La villa Antonina. Traidores en la familia.
Idara consiguió entrar en la casa sin problemas por una de las ventanas del piso superior, mientras Cayo Cornelio se acercaba y se reunía con Lucio Mercio, que permanecía al pie de la fachada, entre las enredaderas. La muchacha apareció en una habitación vacía y sigilosamente salió al pasillo. No tardó en llamarle la atención la puerta de una de las habitaciones, que lucía una enrevesada cerradura con mecanismos ocultos en toda la anchura de la hoja. Con muchísimo esfuerzo consiguió abrirla [gasto intenso de gravitas y fides]. La dependencia era evidentemente una especie de habitación-despacho, con cama, escritorio, estanterías y varios armarios.
Mientras Lucio y Cornelio se infiltraban también en la villa, Idara registraba el despacho. Un cofre bajo la cama llamó su atención. De él cogió varias monedas de plata y algunas alhajas más o menos valiosas. En un cajón del escritorio que no le costó mucho abrir, descubrió un libro (cosido, no eran rollos de pergamino, algo extraordinario) lleno de símbolos iguales a los de su disco. Estaba escrito en griego y presentaba multitud de anotaciones en latín. Lo guardó entre los pliegues de su ropa. También descubrió cómo abrir uno de los armarios, y de un pequeño compartimento sacó una túnica negra de una tela bien conocida para el grupo. Una visión repentina de minerva se disparón en su mente gritando "¡no!", lo que le hizo soltar la túnica. En ese momento aparecían por la puerta Lucio y Cornelio. Este último cogió la túnica al identificar la tela y la guardó. Oyeron algo fuera. Dos hombres y una mujer, los primeros riendo y prometiendo dar placer a la última. Se acercaban por el pasillo, cuando las risas cesaron y uno de los hombres comenzó a gritar.
—¡Marco no está en su puesto! —Lucio reconoció la voz como la de Cayo Antonino-. ¡El despacho de mi padre está sin vigilancia! ¡¿Dónde está ese hijo de una perra?! ¡¡Marco, ven aquí ahora mismo!!
Los pasos bajaron la escalera de nuevo, lo que aprovecharon para salir rápidamente del despacho y colarse en la habitación por la que habían entrado en la casa. Justo a tiempo, pues identificaron los pasos de otras personas saliendo de una de las habitaciones. Debía de tratarse del tal Marco con alguna amiguita. Bajaron las escaleras, y una fuerte discusión estalló en la planta baja. Pronto se calmó todo, y oyeron cómo alguien subía las escaleras y entraba en el despacho. Prefirieron salir en ese momento de la casa. Un asistente a la fiesta que salió a orinar entre los setos estuvo a punto de descubrirlos, pero pudieron evitarlo y reunirse con los demás en el linde del campo de olivos.
Mientras tanto, en el olivar, Cneo Servilio conversó con Tiberio acerca del dolor que sentía en los huesos en aquel lugar. Allí había algo; no sabía que era, pero no era bueno. Por su parte, Tiberio no paraba de oir la voz del Guerrero Sombrío en su cabeza: "vamos, sí, vamos. Llévame allí". Trató por todos los medios de acallarla.
Una vez todos reunidos, Idara les enseñó el libro y Cneo Servilio lo hojeó y comenzó a leerlo ávidamente. Al poco rato les informaba de que el libro estaba escrito en griego antiguo pero tenía muchísimas anotaciones en latín, que relacionaban el libro de forma directa con la biblioteca que la familia Albino tenía en Toletum. Así que el rumor era cierto: al parecer la biblioteca de los Albino existía de verdad.
Decidieron hacer una incursión del grupo al completo en la casa. Para ello, Tiberio abrió la cajita que invocaba las tormentas hecha por algún mulciber de Vulcano, y las nubes empezaron a arremolinarse. A media mañana del día siguiente ya caía una lluvia lo suficientemente copiosa como para acercarse sin ser vistos. La situación en la casa también se había calmado: los asistentes a la fiesta debían de estar durmiendo la resaca. Se acercaron.
Llegaron a una ventana y observaron el interior. Por desgracia, al abrir la ventana también despertó uno de los que estaban durmiendo en el interior y dio la voz de alarma. Un sangriento combate se desató. Y peligroso, pues como pudieron comprobar el tal Marco era un nigromante del culto a Plutón y los guardias que vigilaban la casa tenían sus facultades físicas enaltecidas por algún extraño hechizo. Cneo Tulio, el antiguo compañero de armas de Lucio, cayó víctima de algún tipo de maldición lanzada por el teúrgo de Plutón. No murió, pero quedó en estado vegetal. Tiberio se encargó del nigromante con un relámpago de Júpiter. El resto se enfrentaron a los guardias con valor, pero fueron viéndose cada vez en una situación más comprometida, hasta que Tiberio se vio obligado a liberar el Guerrero Sombrío, que hacía rato que ejercía una gran presión sobre su fuerza de voluntad. El guerrero mató a uno de los guardias que se disponía a golpear a Tiberio y a otro que tenía a Lucio al borde de la derrota. Acto seguido, se encaró con el propio Lucio. Con un esfuerzo supremo, Tiberio consiguió volver a encerrar a la Sombra en su amuleto. En el ínterin, un grupo de esclavos habían aparecido desde la parte de atrás de la casa, pero la visión de la Sombra y su horrible grito de guerra bastaron para hacerles volver por donde habían venido. Tiberio se recuperó como pudo, sangrando por la nariz, ayudado por Lucio. Entraron en la casa. Pero no llegaron muy lejos, pues sonidos metálicos de guerreros con armadura les hizo desistir. No obstante, les bastó para hacer prisionero a Cayo Antonino y llevárselo atado. Idara prefirió investigar más a fondo la casa en compañía de Claudia Valeria. Llegaron a los jardines del interior, y allí Idara pudo ver algo que la dejó confundida: en el otro extremo de la fachada por donde había salido de la casa, un arco daba acceso a algún tipo de subsótano. La construcción era reciente, pero era evidente que alguien había aprovechado un arco ya existente para apoyar la pared. El arco era antiquísimo, más de lo que la muchacha podía calcular. Y, aunque desgastados hasta el extremo de ser casi invisibles, lucía los mismos símbolos inscritos en el disco. Era imprescindible investigar aquello. Pero un grito de Valeria detrás de ella provocó la vuelta de Idara. A la teúrga de Minerva le habían clavado un dardo en el cuello; por suerte, resistió los efectos del veneno. Corrieron ante la proximidad de los sonidos metálicos, a través de los jardines. Investigarían aquello en un momento mejor. Llegaron a los establos. En ese momento, Lucio Mercio se encontraba allí prendiendo fuego, pues había vuelto para sembrar un poco el caos y que no pudieran perseguirles. Haciéndose con sendos caballos, salieron al galope. Al salir, un hombre enorme vestido con una extraña armadura lacada en azul que parecía adaptarse perfectamente a su cuerpo impartió órdenes a los esclavos en íbero para que los detuvieran. Pudieron huir, no sin que Lucio sufriera heridas de consideración en un brazo.
Se alejaron un par de kilómetros de la casa, buscando un buen sitio donde refugiarse y evitando la aldea cercana. Oyeron los perros de los guardias en un par de ocasiones, pero no se acercaron donde se encontraban. Sin tardanza, interrogaron a Cayo Antonino, a quien Lucio sometió a un durísimo castigo físico, enardecido por la certeza de que tenían a su madre y la habían maltratado. Su hermanastro no tardó en hablar. Su padre no estaba en la casa, había ido a Toletum no sabía para qué. El hombre de la armadura azul era un tartesio, descendiente de los habitantes de Tartessos, hasta donde él sabía. Cayo Mercio, el hermano de Lucio, decurión en Emerita Augusta, colaboraba con ellos a cambio de una suma. La madre de Lucio estaba en el sótano, encerrada, y allí, en alguna parte, había un reservado al que el padre de Cayo nunca le había dejado entrar. El culto a Plutón se reunía habitualmente en Toletum, donde tenían la sede tambíen los Albino. Quinto Antonino, además, buscaba mujeres para sacrificar en no sabía qué ceremonias extrañas. Por supuesto, Cayo Antonino también conocía la localización de la mina de plata. Tras los interrogatorios, Tiberio tuvo que encargarse de recuperar en cierta medida la salud del muchacho, pues Lucio se había mostrado muy agresivo con él. No obstante, al final, cuando parecía que iba a asestar el golpe de gracia a su hermanastro, el legionario le perdonó la vida e incluso le dio algo de agua, lo que le valió el gesto de aprobación de Claudia Valeria, que se había aprestado a evitar la muerte del muchacho. Al cabo de unas pocas horas, cuando Lucio se sintió satisfecho con la información obtenida de su hermanastro, lo liberó. Sus heridas eran graves y sería un milagro que sobreviviera, pero al menos le dio la oportunidad.
Gracias al libro que habían conseguido en la villa, Cneo Servilio pudo descifrar el texto que mostraba el disco de Idara. No tenía mucho sentido, pues parecía un fragmento de texto que encajaba en un todo mayor. Lo que sacaron en claro era que se trataba del "tercer sello". Por otra parte, el libro hablaba de la historia de Tartessos, del rey Gerion y sus tratos con Neptuno y Plutón, y multitud de leyendas e historias épicas.
El templo subterráneo |
Evidentemente, tras lo que habían descubierto y lo que había revelado Cayo Antonino no podían marcharse sin más. Esperaron una ocasión propicia y procedieron a infiltrarse en la casa por el punto más próximo al pórtico del que les había hablado Idara: el muro del jardín. Tras algunas tribulaciones, consiguieron pasar sin ser vistos. Atravesaron el extraño arco sintiendo una sensación extraña; sobre todo Tiberio, cuya Sombra no cesaba de hablar en su mente, instándolo a liberarla. Bajaron unas escaleras, evitando previamente un encuentro con el guardia de la coraza lacada en azul. Los esclavos que vigilaban la parte de abajo no fueron un obstáculo serio. El subsótano era una estancia sombría con varias puertas cerradas. Una de ellas daba paso a un cubículo donde se encontraba Lucinda, la madre de Lucio, y otra mujer madura que no reconocieron. Tenían un aspecto deplorable, era evidente que habían sido maltratadas cruelmente. Lucio y Cornelio sacaron a las mujeres de allí a través del muro. Mientras tanto, el resto del grupo investigó el subterráneo. Otra de las puertas daba acceso a una parte más antigua: una especie de santuario con los símbolos extraños, aparentemente dedicado a Plutón y Neptuno. Tras el altar, un espacio destinado a encender un fuego sagrado, y tras él descubrieron una puerta oculta a primera vista. No se abría por medios normales. Con la ayuda del sello dorado, la abrieron haciendo uso de la fuerza de gravitas. Unas amplias escaleras descendentes daban acceso a una especie de templo subterráneo aún más antiguo, con una pequeñísima abertura para dejar pasar la luz de la luna horadada en la roca con medios que ellos no podían imaginar. Tapices deshechos por el tiempo y columnas austeras acababan en un altar donde se podía percibir todavía el hedor de sacrificios humanos. Y no hacía demasiado que se habían llevado a cabo, a juzgar por las manchas. En un extremo lateral, un sarcófago con horrendas pinturas se encontraba sumido en la oscuridad. La luz de las antorchas parecía ser repelida por el horripilante objeto. Había símbolos extraños escritos con sangre en todos sus laterales. Los grabados de las paredes mostraban varias escenas, y la que predominaba era una lucha entre una mujer y un hombre, aparentemente un héroe antiguo, quizá Hércules o Teseo. También pudieron leer referencias a algo llamado "auricalcum", un extraño metal que tenía algo que ver con el poder. Y por último, algo llamado la "Estirpe de Plata"; en los grabados se veían figuras humanoides creadas por los dioses, antes que los humanos.
Comenzaron a oir ruidos en el exterior. Los guardias golpeaban la puerta que habían atravesado, gritando improperios.
No pudieron resistir la curiosidad, y abrieron el sarcófago. De él salió una brisa fría que les hizo temblar durante unos instantes. Estaba vacío, aunque por su aspecto era evidente que no hacía mucho que había albergado un cuerpo, un cuerpo grande. Idara se apercibió de un movimiento en las sombras, por el rabillo del ojo. Se giró, y para su horror pudo ver que se acercaban a ellos dos figuras prácticamente idénticas a la que albergaba la estatuilla de Tiberio. Profirió un grito que puso alerta al médico y a los demás.
Mientras tanto, en el exterior, Lucio y Cornelio se aprestaban a volver a entrar tras poner a salvo a las mujeres...
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