Una vez llevada a cabo su incursión en Puerto Reghtar, procedieron a reunir a los capitanes de la flota ilva para su distribución. Decidieron que un tercio de la flota allí presente quedaría encargada de mantener en la medida de lo posible el bloqueo en el portal. Otra parte se destinaría a la defensa de Ovam y al transporte de suministros y tropas, y la última (unos 70 navíos) acudiría a establecer el bloqueo marítimo de Aghesta, mientras llegaba la flota de un centenar de naves procedente de Emmolnir.
En las dos jornadas y media que transcurrieron en la travesía desde el portal a Ovam, tanto Heratassë y Elsakar como Selene y Carsícores conversaron con el grupo. Los primeros insistían sobre el secuestro de Petágoras y la necesidad de proteger al pueblo losiar (el dragarcano mostraba un interés febril en esto último). Por su parte, Selene no estaba de acuerdo con preocuparse del pueblo norteño: lo más urgente era rescatar al resto de rastreadores, negando su poder a Urion y levantando su aislamiento.
El segundo día de viaje ocurrió un suceso extraño. Todos notaron una sensación extraña más o menos intensa dependiendo de la persona. Todos, incluidos los marineros, los kaloriones y el grupo lo sintieron, una sensación de disrupción, bilocación o desorientación. Los únicos que parecieron ignorar el hecho fueron Heratassë y Elsakar. Demetrius fue el más afectado. Recibió una sobrecarga de poder desde Mandalazâr, y la propia arpa empezó a arder con un fuego sobrenatural, y a desprender un humo que pronto se vio que en realidad era una extraña neblina. El bardo quedó inconsciente, con un latigazo abrasador en todo su cuerpo. En cubierta, Ezhabel dirigió su mirada a la costa, y en lontananza pudo divisar Doranna, la costa de Lasar, la Fortaleza de las Olas alzándose sobre el Acantilado de Reden con tres de sus torres azules destruidas. Se frotó los ojos. Ya no estaba en Doranna, sino ante la Torre Emmolnir, que ardía hasta los cimientos, para el horror de la semielfa. Una hidra gargantuesca, tan grande como una montaña, se alzaba sobre la fortaleza de los paladines, a punto de destruirla. Ayreon y sus paladines, que se encontraban rezando en cubierta, se quedaron petrificados al encontrarse en el interior de la Sala Blanca de Emmolnir, con todo ardiendo a su alrededor.
El efecto no duró más que unos momentos, pero los trastocó a todos. Algunos de los marinos ilvos también se habían sentido en otros lugares y otros no habían sufrido más que un leve mareo. Todo era muy extraño. Bajaron a reunirse con Demetrius y lo encontraron inconsciente, entre la neblina de Mandalazâr. Lo ayudaron a recuperarse. Poco después, Adens y Arixos aparecieron, reclamando su atención. Según les informaron, al menos quince Rastreadores que hasta entonces detectaban con ayuda de sus Kir'æxa (los pendientes-artefacto) habían dejado de dar señales de vida. No sabían si era debido a que se habían trasladado al Palio o a que habían muerto, pero el hecho parecía de relevancia. Selene se inquietó ante la desaparición de Rastreadores, y volvió a insistir sobre la conveniencia de apartarlos de Urion.
Como no estaban seguros de si lo que habían visto era algo que estaba sucediendo en ese mismo momento, se trasladaron rápidamente a Emmolnir haciendo uso de las capacidades de Heratassë. La Torre estaba bien, todo estaba en orden. Jasafet, Ibrahim, Unzhiel y los paladines pudieron oir el canto de Églaras en el instante en que Ayreon se materializó en la torre, y acudieron enseguida. Ayreon les explicó el cambio obrado en la Espada y sus sospechas acerca de Norafel. O bien se había convertido en un nuevo dios oscuro, o se había convertido en arcángel de uno de ellos. Los emmanitas quedaron conmocionados unos momentos. Acto seguido, Jasafet informó al Gran Maestre de que habían recibido una buena noticia procedente de la ciudadela de Nímbalos: el ejército de la Sombra que acampaba al pie del monte Erentárna había levantado su campamento y se retiraba, todavía no sabían dónde. Se enviaron instrucciones para que la guardia de águilas intentara averiguar a dónde se dirigía el ejército. ¿Quizá las acciones en Ovam y Aghesta estaban haciendo retroceder por fin a la Sombra? Tras arreglar algunos asuntos, Heratassë los devolvió a su barco.
Al día siguiente, la flota llegó a Ovam. Allí habían quedado encargadas de la defensa los soldados de Rûmtor, de la Corona del Erentárna, las Aves de Presa y los caballeros del Vyrd. La población estaba dando algunos problemas, pero nada grave. Sorprendentemente, los elfos oscuros se estaban mostrando bastante pacíficos.
El Pueblo Losiar |
Decidieron que trasladarían al pueblo losiar a la Torre Emmolnir. Heratassë y Demetrius se trasladaron junto con los Rastreadores hasta el valle ártico donde los losiares habían establecido su campamento. Les informaron de que los iban a trasladar al sur, ante lo que Adiartok y sus subordinados mostraron algo de reticencia. Sin embargo, ante el peligro que corrían aceptaron. Demetrius aprovechó la coyuntura para hablar con los líderes Rastreadores, Arixareas y Mexaras, y alejarlos de las ideas que les pudiera haber inculcado Selene. Para su tranquilidad, le informaron de que no se iban a dejar engañar por la kalorion como ya lo habían hecho con Urion.
Una vez reunido el pueblo losiar, Demetrius esgrimió a Mandalazär para abrir un portal hacia la Fortaleza de Emmán. El poder fluyó a través del arpa, a través de él, pero para su consternación nada ocurrió. Ningún efecto. Era como si el portal se negara a abrirse, como si se diluyera una vez que él lo había formado con el poder. Lo intentó una y otra vez, desesperado. Intentó producir otros efectos con el arpa, y efectivamente lo consiguió. Lo único que no podía crear era el portal, algo que había llevado a cabo muchas veces en el pasado. Se trasladó a Emmolnir para comprobar si era un problema del valle donde se encontraban. Intentó abrir el portal hacia allí, hacia Ovam, hacia Haster, hacia varios otros lugares. Nada. Finalmente tuvo que desistir en su empeño y desconvocar el traslado de los losiares.
Volvieron a Ovam, donde Demetrius informó a sus compañeros de la aparente imposibilidad de crear más portales. Las noticias fueron recibidas como un jarro de agua fría, ya que los portales habían sido el arma más importante con que habían contado hasta la fecha para poner en aprietos a la Sombra. Para no abusar de los poderes de Heratassë fueron los Rastreadores los que los trasladaron al entorno de Aghesta para hablar con Ergialaranindal, Enthalior y Ar'Kathir. Allí les informaron de la imposibilidad de crear más portales, lo que planteaba nuevas dificultades para sus maniobras, la primera de ellas el suministro de comida. Se acordó establecer un flujo marítimo constante entre Ovam y las tropas en Aghesta. La batalla marítima se había convertido en algo extremadamente importante entonces, para garantizar el flujo de suministros. Dejaron en el campamento a los targios y a gran parte de los Rastreadores para que ayudaran en caso de que algún kalorion hiciera acto de presencia, y se trasladaron a Emmolnir, desde donde Ezhabel envió un mensaje a los alen'tai de Nímbalos. Desde Emmolnir pasaron por el portal (que todavía se mantenía abierto) hacia Haster.
En Haster, Ezhabel se reunió con Rughar; Demetrius con Willas y los bardos, cuyo número estaba subiendo lenta pero constantemente, y Ayreon trató de encontrarse con su hermana, abstraída en sus labores y a la que fue imposible ver antes de la noche, en sus aposentos. Rughar informó a Ezhabel de que en el mar, al noreste de Haster, los elfos ya podían ver en los días despejados desde la más alta de las torres una niebla pálida y consistente a unos ochenta kilómetros de distancia. Ezhabel agravó su gesto ante la peor noticia posible: la niebla del Palio avanzando hacia Haster, y bloqueando la salida marítima. Informó rápidamente a los demás. También fueron informados de que lady Ylma tenía noticias importantes que darles. La encontraron discutiendo con Robeld de Baun acerca de los Iluminados y los pagos que éstos exigían. Prefirieron no entrar en los detalles de la discusión, y efectivamente la antigua condesa del Káikar les contó que hacía un par de jornadas, un barco de los Iluminados había encontrado a unos náufragos en la boca del mar Krûsde: supervivientes de los enviados con Yngvar y los corsarios para establecer colonias en Adastra. Y parecían haber perdido el juicio.
En la entrevista que tuvieron a continuación con los náufragos, éstos efectivamente daban síntomas de locura. Hablaban de mucho frío, de que habían estado en el mismísimo infierno y de Sombras que les acechaban y les arrancaban el alma. Haciendo uso de la Daga de Luz, Demetrius detectó un enorme girón de sombra en uno de los náufragos inconscientes. Tenía algo dentro. Ayreon no tardó en expulsar la sombra de su interior, que no era más que un demonio que lo poseía y se alimentaba de su fuerza vital. Tras el exorcismo, el hombre se despertó bruscamente. Después de tranquilizarlo, les contó lo que recordaba: les habló de "pastores" y "segadores de almas", cómo miles, millones de almas eran masacradas en un paisaje desolador de blancura infinita y flores negras. Evidentemente, hablaba del Palio. No pudieron sacar más en claro.
Por la noche, Ayreon habló con su hermana, preocupado por su inmersión en el mundo de los secretos y las conspiraciones, y le recomendó que se distanciara un poco. Banallêth lo miró extrañada y le dio largas: disfrutaba con sus nuevas obligaciones, y casi era una adicción para ella. Aunque le prometió que tendría cuidado.
El día siguiente se reunieron con Robeld de Baun, más firme en su papel de "alcalde" que nunca, y con el resto de los dirigientes de la ciudad, para informarles de la niebla que se aproximaba por el mar. Ayreon se abstuvo de asistir para no revelar la verdad sobre el príncipe Elsakar. Les informaron sobre la verdadera naturaleza de la niebla y su conexión sobrenatural con la dimensión demoníaca del Palio. Advirtieron a todos los presentes que los elfos quedarían encargados de vigilar el avance de la bruma, y en caso de detectar una aproximación peligrosa, deberían desalojar la ciudad. Informaron también que era posible que tuvieran un posible remedio a la niebla, pero no era seguro y en cualquier caso debería llevarse a cabo la evacuación si la niebla se acercaba y ellos no estaban presentes. Tras algunas airadas palabras y renuencias iniciales, acordaron hacer lo que el grupo les recomendaba.
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