretir el "hielo". Una quincena de dragones dorados y plateados despertó, furiosos y majestuosos. Hablaban (o rugían) un idioma desconocido, una especie de poesía cantada que sonaba extraña en sus bestiales fauces. De alguna manera los losiares entraron en contacto con las grandes bestias, y éstas miraron en derredor; el grupo y los demás fueron presentados. Tras unos inicios dubitativos de dirección por parte de los losiares, los dragones destruyeron el techo de la caverna y salieron al exterior. Heratassë aconsejó al grupo que no era aconsejable mantener un grupo grande de Altos Dragones junto. Eran criaturas solitarias, y la vida en sociedad los hacía susceptibles y violentos. Decidieron dividirlos en tres grupos: cinco viajarían a Aghesta para ayudar en el asedio, y los otros dos grupos de cinco viajarían con los losiares para ayudarles a recuperar sus tierras y poner presión en el reino de Umbriel.
Viajando hacia Aghesta a lomos de los Altos Dragones, pudieron ver el límite noreste de la niebla pálida de Khamorbôlg, que había penetrado profundamente en Adastra.
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