Una explosión tuvo lugar en la última planta del hotel Excelsior. La gente se detuvo, mirando aterrada y temiendo un ataque terrorista. Cascotes y cristales comenzaron a caer a lo largo de todas las calles circundantes.
El taxi en el que viajaban Robert y su hombre de confianza, Michael, derrapó cuando un cascote cayó cerca y los vehículos circundantes comenzaban a frenar. Tras un frenazo de varios metros acabó chocando contra otro taxi que circulaba por delante, y que un par de segundos antes había impactado contra un tercero por delante de él. Robert sintió un momento de terrible deriva emocional cuando del taxi de delante salía uno de los hombres que aparecían en sus sueños desde hacía dos meses, y aún más acusado cuando del taxi que circulaba por delante del primero salía otro de ellos. El primer hombre era joven, alto y fuerte, de barbilla partida, vestido con un carísimo traje; el segundo era mayor que el primero, fuerte, rubio rojizo y también bien vestido. La atención de Robert se desvió de los extraños conocidos cuando su padre le gritó a su lado que tenía que ayudarle, con una mueca de desesperación. La mente de Robert se quebró durante unos instantes.
Tomaso salió del taxi tras comprobar que el taxista se encontraba bien a pesar de lucir una brecha en la frente. Aquello parecía increíble; ¿un ataque terrorista en pleno corazón de Nueva York después del 11S? No podía creerlo. Se quedó petrificado durante unos instantes, mirando a lo alto del hotel. A su lado, Derek salía a los pocos instantes del taxi, con expresión angustiada. Si su padre y su hermana estaban allí… no quería ni pensarlo; salió corriendo hacia el hotel, enseñó su credencial al primer policía con el que se encontró y poco menos que lo apartó de su camino de un empujón.
Tomaso se fijó en el taxi de detrás, del que ya había salido por el otro lado Michael al exterior, y en cuyo interior Robert se encontraba mirando a su lado con expresión de terror. El joven inmigrante italiano se acercó, interesándose por el estado del hombre, que sólo acertó a murmurar sin sentido cuando lo ayudó a salir del coche. A continuación, Tomaso se dirigió corriendo hacia el hotel, a ver qué podía averiguar sobre Dan Simmons y de paso quizá ayudar en algo.
Pocos momentos después, Robert, ya recuperado de su estupor (aunque todavía asombrado de haber visto a su difunto padre pidiéndole ayuda) intentó alejarse de la escena, como ya hacía mucha gente aconsejada por los policías que iban llegando. Sin embargo, algo se lo impidió; una sensación extraña que lo convenció de que algo iría muy mal si dejaba pasar aquella oportunidad de unirse a sus compañeros en el sueño. Así que instó a Michael a seguirle a toda prisa hacia el hotel, donde pronto llegaron al perímetro de seguridad que las fuerzas de seguridad habían establecido, a pocos metros de Tomaso y Derek. Este último se encontraba discutiendo acaloradamente con una oficial de policía, intentando que lo dejara acceder a la escena, enseñándole algún tipo de credencial que él creía que le daba derecho al acceso pero que no pudo convencer de lo mismo a la oficial. De lo alto caían cenizas y papeles, y a algunos de ellos les llamó la atención la cantidad de restos de tarjetas de visitas que caían, casi todas pertenecientes a trabajadores del bufete de abogados Weiss, Crane & Assocs.
Casi hombro con hombro con los otros dos, Robert intentó convencer a la policía de que lo dejaran pasar para ayudar; esto no pasó desapercibido para Tomaso, que enseguida empatizó con las intenciones del exitoso hombre de negocios y también intentó convencer a los policías de que los dejaran ayudar, sin éxito.
Y ya empezaban a aparecer por la puerta principal los primeros evacuados y heridos. Algunas ambulancias y unidades de cuidados móviles ya habían conseguido acceder a la escena y recibían a las primeras víctimas. Una mujer de aspecto nórdico (Sigrid) era arrastrada semiinconsciente hasta una camilla en la unidad más alejada; justo antes de que se perdiera de vista tras los vehículos, Robert y Tomaso pudieron ver, inquietos, cómo una enfermera se inclinaba sobre ella y se llevaba el dedo a los labios, en un gesto que la instaba a callar; no sabían cómo explicarlo, pero el gesto no parecía reconfortante, como habría sido habitual, sino más bien… amenazador.
Poco después Robert reconocía a otro de los integrantes del grupo de su sueño: un hombre enjuto, con barba de varios días (Patrick), que llevaban en una camilla mientras gritaba incoherencias producto del trauma; entre frases incoherentes y nombres varios, el propio Robert y Tomaso pudieron escuchar “Dan Simmons, Dan Simmons, ¡el Hombre Malo!”, “¡Pídanle ayuda!”. El joven italiano se mostró muy interesado por estas palabras, pero no pudieron hacer nada antes de que metieran al hombre en una ambulancia y se lo llevaran al hospital.
Tomaso también se acercó a Derek, interesándose por la vehemencia con que el hombre parecía querer acceder al hotel, y ejerciendo de apaciguador de los ánimos, que iban caldeándose por momentos. Esto permitió que los tres hombres se conocieran y se presentaran formalmente, y que intercambiaran tarjetas.
Durante toda la escena, Michael se mostró más nervioso de lo normal, insistiendo a Robert para que se fueran de allí, lo cual no había paso desapercibido para este. Finalmente, ante la imposibilidad de sacar nada en claro, decidieron marcharse, acompañados de Tomaso, que había entablado una interesante conversación con Robert. Apenas se habían alejado cuatro bocacalles cuando, aprovechando su situación en “tierra de nadie” (estaban lo suficientemente lejos del hotel para que no hubiera curiosos y lo suficientemente cerca para que no hubiera cautos), fueron abordados por tres personas que surgieron de repente de una esquina. Los encabezaba un hombre negro, fuerte y bien vestido; otro hombre blanco y rubio y una mujer vestida con abrigo largo que a todas luces ocultaba una escopeta recortada lo flanqueban. El hombre negro los invitó a acompañarlos sin ofrecer resistencia, pues quería “presentarles a unos amigos”. La mujer reforzó la sugerencia mostrando un trozo de su recortada retirando el faldón de su abrigo, a lo que Robert reaccionó mal; echó mano de su pistola lo más rápido que pudo; pero no fue lo bastante rápido; mientras Tomaso saltaba para empujar al hombre negro contra la tía de la escopeta, el individuo alto extendió una mano hacia Robert, que instantáneamente sintió como si le fuese a explotar la cabeza; falló su disparo y cayó de rodillas al suelo, casi perdiendo la consciencia. El hombre negro esquivó a Tomaso, que habría recibido de lleno el tiro de la recortada si no hubiera sido porque alguien alcanzó a la mujer en un brazo con un disparo: era Derek, que se había acercado al ver algo raro en el encuentro y se había decidido a ayudarles, acudiendo a la carrera. Tomaso se giró mientras el negro acudía a ayudar a la mujer, para encontrarse con que el bigardo ahora extendía su mano hacia él y contraía sus dedos; al instante, el corazón del joven pareció oprimido y ralentizado, causándole un dolor indescriptible; al igual que le había pasado antes a Robert, Tomaso cayó al suelo de bruces, con un dolor sordo que se extendía con cada latido hasta su cerebro. Un nuevo disparo de Derek silbó muy cerca del tipo alto y atrajo definitivamente la atención de la policía, así que el individuo que los capitaneaba les ordenó retirarse, cosa que hicieron en un visto y no visto.
Protegidos por la limitada ascendencia que Derek parecía tener sobre los policías, éstos no les plantearon más problemas y fueron conducidos hasta el hospital para comprobar su integridad física. Allí pudieron compartir la experiencia y conocerse un poco mejor. Una vez finalizadas las pruebas, decidieron visitar al hombre que habían sacado en camilla gritando el nombre de Dan Simmons, uno de los pocos que permanecían conscientes después del traumático suceso. Patrick despertó bajo supervisión médica para encontrarse con los tres desconocidos, que comenzaron a plantearle preguntas sobre el suceso de la forma más amable que les fue posible. La conversación no fue muy productiva, debido a la desconfianza de Patrick por los desconocidos que le planteaban las preguntas y su estado de confusión tras la explosión; no obstante, sirvió para que Robert repartiera tarjetas entre todos ellos, insistiéndoles en que le llamaran para concertar una reunión.
Patrick fue dado de alta dos días después, y poco más tarde el grupo se reunía en la mansión de Robert en Westchester. Lo primero que llamó la atención de los demás fue la cantidad de menciones y premios que colgaban de las paredes de Robert por motivos humanitarios; sin duda, el director ejecutivo de Chemicorp era generoso con los más desfavorecidos, y era fundador de no pocas ONGs de ayuda al desarrollo. Robert no tardó en sincerarse y en contarles todo lo relativo al sueño que había venido teniendo los últimos dos meses. Patrick, que había vivido una experiencia onírica parecida las semanas anteriores, enseguida empatizó con él. Abierta la puerta de la sinceridad, Derek también contó que en el momento de la explosión se dirigía hacia el hotel porque alguien había secuestrado a su padre y a su hermana, amenazando con hacerles daño si no iba para allá; desconocía el interés que nadie pudiera tener porque apareciera en el Excelsior. Tomaso también les contó que se dirigía hacia el hotel para encontrarse con un cliente, un tal “Dan Simmons”; Patrick lo miró con algo de recelo, pero no pudo por menos que simpatizar también con el joven italiano, que parecía un poco superado por la situación. Bebiendo de la excelente bodega de Robert, también compartieron las diversas experiencias aparentemente inexplicables que habían tenido en su vida; eso les unió aún más, y generó un incipiente sentimiento de confianza. Patrick soltó por fin la lengua y les dio prácticamente toda la información sobre el submundo ocultista que había averiguado en los últimos días junto a Sigrid y Malcolm: les habló del grupo que llamaban “Nueva Inquisición”, del multimillonario negro que los financiaba y de Dan Simmons, el líder de otro grupo llamado “La Representación”, y que gustaba de llamarse a sí mismo “El Hombre Malo”. También les contó su experiencia en la subasta, las agitadas y violentas noches de su estancia en el hotel y finalmente del artefacto explosivo, detonado cuando alguien acusó a los gestores de estar subastando falsificaciones. Todos se miraron con inquietud ante las nuevas revelaciones.
En un momento dado, sonó la alarma de la mansión, y todos dieron un brinco, sobresaltados. El personal de seguridad se encargó de la “amenaza”; no era más que un vagabundo que se había colado saltando el muro; parecía gritar amenazante, pero no alcanzaron a oírlo. Según palabras de Robert, desde hacía un par de semanas había pasado ya varias veces, no se explicaba por qué. Este hecho contribuyó a aumentar la sensación de inquietud del grupo.
Mientras los vigilantes expulsaban al intruso, Derek recibía una llamada al móvil: era su mujer. Su padre y su hermana habían aparecido sanos y salvos, sin recordar nada de lo que les había sucedido los últimos dos días. Fue un alivio, pero también una fuente de extrañeza, porque no comprendían quién podía haberse tomado la molestia de secuestrarlos para luego dejarlos libres sin motivo aparente. Felicitando a Derek, dieron por terminada la reunión, intercambiando tarjetas y números de móvil y emplazándose para otro encuentro en breve.
De vuelta a casa, Tomaso contactó con su primo, el padre Dominic. Con el espíritu inquieto por la información proporcionada por el resto del grupo, el joven le pidió consejo. Contra lo que Tomaso había pensado, Dominic se mostró sinceramente intrigado por todo aquello, y para mayor sorpresa, le dijo a su primo que quizá pudiera ponerlo en contacto con alguien que seguramente conocería el sórdido mundo del que le había hablado. Besándose en las mejillas al más puro estilo italiano, se despidieron.
Patrick pasó la noche con Helen, que le reprochó el que no la hubiera llamado en días, y más cuando parecía evidente que había sufrido un accidente de algún tipo. Quitándole importancia al asunto, Patrick pasó por fin una noche tranquilo y en compañía. La mañana siguiente, el profesor de filosofía revisó el correo por primera vez en varios días. Entre las cartas, había una que le llamó la atención: llevaba el remitente de AIFC (American Initiatives For Children), y en ella le explicaban que el trámite de adopción de Guadalupe “Lupita” Hernández debía ser interrumpido por “circunstancias ajenas a nuestra voluntad”. Más adelante le explicaban que la aldea de Lupita había sufrido el ataque de un grupo paramilitar (¿narcos?) y había desaparecido. El corazón de Patrick sufrió un vuelco. En un momento de lucidez se dio cuenta de que la dirección remitente de AIFC coincidía con la del bufete de abogados Weiss, Crane & Assocs. Qué casualidad. Una investigación más a fondo en la hemeroteca le reveló más cosas: AIFC estaba gestionada por Weiss, pero era propiedad ni más ni menos que de ¡Robert McMurdock! Ni corto ni perezoso, se plantó en la mansión de éste, que accedió a ayudarle gustoso. Robert encargó a Michael que averiguara todo lo que pudiera sobre el asunto; al parecer, la información sobre el ataque era verídica, y muchos de los menores de la aldea, si no todos, habían desaparecido; además, parecía que había habido varios ataques de la misma índole.
Patrick no pudo dejar de fijarse en el extraño nerviosismo de Michael, y transmitió sus dudas a Robert sobre si podían fiarse de él. Robert afirmó rotundamente, y acto seguido encargó a su mano derecha que investigara junto a “Josh” (uno de los contables) los libros de contabilidad de AIFC, pues hasta entonces ni siquiera había sabido que esa ONG era suya, cosa que le irritó.
Mientras Michael investigaba las cuentas, Robert reunió de nuevo al grupo al completo, para seguir con la conversación e interesarse por el estado de todos. Derek hizo una proposición interesante: para averiguar más sobre todo lo que habían hablado en su anterior reunión, un posible curso de acción era viajar a Inglaterra en busca de un antiguo conocido suyo, Sir Ian Stokehall, un hombre muy sabio que parecía conocer secretos más allá del alcance de la gente “normal”.
Unas horas después, Michael hacía acto de aparición, asegurando que la información contable de AIFC parecía estar en perfecto orden. Patrick, excelente lector de las intenciones de la gente, seguía sospechando y no se fiaba de las palabras de Michael. Y transmitió sus sospechas a Robert, que esta vez decidió tener en cuenta. El propio Robert se reunió con Josh para revisar personalmente la contabilidad; al viejo chupatintas le costó demasiado encontrar un DVD que se suponía había acabado de revisar unos minutos antes, lo que contribuyó a aumentar la suspicacia de su jefe. Tras varias revisiones aleatorias, la contabilidad sin duda estaba en orden, pero el experto ojo de Robert no dejó escapar el hecho de que aquellas cuentas no pertenecían a AIFC, sino a alguna otra de las muchas ONGs de su propiedad. Prefirió no decir nada, y se llevó el DVD, dejando que Josh se marchara a su casa a descansar. Revisándolo más tarde con un gestor independiente, éste le advirtió de la presencia de un archivo encriptado en una remota carpeta del disco. Algo olía a podrido allí...
Entre tanto, Patrick, Tomaso y Derek se desplazaron al hotel Excelsior con la intención de colarse e investigar sobre los hechos previos a la explosión. El modelo italiano se dio cuenta al instante de que alguien los seguía, así que dio las vueltas que fueron necesarias hasta que estuvo convencido de haber despistado a quien quiera que fuera su perseguidor. Cuando llegaron al hotel, lo encontraron cerrado al público, algo lógico, porque sólo habían pasado cuatro días desde el evento. No les costó mucho burlar la seguridad e infiltrarse en el edificio. La policía lo había revisado todo ya, y en las habitaciones de los asistentes a la subasta no pudieron encontrar nada. En la planta donde había tenido lugar la subasta el espectáculo era dantesco; estaba todo destrozado, y se podían ver manchas de sangre y trozos de ropa por todas partes. Allí tuvieron más suerte: incrustado en una rejilla de ventilación encontraron un trozo del libro de registro de las pujas, del que obtuvieron algunos nombres y un trozo del membrete de los organizadores.