Viaje a Gades.
El día siguiente vio por fin la vuelta a la consciencia de Galeno gracias a los cuidados de Tiberio. El insigne médico se mostró muy agradecido cuando Sexto Meridio le refirió las hazañas y cuidados de los personajes. Ante la mención de su trabajo con cadáveres se sintió incómodo, y prefirieron no mencionar más el asunto a ser posible.
Lucio, como ya había anunciado, se presentó ante Apio Cecilio. En la Castra Praetoria se encontró con su viejo amigo, Cneo Tulio, que le presentó al joven legionario que le acompañaba, Cayo Juliano. Al parecer, entre los dos había algo más que una buena amistad; Lucio se alegró por su amigo, y se sinceró con él respecto a lo que había pasado las últimas semanas y lo que se proponía hacer en el futuro inmediato. Tulio insistió en acompañarlo a presencia de Cecilio. Cecilio y Lucio mantuvieron una franca conversación sobre lo que había sucedido últimamente y las cosas que había averiguado; mencionó a la familia Albino, que parecía estar inmensa en asuntos turbios relacionados con el ocultismo y la religión. Cecilio le dio su permiso para acompañar a Cayo Cornelio y continuar sus investigaciones haciendo una parada en Gades. Antes de marcharse, Cneo Tulio pidió permiso para acompañar a su amigo en su periplo, y Cecilio, profundamente influenciado por la personalidad (y el destino) de Lucio se lo concedió.
Mientras tanto, en la villa de Cornelio, Tiberio y sus compañeros de congregación recibieron la visita de una teúrga de Venus, intrigada por una carta que había enviado a su sede Lucratia Tertia, una de los miembros de la congregación del Alto Tíber, advirtiendo de que abandonaban Italia. La teúrga, Presilea Galica, se interesó por la marcha de la congregación y los supuestos asesinatos. Comentó que los teúrgos de Minerva ya venían avisando hacía un tiempo de los peligros que los miembros del Pacto afrontaban, pero nadie les hacía demasiado caso. Se comprometió a advertir a los demás y a andarse con mil ojos.
Cayo Cornelio, por su parte, ultimó los detalles para dejar sus negocios en manos de su amigo Mopsos, advirtiéndole repetidas veces de la responsabilidad que conllevaba y la confianza que depositaba en él. Además, antes de partir, Cornelio envió una carta a Cayo Lutacio (el comandante de la guarnición de Alejandría) y al legado de su legión para ofrecerle su patrocinio. En ella informaba de su nuevo destino en Mogontiacum y de su deseo de contar con los servicios de Lutacio allí.
La jornada siguiente partieron, muy temprano por la mañana. Tres trirremes de la flota les esperaban para trasladarlos hasta Germania, rodeando la península ibérica. Así podrían hacer parada en Gades, como deseaban. No era un procedimiento muy regular, pero eran los últimos favores de los hilos que había movido Quinto Antonio Flaco.
El viaje transcurrió plácido. El tercer día hicieron parada en Narbo, la gran ciudad del sur de la Galia, y poco después continuaron viaje. Un hecho llamó la atención de Cornelio un atardecer: una paloma mensajera salió de una de las otras naves sin haberle informado. Tras varias investigaciones y con la capacidad de Tiberio de entender el idioma de las aves, averiguaron que el centurión al cargo de las tropas, Quinto Alano, era el responsable. Discutieron largo y tendido qué hacer. Idara se dirigió a indagar en los efectos personales del centurión entrando en su camarote subrepticiamente, y allí se encontró con el Alano colgado del bajo techo: se había ahorcado. La consternación se adueñó de la embarcación, y los personajes interrogaron a un conocido suyo, uno de los soldados más cercanos a él, compañero de tabernaculum desde sus tiempos de reclutas en Dacia: Servio Decio. Lo encontraron durmiendo la borrachera, estado en el que pasaba bastantes horas del día. La presencia de Cornelio lo hizo encogerse.
Decio les reveló algo que les inquietó: el patricio que propuso en su momento como centurión a Quinto Alano no era otro que Cayo Albino Regilense, teúrgo del Alto Consejo del Culto a Júpiter y de quien ya habían oido hablar a los teúrgos de Mercurio (Nicomedes Stoltidis había recibido la visita de Quinto Mario Canus, de parte de Cayo Albino Regilense). Además, intercambiaba correspondencia con él habitualmente. Eso le conectaba con la cúpula del Culto y por ende, con los asuntos turbios que estaban ocurriendo en Roma.
Sin más incidentes llegaron al puerto de Gades. Allí Lucio visitó la villa de su madre. Sin embargo, ella no se encontraba allí. Los esclavos se mostraban claramente preocupados y no querían hablar de la situación. Lucio perdió los estribos y sacó a relucir su violencia: destrozó la cara del esclavo llamado Aaron ante la histeria de la que debía ser su pareja, la esclava Mira. Por señas y con sollozos consiguió calmar los ánimos y les mostró su lengua: había sido cortada. Al parecer, para servir como ejemplo a los demás esclavos. Muy reluctantemente, les explicaron que presenciaron una paliza de Quinto Antonino Celio a Lucinda, la madre de Lucio, y que se la llevó de allí no sin antes advertir a los esclavos de no decir una palabra.
Lucio, Idara, Cornelio, Tiberio, Cneo Servilio, Cneo Tulio y Claudia Valeria partieron rápidamente hacia la villa de los Antoninos a lomos de sendos caballos. Dos jornadas agotadoras precedieron a la noche en que llegaron a la vista de la casa, rodeada de olivares. Había luz, y mucho ruido dentro. Idara y Lucio, esquivando a los guardias, se acercaron a una ventana. Dentro pudieron ver a varios jovenes bebiendo y fornicando con mujeres. Uno de ellos se pavoneaba con una actitud extremadamente presuntuosa y Lucio lo reconoció sin duda como uno de los hijos de Antonino, Cayo.
—¡Gracias a los dioses por la mina que le regalaron a mi padre! —exclamó—. Y pensar que decían que Tartessos había acabado con todo, que no quedaba plata... ¡la Fortuna los lleve, qué buen dinero nos provee! —acto seguido, una muchacha lo besó en la boca y enmudeció.
"Vaya, vaya, así que la fortuna les sonríe" —pensó Lucio—. "Pues va a ser por muy poco tiempo, asqueroso malnacido". Llevó la mano a la empuñadura de su gladius, pero por suerte logró contenerse a instancias de Idara.
Las ventanas del piso superior no estaban cerradas, así que la elegida de Minerva comenzó a buscar un lugar apto para encaramarse a una de ellas.
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