Tuvieron una discusión a salvo de oídos indiscretos. Sorprendentemente, Demetrius apoyó a Ergialaranindal en su opinión de ejecutar a los prisioneros o, al menos, cortarle la mano derecha. Ayreon y Ezhabel lo miraron horrorizados. Sobre todo el paladín no permitiría tal cosa, no se rebajaría a emplear métodos dignos de la Sombra. Finalmente, se decidió que se les permitiría tomar juramento a la causa de la Luz. Aquellos que lo tomaran serían libres de quedarse; al resto se les proporcionaría ropa y comida para que pudieran llegar a alguna otra ciudad por su propio pie. Demetrius se dirigió a la multitud con la ayuda de sus capacidades bárdicas. Hasta bien entrada la madrugada, bajo la supervisión del grupo, de Ergialaranindal y de Ar'Kathir, varios miles de habitantes de Ovam tomaron el juramento, incluyendo a ¡50 elfos oscuros! Los ilvos retuvieron a estos últimos bajo una vigilancia estricta, hasta que Ayreon decidió visitarlos, acompañado por Ezhabel.
Los ilvos y los elfos se encargaron de poner en camino de forma más o menos pacífica a todos aquellos que no quisieron prestar el juramento. Mientras tanto, Ezhabel y el Gran Maestre paladín se dirigían al edificio custodiado por la Guardia Carmesí ilva donde se encontraban los elfos oscuros que habían prestado juramento por la Luz, encerrados bajo sospecha. Ayreon, Ezhabel, Jasafet y dos paladines fueron detenidos por Agalorantar, el Carmesí encargado de vigilar los accesos. Tras una leve resistencia no puso problemas al grupo. Accedieron al patio interior del edificio (que parecía una especie de monasterio) y allí se encontraba la cincuentena de elfos, sentados en silencio, algunos de ellos con andrajosas ropas y temblando de frío. Tras una primera tirantez, los elfos se relajaron al ver que Ayreon no los trataba con desdén ni con sospecha, y contaron sus historias: todos ellos, sus amigos o sus familiares, habían sufrido en sus propias carnes la tiranía de sus superiores, de los apóstoles o de los kaloriones. La mayoría de los elfos oscuros lo aceptaba como algo natural, pero como no podía ser de otra manera, había excepciones, y los allí reunidos no soportaban tales vejaciones y salvajadas. Al hermano de uno de ellos incluso le habían cortado tres dedos por una falta menor, y al pequeño bebé de otra de ellos -también había elfas- lo habían sacrificado por nacer con una deformación en una pierna. Y luego estaban los Maestros de las Sendas, especialmente sádicos. Sus historias eran bastante convincentes, y bastaron para vencer la reticencia que los paladines tenían hacia ellos. Se despidieron, asegurando a los elfos que los liberarían en cuanto pudieran, pero fueron increpados; los llamados Malfein y Beravoos hablaron en nombre de todos ellos, ofreciéndose como guardia personal para Ayreon. Le pidieron que les permitiera acompañarlo. El paladín aceptó.
Al salir, acompañados por los elfos oscuros en pleno, tuvieron un roce con los ilvos que los estaban custodiando. Todo se solucionó cuando Dailomentar apareció en la escena, intermediando. Ezhabel y Ayreon se llevaron a los elfos oscuros, proporcionándoles ropas dignas y un lugar caliente donde descansar. Durante el episodio, una cosa preocupó a Ayreon: los paladines que lo acompañaban se habían enlazado ante un posible enfrentamiento con los ilvos guardianes, y les había costado sobremanera deshacer el enlace; empezaban a mostrar síntomas de adicción al poder.
Una vez hubieron descansado lo suficiente, Demetrius abrió un portal a una distancia de aproximadamente cinco kilómetros de Aghesta para que Ergialaranindal, su ilvos y los elfos de Emmolnir (en total unos 60.000 efectivos) comenzaran a tomar posiciones para asediar la capital del Cónclave. Los targios y Heratassë les acompañaron para establecer una primera línea de defensa.
Al día siguiente, mientras las últimas compañías del ejército atravesaban el portal hacia Aghesta, el dragarcano y los hechiceros de Targos volvieron a Ovam para acompañar a los personajes en su incursión a Puerto Reghtar, donde se encontraba la fortaleza de Urion.
Partieron junto a Heratassë, los targios, los Rastreadores, Eltahim, Carsícores, Selene y un par de decenas de paladines en uno de los barcos de la Sombra anclados en puerto, escoltados por algunos barcos ilvos. En dos días escasos llegaron a las inmediaciones del portal, donde se reunieron con la flota ilva que estaba bloqueando el tráfico. Una enorme fortaleza flotante humeaba todavía, destruida por los barcos aliados. Todo alrededor estaba lleno de restos de naufragios debido a los intensos combates. A última hora decidieron que veinticinco barcos ilvos atravesarían el portal (que se percibía en un punto a varios cientos de metros como una extraña perturbación en el continuum) con ellos para sembrar todo el caos que pudieran. Por desgracia, antes de atravesar el portal, Heratassë recibió un contacto de los losiares: se encontraban en un gran peligro. No tuvo más remedio que partir para poder protegerlos.
Con la baja de Heratassë y con una extraña sensación de frío y desplazamiento atravesaron la discontinuidad y salieron al interior de los arrecifes de Puerto Reghtar, donde se encontraban tanto anclados como en maniobra multitud de barcos. Los targios empezaron a levantar una espesa niebla en el acto, para sorpresa y alivio de los personajes. Los ilvos, siguiéndolos muy de cerca, comenzaron a soltar sus andanadas de fuego y virotes gigantes mientras Vurtalad, el maestro elementalista, lanzaba bolas de plasma de la punta de sus dedos a una velocidad pasmosa y Carsícores crecía ante ellos a ojos vista. Con un gesto y un grito (¿o era una risotada?) desgarrador, el demonio hizo saltar una parte de la pared más cercana de la fortaleza de Urion.
Batalla de Puerto Reghtar |
El caos se adueño de Puerto Reghtar. Dragones se elevaron en el aire, y catapultas con proyectiles incendiarios se dispararon por doquier. Los barcos ilvos las esquivaban a duras penas, habida cuenta del escaso espacio de maniobra. Algo impactó en su quilla, algo grande. Multitud de tentáculos se alzaron sobre el agua, agarrando y resquebrajando barcos ilvos. Un kraken enorme, lo más grande que habían visto nunca. Demetrius hizo reaccionar a Ezhabel, que sufría un pánico tremendo ante aquellos animales, y los Rastreadores los trasladaron instantáneamente al interior de la fortaleza, en penumbra. Allí fueron recibidos por los alfanjes de varios elfos oscuros y un par de apóstoles que no tardaron en desaparecer. Selene indicó unas escaleras. Los paladines enlazados pasaron los primeros, con Carsícores al frente. Éste quedó inconsciente debido a los fuertes hechizos defensivos, hechizos que los paladines, gracias a sus enlaces, pudieron resistir. Pasaron de largo varias puertas laterales hasta llegar a una gran sala repleta de armaduras y tapices. Al fondo, lo que vieron les dejó helados: dos Segadores Negros, de un tamaño no menor de tres metros y medio ante la puerta de lo que parecía el sanctasantorum de Urion. Si eran obra de Urion, éste realmente había llegado a ser tremendamente poderoso. Los Segadores empezaron a moverse, empuñando sus enormes hachas negras como el ébano. Carsícores se enfrentó a uno de ellos, que lo rechazó violentamente, mientras el otro les atacaba. En un golpe de suerte, el hacha de uno de los Segadores impactó contra la puerta de la estancia que guardaban, y la resquebrajó con el estallido de los consiguientes hechizos defensivos, que lanzaron hacia atrás a la enorme criatura. Pero el impacto fue suficiente como para que Ayreon atravesara la madera hasta la estancia. Una canción extrañamente conocida empezó a resonar en su mente. Églaras. Allí estaba la espada, ligeramente distinta a como la recordaba. A su alrededor, multitud de sombras, que retrocedían conforme Ayreon y sus compañeros enlazados avanzaban, siempre en el límite de su radio de influencia. Intentaban alargar partes de sí mismas hacia los paladines, pero algo las rechazaba. Ayreon empuñó la espada, y un calor reconfortante lo embargó. Un golpe del Segador Negro que se enfrentaba a Carsícores hizo que el demonio atravesara varios muros, desapareciendo de la vista. Los demás huyeron rápidamente.
En la parte de abajo se habían quedado esperando los Rastreadores, Demetrius, Eltahim, Selene y Elsakar, buscando a los hermanos de los primeros. Adens y sus compañeros habían contactado con los Rastreadores de la fortaleza a través de sus pendientes en cuanto habían llegado a Puerto Reghtar. Consiguieron reunir a once, a los que Arixareas saludó con gran regocijo. Pero no acudieron más. Según les informaron, los había convocado Urion para realizar un viaje. No sabían más. Demetrius, con la ayuda de Selene y Elsakar, no tardó en convencerles de que les acompañaran y salieran de allí. Ante la mención del falso Albor que era Khamorbôlg, uno de ellos, Mexaras, comenzó a recriminar a sus compañeros, recordándoles que él ya se lo había advertido. De repente aparecieron de la nada unos Puñales de la Sombra, los asesinos más letales del mundo. Uno de los rastreadores murió y un estilete atravesó a Ezhabel en un costado. La aparición de los paladines bajando las escaleras fue providencial para advertirles del peligro. Consiguieron llegar al exterior sin más bajas, donde se encontraron con Carsícores desatando toda su furia y siendo impactado por rayos procedentes de todas partes. Tenían que salir de allí ya. Algunos paladines ya habían ido quedándose inconscientes y el demonio parecía agotado. Eltahim, los trasladó al barco, desde donde los targios habían sembrado la destrucción con fuego y plasma. Demetrius invocó el poder de Mandalazâr para controlar el mar mientras los hechiceros de Targos levantaban la niebla con un fuerte viento. Mientras Carsícores y los targios lanzaban todo lo que les quedaba contra el kraken, su nave y los buques ilvos se desplazaron a través del portal.
Una vez al otro lado, hicieron recuento: sólo habían perdido cinco embarcaciones ilvas: todo un éxito. Sin embargo, no habían tenido el resultado esperado, y habían reunido únicamente a once Rastreadores en lugar de los cincuenta o sesenta que habían planeado liberar.
Al poco rato reapareció Heratassë que, apesadumbrado, les informó de que Petágoras había desaparecido. Por lo que decían los losiares, había sido Urion. Ayreon y Ezhabel se miraron; ignoraban que el joven matemático estaba con el pueblo ártico. Demetrius se excusó, pero dijo que le había parecido lo mejor, mantener su paradero a salvo de la sinceridad de Ayreon. Lo que era evidente era que Urion había sabido perfectamente dónde atacar. Lo realmente milagroso era que quedaran losiares para contarlo.
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