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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 14 de junio de 2011

Sombras en el Imperio - Campaña de Arcana Mvndi Temporada 1 Capítulo 8

Dentro del Laberinto.

¿Dónde se encontraban? Los pulmones les quemaban, el sudor les resbalaba por la cara y las articulaciones les dolían; era posible que hubieran corrido durante kilómetros, y la oscuridad se cernía sobre ellos, amenazadora. ¿Habían bajado escaleras? No sabrían decirlo con seguridad. Por suerte habían sido precavidos y llevaban suficientes provisiones y antorchas que habían cogido en las estancias de fuera.

Comenzaron a andar, intentando salir de allí. Pero se encontraban completamente desorientados. Las galerías donde se encontraban lucían dos hileras de símbolos tallados en la pared, a unos dos metros y medio de altura. Una de ellas tenía cierta semejanza con el griego arcaico y la otra semejaba más bien el extraño lenguaje de los antiguos egipcios, pero con ciertas diferencias que el ojo experto podía notar. Algunos de los símbolos de esta segunda línea eran casi idénticos a los símbolos tallados en el disco robado por Idara. Caminaron durante lo que parecieron varios días, durante los cuales el ánimo decayó en varias ocasiones, aunque siempre lograron sobreponerse.

En ocasiones aparecían en las bifurcaciones de los pasillos escaleras de bajada, amplias y de escalones profundos, aptos para su uso por seres más grandes que un humano normal.

Ni siquiera podían descansar con tranquilidad, porque al poco rato de pararse, de forma sobrenatural se veían acuciados por diferentes alimañas, plagas que nunca supieron de dónde aparecían. En un par ocasiones se trató de escorpiones, en otras de arañas, escarabajos y serpientes. Siempre surgían de la nada, desde el techo o desde la oscuridad. No les costaba dejarlas atrás pero la falta de descanso hacía mella en ellos. En uno de aquellos episodios, tras librarse de la plaga de turno, Idara tómo la palabra: según la mitología griega, la mujer de Minos, Pasifae, había maldecido a su marido a expulsar de su cuerpo arañas, escorpiones y otras criaturas venenosas como castigo a sus muchas infidelidades, quizá eso tuviera algo que ver con los enjambres que los acosaban.

En su periplo pasaron por una amplia estancia compuesta de un cuerpo principal y seis salas anexas. En la sala central se alzaba la estatua de una mujer que lucía serpientes en lugar de cabellos. En esas salas pudieron descansar tranquilamente por primera vez desde que se internaron en los túneles. Sin embargo, su descanso se vio interrumpido por ruidos provenientes de la oscuridad. Una poderosa respiración que conocían bien, y el ruido de pezuñas rascando sobre el suelo rocoso. Se despertaron con un silencio sepulcral. Desde el otro lado, un bufido y otra respiración. Y aún otra más, más estentórea si cabía. Gruñidos y sonidos guturales acompañaban en todo momento a los amenazantes pasos. ¿Era posible que hubiera más de uno de esos monstruos terribles? ¿Acaso pasifae no había tenido un solo hijo con el Toro de Poseidón? Hubieran jurado que las criaturas los aventaban, así que sin pérdida de tiempo y sin el más mínimo ruido, se escabulleron sin llamar la atención a través de un corredor lateral. Aún tendrían un par más de sobresaltos parecidos los días que les quedaban en aquellos túneles.

A medida que andaban más y más fueron dándose cuenta de la disposición general de los pasillos que hollaban. Los pasillos principales siempre presentaban una ligera curvatura, mientras que los secundarios conectaban los primeros entre sí en línea recta; eso resultaba en una amalgama de pasillos curvos concéntricos unidos por corredores rectos formando una especie de espiral extraña. Muy parecida a la forma en que habitualmente se había venido representando el laberinto de Dédalo en Creta durante siglos. Esos túneles tampoco habían permanecido inmunes al paso del tiempo, y en ocasiones se veían obligados a desandar el camino debido a derrumbes o escombros extremadamente difíciles de superar.

El Laberinto
En un momento determinado, llegaron a lo que aparentemente era una enorme bóveda cavernosa, que según sus cálculos debía estar situada en el mismísimo centro del laberinto. De ella partían doce túneles de gran tamaño, y en su centro se alzaban varias estatuas representando al rey Minos, a la reina Pasifae, un minotauro y algunas otras personas que no reconocieron. Una de ellas estaba destrozada y sólo se veían los pies saliendo del pedestal. Las estatuas se encontraban rodeando una escalera de caracol que descendía a la oscuridad. Intentaron bajar por ella. No tardaron en llegar a una planta inferior a la que habían recorrido, pero no se internaron en ella y continuaron su periplo descendente, ya que la escalera seguía bajando. Aún se toparon con otro nivel más de suelo, pero siguieron bajando. Ya no veían más que tinieblas más allá de la débil y trémula luz que la antorcha arrojaba más allá de la barandilla que impedía su caída al vacío. Descendieron durante cientos de escalones. Idara empezó a mostrarse nerviosa, insoportablemente intranquila. ¿Acaso no tenía fin aquella escalinata? ¿Se estaban volviendo locos? Decidieron volver sobre sus pasos e intentar salir cuanto antes de aquel lugar que transgredía toda lógica.En una ocasión en que se vieron acorralados entre las plagas y las bestias cornudas tuvieron que recurrir a la extraña Sombra atada al colgante de Tiberio. Cada vez que el médico invocaba al oscuro ente la Sombra lo inundaba, pero en esa ocasión pudo resistir con entereza la incómoda sensación e incluso entabló una silenciosa conversación con el ser. Éste le reveló su nombre: Eugsynos del Telmapério. Y, refiriéndose al disco que portaba Idara, afirmó que se trataba de "uno de los Siete Sellos". No pudieron sacarle más información, tanto por las sensaciones negativas que sentían en su presencia como por la dificultad de entender lo que les transmitía.

Tiberio y Cneo, por su parte, habían estudiado con interés durante todo el periplo los símbolos de la primera hilera tallada en la pared, la única que tenían alguna esperanza de comprender gracias a su similitud con el griego. Finalmente, se mostraron bastante seguros de haber entendido unos cuantos de los conceptos encerrados en los símbolos del extraño lenguaje: "océano", "inmensidad", "infinito", "eternidad" y alguno más. Al parecer, los que tallaron tales anagramas eran unos apasionados de los círculos, de lo eterno y lo que se volvía a repetir una y otra vez. También consiguieron asociar tales conceptos con los de la hilera inferior, dándoles una base desde la que empezar una posible interpretación.

Tras el episodio en la estancia central, intentaron hacer lo contrario y dirigirse a la parte externa del laberinto. Tras varios encuentros con alimañas y sobresaltos con los minotauros, Lucio, inexplicablemente, se topó de bruces con la salida: una escalera ascendente se presentaba ante ellos. La escalera ascendía hasta una sala, la cual resultó al instante familiar para Tiberio. Su estilo era idéntico al de las ruinas donde había jugado en el pasado con sus primos. Atravesaron varias estancias, pasillos y escaleras. Se desgarraron ropas y carne atravesando estrecheces y derrumbes. El aire se presentaba cada vez menos viciado, lo que era buena señal. Finalmente, llegaron a una estancia grande, cegada en el lado opuesto por un derrumbamiento a todas luces reciente. Esta debía ser la sala a la que se accedía desde la cueva del acantilado. Unas breves observaciones así lo confirmaron. Lucio e Idara inspeccionaron la salida. Mientras tanto, Tiberio sacó el orbe negro que habían conseguido en las ruinas. Varias figuras aparecían reflejadas en su brillante superficie, ninguna de ellas perteneciente a los compañeros del médico. Ninguna de ellas presente en la sala cuando levantó la vista de la bola de vidrio. Debía de estar viendo otra dimensión, quizá más allá del Velo. Una de las figuras se acercó rápidamente, hasta poner la cabeza sobre su hombro. Sus rasgos estaban desdibujados, como si se hubiera difuminado con el tiempo, pero pronto no le cupo ninguna duda: era su primo, el que había muerto de adolescente. La figura movió unos labios desdibujados, y Tiberio percibió su voz a través del orbe: "¿Primo? ¿Has crecido en mi sueño?" Tiberio sintió un escalofrío. Con un hilillo de voz conversó con el muchacho, mientras los demás asistían interesados a la escena.

Fue un impacto terrible para su primo darse cuenta de que en realidad estaba muerto y no durmiendo. Según le contó, había soñado con un anciano, que se lo había llevado a visitar las ruinas donde se encontraban. El anciano le atemorizaba y él aún se encontraba soñando, o bueno, ya no, dijo entre sollozos.

A través del orbe, Tiberio vio cómo un anciano se acercaba rápidamente hacia él, de tal modo que incluso hizo un gesto reflejo para evitarlo. Estiró del muchacho y lo apartó de su lado. A continuación se giró hacia Tiberio:

   —Tú, ven conmigo —dijo, con una voz cavernosa que le puso los pelos de punta al médico.

Tiberio se sintió tentado a asentir y acompañarlo, pero algo le dijo que no lo hiciera, y consiguió resistirse. El anciano, que dijo llamarse Aroctryon, se alejó acompañado por su primo. Se sentó, abatido.

Entre tanto, Lucio se había dado cuenta de que la pared del acantilado había sufrido mucho con el derrumbamiento, y quizá forzando un poco éste podrían causar que se desprendiera, dejándoles el paso libre. Así lo hicieron. Lucio y Cornelio empujaron con todas sus fuerzas, hasta que las grietas se ensancharon y la pequeña cornisa cedió, cayendo al mar con gran estrépito. Ellos pudieron ponerse a salvo a tiempo y con un poco de esfuerzo el grupo al completo consiguió alcanzar la senda que descendía desde la parte superior del precipicio.

Tras varios traumáticos días, se dirigieron con celeridad hacia la villa, donde les esperaban Zenata y Rentzias. Se echaron a dormir, extenuados.

jueves, 9 de junio de 2011

Sombras en el Imperio - Campaña de Arcana Mvndi Temporada 1 Capítulo 7

De submundos y bestias.

Entraron con todo tipo de precauciones a la gran sala que ya había visitado Idara. A la tenue luz de las antorchas sólo podían hacerse una idea del tamaño de la misma gracias al eco de sus voces y a las corrientes de aire que percibían. Intentaron iluminar todo lo posible el lugar, pero aún así no eran capaces de ver los límites, ni el techo, ni el fondo, ni las paredes. Caminaron entre escombros y restos de derrumbes. Columnas enormes se erguían aquí y allá, sujetando balaustradas y balconadas que parecían retorcerse cual laberintos unos cinco metros por encima de ellos. Lanzando las antorchas hacia lo alto para poder ver algo, se dieron cuenta de que había varios pisos de balcones, sobriamente tallados. La sala -si se podía llamar así a una caverna artificial del mismo tamaño que un pueblo grande- no debía de tener menos de quince metros de altura, y no parecía haber ninguna columna que llegara al techo de la misma. Pero por supuesto, debido a las precarias condiciones de iluminación, no podían estar seguros de casi nada.

Ayudado por los demás, Tiberio subió a una de las balconadas, que se apoyaba en varias columnas para adentrarse como una cuchillada hacia el centro de la estancia. Se movió con sumo cuidado, porque le parecía que aquello estaba a punto de derrumbarse. De hecho, poco más alla, la balaustrada del nivel superior se había derrumbado, socavando la que él hollaba ahora y dejándola en un delicado equilibrio. Tras mucho investigar, caminar y observar pudieron deducir que aquello debía de servir como una especie de teatro enorme o sala de reuniones, ya que al parecer, todos los balcones estaban orientados de manera específica hacia un lugar preferente. Se dirigieron hacia donde les parecía que se encontraba tal punto, en el fondo de la estancia. No tardaron en ver su paso obstaculizado por un derrumbamiento que parecía prolongarse a todo lo ancho de la sala. Intentaron seguir el linde del derrumbe y escalar los grandes fragmentos de roca, pero no tuvieron éxito. Tras largo rato intentando encontrar un paso, desistieron y procedieron a investigar los laterales, para ver si podían continuar por algún pasadizo o abertura. No tardaron en encontrar algunos pasillos transversales, concretamente tres, que salían de la sala y se internaban en la oscuridad. Optaron por investigar el más cercano al derrumbe.

Sus expectativas de que el pasillo les franqueara un rápido paso al otro lado de las rocas se desvaneció pronto. El pasillo comenzó a girar, desembocando en unas escaleras de bajada. Decidieron seguir. A un lado y a otro parecía haber salidas, aunque todas cegadas por roca viva o por derrumbamientos. El pasadizo en sí les resultaba extraño, como si no fuera natural que se encontrara allí, y se tratara más bien de la calle de un pueblo sobre la que se había puesto una capa de roca. Aquí y allá parecían encontar restos de construcciones de utensilios inservibles y deformados por el tiempo. Finalmente, el pasillo desembocó en una gran sala, no tan grande como aquella de la que procedían pero aún así enorme, donde se veían restos de rocas y maderas que apuntaban claramente a que allí se había erguido un pueblo, con casas, vallas, muros, y quizá incluso un cementerio, como indicaban algunas acumulaciones de esquistos más pequeños. El ambiente era ominoso y denso. A Idara le costaba respirar. Se armaron de valor y la atravesaron. Pasados unos momentos, Idara comenzó a sentirse mal, y notó cómo algo la tocaba en el hombro, algo frío; soltó un gritito nervioso al perder los nervios. Tiberio hubiera jurado que sentía una respiración en la nuca; pero cuando se volvió para enfrentarse a lo que fuera, no había nada más que oscuridad. No obstante, nada más suceder esto, el médico cayó de rodillas, al sentir un frío intenso proveniente de la estatuilla colgada en su pecho. Una sombra lo invadía y él luchaba contra ella. Pudo oir claramente una voz en su mente: "libérame, ¡libérame!, ¡¡AHORA!!". Luchó contra la oscuridad que parecía estar inundando su ser, y, sudando copiosamente, venció. Los demás estaban estupefactos ante la escena, y tras interesarse por el estado de Tiberio no preguntaron más. Con la inquietante sensación de que alguien los obsevaba sin cesar, llegaron al final de aquella estancia. Dos estatuas se erguían a ambos lados de la salida: un hombre y una mujer, ambos vestidos con atuendo de antiguos guerreros, al modo que vestía el ser sombrío que Tiberio ya había liberado en dos ocasiones. Cada uno de ellos veía cómo las estatuas le miraban fijamente, y así se lo dijeron unos a otros. Aún así, no podían volver atrás: decidieron pasar.

Los primeros en atravesar el arco de salida fueron Tiberio e Idara. Vieron cómo las estatuas los seguían con la mirada, sin duda. Sus cabezas se giraban a medida que ellos caminaban, lo que casi acaba con los nervios de la pareja. Pero finalmente pudieron pasar sin más problemas que una incómoda sensación. A continuación pasaron Cornelio y Lucio. Ambos vieron también cómo las estatuas dirigían su mirada hacia cada uno de ellos, y el patricio incluso vio cómo los ojos de las dos se teñían de un negro profundo donde se podía reflejar su imagen. Fue víctima de una gran congoja, pero apoyado en el brazo de Lucio se sobrepuso y pudieron pasar. El último que se aprestó a pasar fue Cneo Servilio. Tres o cuatro pasos y se desplomó en el suelo, víctima de convulsiones y vómitos. Tiberio, que miraba a su mistagogo iniciar el camino, sintió que se disparaban violentamente voces en su cabeza gritando "¡Thanos! ¡Thanos! ¡¡Thanatos!!". Voces desconocidas que lo increpaban a matar a Servilio. Incluso sintió dicho impulso durante un segundo. Al desplomarse Cneo en el suelo, Cornelio, Lucio y Tiberio corrieron hacia él para ayudarlo. Idara permaneció al otro lado del pórtico. Tras asegurarse de que la vida del anciano no corría peligro, lo arrastaron al otro lado del pórtico, no sin sentir de nuevo las incómodas sensaciones que ya habían experimentado. Tiberio incluso llegó a detenerse un momento, presa de nuevo de la necesidad de matar a su maestro; pero por fin se sobrepuso [punto de destino] y atravesó el arco, derrumbándose junto con los demás en el suelo por la tensión. ¿Por qué habían afectado tanto las estatuas a Cneo Servilio? Sería algo de lo que ocuparse más tarde.

Lucio cargó con Servilio, que sufría espasmos ocasionales. Tras pocos metros llegaron a un punto donde se bifurcaban dos túneles que sin embargo se hallaban cegados por sendos derrumbamientos. Empezaron a pensar que tendrían que retroceder sin sacar nada en claro, hasta que Idara notó que de un recoveco entre las rocas de uno de los derrumbes entraba una corriente de aire. Por allí deberían poder pasar. Los más fuertes intentaron mover las rocas, sin éxito. Lucio y Cornelio tuvieron que volver a la estancia que parecía haber sido un pueblo para conseguir utensilios. Consiguieron un pico y un antiguo escudo en buen estado de conservación. Al volver, Lucio se vio un poco más afectado por las estatuas que en las ocasiones anteriores, pero pudo pasar sin mayores trances. Tras varios intentos infructuosos de mover las rocas, se dieron cuenta de que estaban agotados: no sabían el tiempo que llevaban sin dormir, así que improvisaron un campamento y descansaron. Tras algunas horas, ya renovados acometieron la tarea con energía y consiguieron mover una gran roca que provocó el movimiento de las demás. Tras asentarse el polvo que se generó en el proceso, descubrieron que se había formado un pequeño pasadizo por el que podrían pasar a gatas. Cneo Servilio despertó con un grito, sobresaltando a todos. Tiberio lo calmó, y a continuación el maestro comentó cómo había notado que la oscuridad lo engullía y cómo las malditas estatuas le habían mostrado el momento de su muerte -aunque no lo recordaba-. Tras calmarse el anciano procedieron a pasar por el pequeño túnel, a gatas, guiados por Idara. Tras varios metros, las rocas a sus pies resbalaron aproximadamente metro y medio, hasta el suelo de un pasillo del que salía otra galería y desembocaba enseguida en una puerta. Esta lucía el símbolo de la cabeza de toro que ya habían visto antes y además el símbolo de los seis círculos concéntricos cruzados por la línea vertical. Idara se emocionó ante la perspectiva de descubrir algo que les revelara el origen de aquello. La puerta estaba cerrada, pero no era un problema para las habilidades de la mujer, que la abrió en cuestión de segundos.

El aire era denso, la oscuridad los envolvía y algo crujía a sus pies. Cneo Servilio, harto de oscuridad, utilizó el poder de Júpiter para iluminar la sala. Lo que vieron les dejó helados. Lo que pisaban no era otra cosa que huesos y cráneos humanos. Hasta el último rincón del suelo estaba lleno de ellos. No había muebles, aunque sí algunos tapices y pinturas enmohecidos y podridos. En el fondo de la sala pudieron ver una especie de sitial o trono sobre el que se sentaba un esqueleto humano impoluto y tocado con una diadema plateada en la cabeza. Entre sus manos, una espada que había perdido el lustre hacía mucho. El cráneo parecía mirarlos con sus cuencas vacías, y la sonrisa de calavera era casi imposible de soportar. La primera sensación que pasó por la cabeza de Tiberio fue la de arrodillarse ante él, como si se tratara de un rey al que debiera respeto, pero pasó pronto. Cayo Cornelio, por su parte, empezó a sentirse enfermo a los pocos instantes, sintiendo arcadas y mareos. ¿Era su imaginación, o las cuencas del cráneo ya no estaban vacías? No, no era en absoluto su imaginación; unos ojos los miraban desde lo alto del trono, mientras los huesos iban cubriéndose de una pátina de músculo y carne a medida que Cornelio iba empeorando. Se llevaron un susto mayúsculo cuando la puerta de la estancia se cerró a sus espaldas. Cornelio cayó al suelo, inconsciente. Lucio empezó también a tambalearse mientras intentaba levantar al patricio. Éste lucía un aspecto horrible, parecía que la piel cada vez se le pegaba más a los huesos. El esqueleto se levantó, recomponiendo sus capas exteriores poco a poco. Unos finos labios lucían ya una mueca cruel en el rostro. Mientras hablaba en griego antiguo con una voz de ultratumba preguntándoles qué hacían allí, avanzó hasta Tiberio, que aguantó estoicamente su mirada. El engendro señaló el disco de Idara, que ahora llevaba el médico, y extendió la mano en un claro gesto de petición. Tiberio se negó a darle el disco, luchando contra sus propios deseos. Idara y lucio consiguieron precipitarse al exterior tras abrir la puerta con gran esfuerzo, y al instante fue Tiberio quien comenzó a sentirse enfermar. Por la piedra de Júpiter, ¿qué hechizo era aquél, capaz de arrebatarles la vida?

Gracias a los dioses, el engendro que se encontraba frente a él sufrió una momentánea regresión al alejarse Cornelio, Lucio e Idara de allí, lo que aprovecharon Tiberio y Cneo para salir y cerrar violentamente la puerta. Se alejaron de allí trastabillando por la nueva galería que había descubierto Idara al atravesar el derrumbamiento. Agotados, se detuvieron a descansar mientras Cornelio mejoraba su aspecto visiblemente. Evidentemente, allí había fuerzas que los superaban, pero no se iban a rendir tan fácilmente. Siguieron su camino por la nueva galería.

Tras alguna que otra estrechez a través de derrumbamientos, llegaron a un ensanchamiento de la galería. Una amplia escalera de varios metros de ancho bajaba hasta una gran puerta muy parecida a aquella por la que habían entrado en la primera estancia. Seguramente se encontraban al otro lado. A ambos lados de esta puerta, como en la primera, se adentraban en las sombras dos túneles muy amplios y altos. Mientras intentaban abrir una puerta más pequeña incrustada en la enorme puerta que se erguía ante ellos, un ruido procedente del túnel de la derecha llamó su atención. Todos callaron y se quedaron inmóviles. Cuando estaban a punto de desecharlo como cosa de su imaginación, otro sonido. Una respiración, quizá. Una respiración muy fuerte.

Un rugido los sobrecogió. Fuera lo que fuera, no parecía humano, y pasos sobre la roca, al trote, con un sonido muy parecido al de unas pezuñas acercándose. Cada vez más cerca. Un segundo bramido estentóreo y amenazante los convenció de que debían correr, fuera lo que fuera aquello. Empezaron a subir las escaleras precipitada y desordenadamente. Algo surgió de la oscuridad, que rozó a Tiberio en un brazo, hiriéndolo; era un hacha, un hacha enorme, que rebotó con un sonido metálico y una chispa en los escalones por delante, dificultando su carrera. Otra hacha pasó a escasos centímetros de la cabeza de Lucio. Y detrás podían oir ya un fuerte resoplido que los alcanzaba. Afortunadamente, el derrumbamiento que estrechaba el camino no estaba lejos y se arrojaron por la estrecha abertura, donde al parecer no podía seguirles lo que fuera aquello que les seguía. Durante unos momentos pudieron oir la fuerte respiración y algún que otro bramido que los acobardó, pero no tardó en hacerse de nuevo el silencio.

No podían seguir allí indefinidamente, así que se armaron de valor y con todo el sigilo de que fueron capaces se acercaron de nuevo a la gran puerta, tras comprobar que fuera lo que fuera lo que los había perseguido, se había marchado ya. Entre sudores y temblores, Idara consiguió abrir la puerta auxiliar, y entraron a la sala. Identificaron fácilmente el lugar como la parte de la gran estancia a la que les había negado el acceso el derrumbamiento. Un púlpito en el centro del espacio lo confirmaba. El púlpito estaba pensado para albergar a varias personas a la vez, y sobre el atril había un orbe negro y un manuscrito. Tiberio cogió el orbe, y con la ayuda de Cneo pudieron traducir lo que ponía en la primera página del manuscrito: "De los Laberintos y su Poder. Dédalo". Increíble. Si aquello realmente estaba escrito por el mítico Dédalo, era un tesoro de valor incalculable. Desgraciadamente, el manuscrito estaba tan deteriorado que sólo tocarlo lo convertiría en polvo, así que decidieron dejarlo allí, hasta que pudieran copiarlo u hojearlo de alguna otra forma. Dos túneles salían de aquella parte de la estancia: uno cegado a los pocos metros y otro que conducía a una especie de aldea como la que habían visto al salir de la otra parte de la caverna. Volvieron a sentir las mismas sensaciones escalofriantes: susurros en sus oídos, presuntas manos que les tocaban los hombros y lamentos. En aquella estancia se conservaban más posesiones materiales. Mientras caminaban por allí, Tiberio, intrigado por el orbe, pudo ver reflejadas en su superficie una multitud de figuras espectrales que los seguían, lo que le puso los pelos de punta. Volvieron a la sala, y sigilosamente, salieron por donde habían entrado. Pero algo los esperaba al otro lado. Comenzaron a oir el mismo ruido de pezuñas bajando por las amplias escaleras que conducían al derrumbamiento. Aquella salida no era una opción. Así que decidieron correr hacia el túnel de la izquierda, mientras los pasos se aceleraban y otro bramido les obligaba a taparse los oídos.

Corrieron, pero no lo suficiente. Cayo y Cneo fueron agarrados en la oscuridad y cayeron al suelo, retrasándose. Un golpe de algo enorme hendió el aire ante el rostro de Cayo [punto de destino] fallando por milímetros. El resto del grupo se detuvo, gritando a sus compañeros que dieran señales. Los rugidos eran ensordecedores ahora. De repente, Cneo, haciendo uso de sus últimas fuerzas, invocó de nuevo la Luz de Júpiter e iluminó la escena, cegando por unos momentos a todos los presentes. Se quedaron paralizados al confirmar la luz las sospechas que algunos ya habían tenido. Una criatura enorme, de unos cuatro metros de altura, se erguía ante ellos, cegada momentáneamente. Su cuerpo era humano, pero sus pantorrillas no eran sino las patas de un toro, así como su cabeza, una enorme cabeza de toro que rugía y rugía ensordecedoramente. Cuatro bestiales brazos surgían de sus costados, tres de los cuales empuñaban enormes hachas que ya habían podido ver antes. ¿Era este el legendario minotauro? Cabían pocas dudas. Lucio, que se enfrentó al horror mejor que ningún otro, arrastró a Cayo y a Cneo fuera del alcance de la criatura y junto a Idara y Tiberio corrieron hasta casi caer inconscientes a través de muchos metros de túneles. Con la respiración entrecortada, escucharon en silencio: parecía que habían despistado a su terrible perseguidor.


Sombras en el Imperio - Campaña de Arcana Mvndi Temporada 1 Capítulo 6

Extraños en Creta.

Cornelio mantuvo una conversación con Ictinos eléusida cuando éste le planteó la problemática de la reparación de los desperfectos en el barco. Cornelio vio una oportunidad de aprovechar sus coseñas de vino, vendiéndolas él mismo. A cambio de 20.000 denarios, Ictinos y Cornelio formaron una sociedad con la propiedad compartida del barco, que el romano esperaba fuera productiva en el futuro.

En Cnossos buscaron un sitio donde alojarse, que no cayera demasiado por debajo de la categoría de unos patricios romanos. Un vendedor ambulante de comida les indicó una posada, la Casa de Stavros. Stavros era un posadero atípico. De físico impresionante, lucía un parche en el ojo, una cuidada barba untada y multitud de cicatrices que le daban aspecto de pirata. El griego les cobró un precio abusivo por una jarra de vino que vieron luego confirmado por un precio mucho más bajo que les cobró Ría, la camarera. Al parecer, a Stavros no le gustaban en absoluto los romanos, sentimiento compartido por muchos habitantes de la isla. Tras una conversación que a punto estuvo de acabar a golpes, se marcharon en busca de otro lugar. Lo encontraron rápidamente, aunque no tan cuidado como la anterior posada, pero al menos allí los trataron con amabilidad.

Tras una plácida noche, marcharon a la villa de los tíos de Tiberio, a poco más de un día de camino de la ciudad por caminos poco transitados. Allí no tuvieron un recibimiento muy simpático, y llegar de noche tampoco ayudó a ello. Los familiares de Tiberio todavía no habían llegado a la villa (acudían allí en contadas ocasiones fuera de la temporada veraniega), y los sirvientes les hicieron multitud de preguntas hasta que uno de ellos reconoció al médico. Tras dejarles pasar, les pidieron perdón, pero que sus precauciones estaban totalmente justificadas; en los últimos tiempos, sombras extrañas acechaban por la noche, y los lobos habían proliferado por todas partes. Alguien había maldecido aquella región.

El encargado de los sirvientes, Rentzias, les informó de la cantidad de acontecimientos extraños que sucedían todas las noches y la cantidad de aullidos de lobos que se oían por doquier. También demandó la ayuda de los conocimientos médicos de Tiberio; su hija Aide, de siete años, había enfermado hacía varios días y se encontraba muy mal. Tiberio la examinó. Presentaba erupciones en la piel, fiebre y multitud de otros síntomas que sólo pudo diagnosticar remotamente. Pero algo en ellos le hacía pensar que no se trataba de una enfermedad contraída por medios naturales. Había alguna cosa que no encajaba. ¿Quizá veneno? Pero tampoco conocía ninguno que produjera algo así. Al preguntarle por las circunstancias en las que la niña podría haber contraído la enfermedad, Rentzias respondió que el día anterior había estado jugando con dos amigos, Luren y Sellas, que también habían enfermado. El niño Luren se encontraba también en la villa, presentando los mismos síntomas y la misma progresión que la hija de Rentzias. Sellas vivía en una humilde casa en la aldea cercana. Y allí se dirigieron. La tristeza reinaba en la casa, porque el pequeño acababa de morir hacía unas pocas horas. La madre estaba destrozada y Tiberio, haciendo gala de su generosidad, le dio una bolsa llena de denarios. La mujer le dio las gracias. Como los otros dos niños, la madre de Sellas les contó que su hijo no recordaba dónde se había encontrado jugando el día anterior. Un tanto deprimidos volvieron a la villa.

En la gran casa, la noche distó de ser tranquila. Aullidos de lobos se oían cada pocos minutos, y el viento parecía aullar de tristeza. Alguien llamó a la ventana de la habitación de Idara, que despertó sobresaltada. Una mano tenuemente iluminada arañó con sus destrozadas uñas la madera, ante el espanto de la joven. Tiberio, que no podía conciliar el sueño, notó cómo alguien se sentaba a los pies de su cama. Se incorporó. Se trataba de una niña, pálida en la penumbra, que señalaba algo. Tiberio miró en la dirección del índice y no vio nada. Cuando volvió a girarse, la niña había desaparecido. Dieron órdenes de disponer trampas para cazar a los lobos, pero ningún animal se dejó atrapar por ellas.

En una breve conversación con su mistagogo Cneo Servilio, Tiberio recordó algo que le dijo en una ocasión Turias de Pérgamo sobre la propagación de enfermedades de la que eran capaces los teúrgos del culto a Plutón. Quizá era eso lo que había hecho que los niños cayeran enfermos.

Tras pasar una noche en los bosques en la que no sucedió nada remarcable, el día siguiente dejaron a Zenata con Rentzias y partieron hacia el acantilado donde Tiberio recordaba que estaba la entrada a las ruinas. Cuando llegaron allí, sufrieron una decepción mayúscula al ver que la entrada estaba completamente cegada debido a un derrumbamiento. Un derrumbamiento muy reciente.

Dedicaron las siguientes horas a buscar intensamente por el acantilado y el monte circundante otra posible entrada a los subterráneos. Durante la búsqueda, encontraron un trozo de tela negra enganchada a una roca, que se tornasolaba al exponerse al sol, una tela que nunca había visto ninguno de ellos. La guardaron.

Finalmente, encontraron una caverna bajo el nivel del agua que parecía adentrarse en el acantilado, según una exploración previa que hizo Lucio. Tuvieron que zambullirse con Tiberio haciendo uso de sus extraños poderes para proporcionar luz, accediendo a una caverna de tamaño considerable. La caverna dejaba paso a una galería claramente artificial que se adentraba en la tierra. Al cabo de varias decenas de metros, el paso se veía bloqueado por unos barrotes de un metal desconocido para ellos. Sus intentos por doblarlos, truncarlos o derretirlos fueron totalmente infructuosos. Finalmente, la menuda Idara hizo uso de sus dotes de contorsionismo para pasar por el pequeño hueco. Tras pocos momentos, la antorcha que llevaba iluminó una puerta, una muy grande. La galería se bifurcaba a izquierda y derecha, en sendos túneles que se ensanchaban progresivamente. Tallado en el centro de la puerta, había un símbolo que representaba una cabeza de toro, y a ambos lados de él, dos símbolos representando sendas llamas. La curiosidad fue más fuerte que cualquier precaución: la puerta se abrió sin apenas esfuerzo. Lo que había al otro lado, dejó maravillada a la joven. Una gran estancia que se perdía en la oscuridad, con una especie de nichos en cada extremo que si no fuera por el lugar donde se encontraban habría jurado que eran muelles destinados a atracar barcos. Por todas partes había inscritos símbolos idénticos a los que presentaba su disco y a los que Tiberio recordaba de la infancia.

El grupo se impacientaba ya al otro lado de los barrotes cuando Idara volvió. Por pura casualidad acercó su antorcha a uno de los barrotes, y al calor surgieron en la superficie de éste letras ígneas, en caracteres griegos antiguos. Sólo Cneo Servilio tenía el conocimiento suficiente para poder leerlos, y los recitó en voz alta. Sin ruido, suavemente, el barrote en cuestión se deslizó hacia arriba, dejando el paso libre. Se apresuraron hacia delante, y el "hierro" volvió a deslizarse a sus espaldas. Estaban dentro.

martes, 7 de junio de 2011

La Santa Trinidad - Campaña en Aredia [Rolemaster] Temporada 4 Capítulo 23



Ezhabel
 
En el consejo de guerra que se celebró al amanecer en el campamento, se expusieron varias alternativas para el curso de acción a seguir. Treltarion quería someter las opciones a votación, ya que no estaba seguro de cuál sería la mejor. Él mismo propuso retirarse de forma limitada a la fortaleza guardada por su primo Lútharan, sita a unos cincuenta kilómetros al sur; aunque era posible incluso que la fortaleza ya no existiera, claro. Rûmtor, por su parte, propuso retirarse de forma más absoluta, a la Corona del Erentárna; sin embargo, el haberse quedado sin teleportadores en el ejército haría que el viaje fuera largo y peligroso. Lord Ergialaranindal no quería ni oír hablar de retirarse. Sostenía que, con el ejército ilvo y la Espada del Dolor, tenían la capacidad suficiente para atacar por sorpresa a las fuerzas de lady Angrid, derrotarlas, y luego volver el frente contra el ejército de la Sombra. Enfalath apoyaba a lord Treltarion en su propuesta, como no podía ser de otra forma. Mattren Helner tomó la palabra, indignado. Nadie recordaba a los compañeros ausentes, Ayreon, Demetrius y Leyon. Él votaba por esperar, prevenidos, eso sí, a que volvieran o que al menos dieran señales de vida, antes de tomar ningún curso de acción. Ezhabel no pudo sino dar la razón al Mediador en lo que respectaba a sus compañeros, votando por esperar un tiempo.

Helner insistió con la desaparición de Leyon, porque no veía que los allí reunidos se preocuparan mucho por él. Ayreon y Demetrius habían partido por iniciativa propia, pero el heredero del Imperio había sido aparentemente secuestrado sin ninguna reacción en el campamento. Preguntó a Ezhabel si no tenían ningún medio para detectar su presencia. La semielfa respondió que sospechaba de su partida hacia el norte, pero que no podía precisar nada más. El Mediador se ofreció para partir en su búsqueda con sus dos compañeros, aunque se decidió aplazar la cuestión de momento.

Finalmente, la decisión fue que se enviaría a dos exploradores a lomos de sendos grifos para investigar la situación de la fortaleza de Lútharan. Se estimó que tardarían unos cuatro días en ir y volver, suficiente para esperar el tiempo necesario a los compañeros y decidir tomar el curso de acción adecuado.

Ayreon y Demetrius
 
Mediante una potente canalización, Ayreon consiguió detectar a lord Demmaiah, a unos sesenta kilómetros al noreste de su posición. Por tanto, el paladín y el bardo no se demoraron en pedir audiencia con lord Ar'Kathir. En sus desplazamientos por el valle, Demetrius concitaba cada vez más expectación entre los hidkas. No cesaban de rogarle que repitiera el requiem que había cantado el día anterior, con lo que el bardo decidió repetirlo la mañana siguiente. Mientras Demetrius tranquilizaba a la gente, Ayreon acudió a pedir audiencia con lord Ar'Kathir, pero éste se encontraba ausente, así que preguntó al guardia que le había atendido por Gan'Darrel, la ciudad de lord Renarion, con quien Demmaiah había partido para ofrecer su ayuda. El guardia respondió que, efectivamente, la ciudad también contaba con algunos valles-refugio a donde habría acudido la población en caso de emergencia. Ante la pregunta de cómo y cuánto se tardaría en trasladarse a los valles de Gan'Darrel, el guardia respondió que los hidkas contaban con Túneles bajo las montañas, ahora sellados por seguridad, a través de los que se tardaría no más de diez minutos en llegar. Ayreon abrió mucho los ojos, sorprendido. El único problema, como ya le había dicho, era que los Túneles estaban sellados por seguridad, y sólo Ar'Kathir o uno de los otros Altos Señores tenían la capacidad de volverlos a abrir.

A las pocas horas, el monarca hidka recibía a Ayreon y a Demetrius en su "corte". El paladín le informó de que había detectado a lord Demmaiah en las inmediaciones de Gan'Darrel. Ante la petición de que abriera los Túneles, Ar'Kathir se negó en redondo, no podía poner en peligro a su gente de nuevo, ya habían sufrido mucho. Lo que sí les ofreció fue la ayuda de cuatro guías hidkas con los que podrían partir hacia allí, y una vez asegurados de que no había peligro, abrir temporalmente los Túneles para el traslado de los posibles supervivientes. Eltahim podría transportarlos hasta allí en un primer viaje.

Antes de dormir, ltahim preguntó a Demetrius por sus compañeros targios. Se preguntaba dónde estaban, y qué harían con ellos. Demetrius le aseguró que en cuanto pudieran partirían en su búsqueda, tranquilizándola, pero en esos momentos era imposible, había demasiadas tareas por hacer.

Esa noche, Ayreon soñó con Randor y recordó la sensación de urgencia que le había transmitido el antiguo rey de Esthalia a través del vínculo de canalización. Demetrius, por su parte, tuvo unas terribles pesadillas en las que se veía en medio del fin del mundo. Todo se hundía en un abismo infinito, sin remedio. Sabía que toda la existencia dependía de él, y había fallado. La oscuridad se lo tragaba todo, incluído a él, bajo la mirada acusadora de sus tres amantes, que, entre lágrimas, dejaban entrever una decepción infinita. Casi no pudo dormir.

Por la mañana, a pesar del agotamiento, Demetrius fue fiel a su palabra y volvió a cantar para los hidkas. Hermosa y desgarradora, con ecos que rebotaban en las montañas de alrededor, la melodía conmovió aún más los corazones de los habitantes del valle, que exaltaron a Demetrius con sus gritos de aprobación.

Más tarde se encontraron con sus cuatro guías: Turkal, Rhegan, Bardion y Anandar, que les mostrarían la localización de los valles-refugio de Gan'Darrel. Partirían al día siguiente, cuando Eltahim ya estuviera totalmente recuperada de sus últimos esfuerzos.

Tras otra noche llena de pesadillas, Demetrius volvió a cantar por la mañana. Esta vez se congregaron todos los habitantes del valle sin excepcion, en las riberas del río, en las elevaciones de los límites y en las bocas de las cavernas. Los hidkas eran uno con la melodía. Todos levantaron sus puños en respetuoso saludo al bardo y como muestra de su resolución de venganza. Alguien gritó: ¡GUERRA! Y como una rugiente ola, las voces de los hidkas se elevaron al unísono: ¡guerra! ¡guerra! ¡GUERRA! ¡GUERRA Y VENGANZA! ¡GUERRA Y VENGANZA! ¡GUERRA Y VENGANZA!

Leyon
 
Su marcha no disminuía. Los caballos trotaban sin cesar mientras Leyon luchaba por salir del duermevela al que lo tenían sometido las sombras que los acompañaban. Las montañas orientales de Umbriel eran un espectáculo digno de ver, con sus sombras y resplandores de colores proyectados unos sobre otros. Tanta belleza debía de merecer la pena, ¿no? Por enésima vez, entabló conversación con Carontar, para, torpemente debido a su estado, tratar de sonsacarle algo e intentar cambiar su curso de acción. Continuamente intentaba provocarlo, para levantar alguna reacción que le hiciera bajar la guardia, e intentaba encontrar el momento de escapar. Pero las dos sombras, siempre expectantes, le impedían alejarse. Carontar no cesaba de repetir el castigo que todo y todos merecían. Le interrogó sobre el tema, y sobre si él también merecía ser castigado, como enviado de Ulte que era. Respondió que evidentemente también lo merecía, y que su propio castigo llegaría en el momento adecuado, sin duda alguna.

Ezhabel
 
Se dirigió al campamento donde se encontraba el resto de paladines que los habían acompañado en su viaje, ocho en total. La mayoría eran muchachos casi imberbes, pero también había unos cuantos que habían encontrado la Fe ya en su madurez. Entre estos se contaba Hassler, un esthalio que se había erigido en el líder de facto ante la ausencia de Ayreon y Daren. Arkon, un muchacho más joven, parecía haber tomado el puesto de segundo de a bordo. Estos dos, más un tercero, Lenser, se econtraban discutiendo sobre la necesidad de partir en busca de Ayreon, por lo que Ezhabel pudo discernir con su agudo oído antes de que se dieran cuenta de que llegaba. La semielfa intentó hacerlos desistir de sus planes de abandonar el campamento, si es que existían. Arkon, muy directo, le contó que ya habían estado buscándolo, sin éxito. No obstante, avanzada la conversación, tuvieron una idea: si Ezhabel era capaz de decirles la dirección exacta hacia donde se encontraban Ayreon y los demás, podrían potenciar su canalización para cubrir un rango más extenso.

Por la noche y habiendo consultado algunos mapas, Ezhabel les mostró la dirección exacta en la que debía de encontrarse el brazo de Emmán y sus compañeros. Los jóvenes -y no tan jóvenes- paladines procedieron a colocarse en círculo alrededor de Hassler. A Ezhabel se le erizó el vello de la nuca. Debían de estar canalizando su poder hacia su líder. Unas trompetas celestiales sonaban de fondo en la noche, incluso por sobre el canto de los grillos y los animales nocturnos; una cortina de luz bajaba del cielo hacia donde se encontraban, como un ligero encaje plateado y brillante; en las espaldas de Hassler brillaron durante unos momentos unas alas de Luz, y su rostro brillaba con un resplandor celestial mientras reflejaba un soberano esfuerzo, una tensión que ponía cada uno de sus músculos en tensión [Tirada de canalización 100]. A los pocos instantes, la tensión se relajaba, y con la voz entrecortada, Hassler susurró que Ayreon se encontraba sano y salvo y a unos doscientos cuarenta kilómetros de distancia. Con eso, los paladines se darían por satisfechos, al menos unos días. O así lo esperaba Ezhabel.

Tras dejar a los paladines, Ezhabel pudo ver cómo llegaban unos jinetes al campamento. Montaban corceles élficos. Fue Enfalath quien salió a su encuentro, dirigiéndolos a la tienda de lord Treltarion. Ezhabel se apresuró hacia allí, y llegó a la vez que ellos. Los visitantes resultaron ser lord Tarlen, el capitán de la guardia de Harudel, junto con cuatro acompañantes. Tarlen saludó con un gesto a Ezhabel, reconociéndola. Dejó fuera de la tienda a dos de sus acompañantes. La razón oficial de su visita obedecía a saber si Treltarion había cambiado ya de opinión respecto al liderazgo de lady Angrid. Pero no tardó en sincerarse entre susurros. Aprovechaba la visita para expresar sus inquietudes personales. Preguntó si estaban seguros de que lady Angrid era en realidad Selene. También comunicó que en Harudel se estaban levantando voces discordantes respecto a la alianza con el ejército de la Sombra. A él mismo le parecía extraño todo aquello. Todos los presentes le dieron las gracias por la información, y escribieron una ficticia contestación para lord Enthalior sobre su firmeza respecto a la candidatura de Treltarion. Tarlen partió, asegurando que mantendría el contacto.

Ayreon y Demetrius
 
Temprano y con la ayuda de los cuatro guías, el grupo escaló a una cima cercana, desde la que Eltahim dispondría de una buena vista para transportarlos lo más cerca posible de Gan'Darrel. Tuvieron buen cuidado de no acercarse a la ciudad, recordando lo que ya les había sucedido en Re'Enthilgas. Utilizando a lord Demmaiah como foco y con la ayuda de los hidkas, se transportaron directamente hasta el valle-refugio. Desgraciadamente, los transportes de Eltahim eran muy agresivos para el cuerpo, y en cada salto alguno de ellos se desmayaba o vomitaba.

Los refugiados en el valle mostraban un aspecto incluso más penoso que el de los refugiados con Ar'Kathir, la mayoría lucía vendajes ensangrentados o renqueaba por alguna herida. Pocos eran los civiles que se habían podido salvar. El líder del valle, Ar'Thuran, no tardó en recibirlos en su presencia. Lord Demmaiah se encontraba en coma y muy malherido, con una pierna cercenada y una herida grave en el abdomen. Ayreon hizo todo lo que pudo por él, y consiguió estabilizarlo.

Inmediatamente procedieron a prepararlo todo para marcharse a través de los túneles, y en pocas horas ya se encontraban con los refugiados en la entrada. Ayreon contactó canalizando con lord Ar'Kathir, y a los pocos instantes la entrada al túnel, que dejaba pasar a cuatro personas a la vez, se abrió. Justo cuando los dragones llegaron al valle. Oleadas de destrucción se abatieron sobre ellos. Ayreon no tardó en invocar el poder de Eglaras y remontar el vuelo como Campeón de Emmán, protegiendo a los hidkas que atravesaban el túnel rápidamente. Demetrius no cesaba de lanzar hechizos, pero sin Mandalazâr había perdido gran parte de su poder. Un ejécito de Trolls había conseguido traspasar también las puertas del valle. Por fin, con un número reducido de bajas, pudieron entrar todos en los Túneles y cerrarlos hasta llegar al otro lado.

Ezhabel
 
Por la mañana, lord Treltarion convocó a Ezhabel a su presencia. El Señor Élfico creía que la semielfa estaría interesada en conocer las nuevas que habían llegado desde la Corona del Erentárna. Avaimas había contactado con él. Le había comunicado que los santuarios élficos del Erentárna habían sido arrasados por el ejército de la Sombra, y que los supervivientes habían acudido a Nímbalos a duras penas. Uno de los elfos recién llegados respondía al nombre de Cirandil, y había preguntado por Ezhabel. Junto con él y sus compañeros, habían llegado también varios elfos malheridos, y concretamente, uno de ellos en coma; se trataba de lord Aldarien, señor de Lasar y padrastro de la semielfa.

Tras contarle todo esto, se acordó que lord Rûmtor se ausentaría un par de días para visitar Nímbalos (a través de un portal abierto por Avaimas) y supervisar la situación. Ante esto, Ezhabel pidió a Treltarion poder acompañar a Rûmtor hasta Nímbalos. Sin embargo, la Espada del Dolor era una pieza fundamental en la defensa del campamento y la única razón por la que Enfalath y los otros creían que los enemigos no les habían atacado todavía. Así que Treltarion le dio permiso para ausentarse como mucho una hora, antes de que en los campamentos enemigos se apercibieran de que Nirintalath ya no estaba con ellos.

Leyon
 
Tras varios intentos fallidos, consiguió desviar el rumbo que llevaban. Pero no duró mucho, Carontar parecía capaz de leer sus pensamientos más íntimos, y amenazante, le preguntó por qué trataba de engañarlo. Leyon expresó su preocupación sobre qué iba a hacer cuando llegaran a su destino, y por qué tenía tanto interés en hablar con la mujer. Carontar contestó, impertérrito, que su interés no era sino limitado, y en absoluto le era imprescindible. No iba a soportar más preguntas, y la próxima vez que algo se saliera de lo normal, si Leyon quería el "perdón", él se lo daría sin dudarlo y sin avisarle.
Carontar se retiró a dormir, dejando a las sombras encargadas de Leyon, como siempre. Éste elevó sus plegarias, como cada noche que le era posible, y justo al acabar pudo ver por el rabillo del ojo cómo a lo lejos, una figura vestida con una túnica de color claro y capucha, lo observaba desde un altozano. Al girar la mirada, la figura ya no estaba allí. Las sombras parecían haberse agitado inquietas por unos segundos.

Ayreon y Demetrius
 
Durante dos días estuvieron caminando junto a los hidkas por los Túneles. Alguien se había equivocado muchísimo en la estimación del tiempo, al parecer. Pero su preocupación no tardó en disiparse cuando Turkal les explicó que el tiempo allí pasaba de modo diferente al del mundo exterior. Efectivamente, al llegar al valle de Ar'Kathir no habían pasado más de diez minutos en el mundo real. Los Túneles debían de ser algún tipo de portal dimensional donde el tiempo se retorcía. Justo en el momento de salir del túnel, lord Demmaiah se despertó bruscamente, quejándose a gritos de su pierna cortada. De repente, pareció darse cuenta de su situación y reconoció a Demetrius y Ayreon. Con una profunda pesadumbre, dijo: "Fue terrible. Fue como si se abriera...". No pudo más. Las fuerzas lo abandonaron y cayó dormido.

Esa noche, Demetrius volvió a soñar con el fin de todas las cosas, en un sueño que ya se había convertido en recurrente cada noche. Pero esa noche fue diferente. A medida que todo se hundía, una risa comenzó. Una risa poderosa, como un alud, que lo inundó todo en el mundo. Cada vez más potente y estremecedora. Parecía que le iban a estallar los oídos. Ayreon también la oyó en su sueño, fuera cual fuera, hasta que sólo existió la risa ensordecedora y la desesperación. Justo antes de despertar entre alaridos y totalmente aterrados, Ayreon oyó cómo la voz de Emmán, que conocía tan bien, gritaba en su sueño "A-y-u-d-a-a-a". El plano celestial había sufrido una oleada de Sombra que, al ser capaces de detectarla, los había dejado durante unos minutos totalmente fuera de combate.

Leyon
 
Una extraña y aterradora risa se había convertido en todo su sueño. Y una débil voz femenina le pedía ayuda, desesperada, una y otra vez. Él, el heredero de todo un Imperio, no podía evitar que su corazón se partiera al no poder atender esa petición.

La Santa Trinidad - Campaña en Aredia [Rolemaster] Temporada 4 Capítulo 22



Leyon

Llegada la noche, Leyon se arrodilló para elevar sus oraciones a la que él suponía que era Ammarië; pero apenas le había dado tiempo a hacerlo cuando oyó a sus espaldas un susurro grueso y solemne que le preguntó: "¿merece la pena?". Se trataba de Carontar, que había conseguido entrar de alguna manera en su tienda esquivando tanto a los guardias como su propia vigilancia. Leyon le preguntó que a qué se refería. Carontar le contestó si merecía la pena rezar todas las noches por algo que estaba destinado a fracasar. Así se inició una conversación que duró varios minutos en la que Carontar reveló al heredero del imperio la percepción que había sentido al verlo. Sabía que era el elegido de un avatar para ser su brazo en el mundo, y sabía también que Leyon había sido convocado con urgencia a algún lugar. Éste intentó negar las afirmaciones de Carontar pero el hijo de Natarin se mostró inflexible y convencido. Volvió varias veces a la cuestión de si merecía la pena, a lo que Leyon respondía una vez tras otra que sí, hasta que Carontar pareció fundirse con las sombras y desvanecerse. Al instante hicieron su aparición en la tienda Enfalath y Treltarion separados tan sólo por unos pocos segundos; según decían había notado una presencia extraña en el campamento y la habían rastreado hasta allí. Leyon les relató su encuentro con Carontar y lo que éste le había preguntado. Treltarion respondió que si verdaderamente el visitante era Carontar, había cambiado mucho; desde luego en otros tiempos el hijo de Natarin no se habría preocupado por unas cuestiones tan sutiles; la metafísica no era precisamente su fuerte. Tras las preguntas de rigor sobre cómo había llegado Carontar allí y la ignorancia del Leyon, Enfalath dijo que doblaría la guardia alrededor de la tienda y Treltarion le recomendó vehementemente que tuviera mucho cuidado con Carontar; por lo que le había contado manejaba ahora poderes que lo hacían más peligroso si cabía.

Ayreon y Demetrius

Demetrius, Ayreon, los paladines Daren y Ezequiel, Eltahim, Arilhim y Verritar atravesaron el portal y llegaron a la ladera de una montaña cercana a Re'Enthilgas, desde donde no se podía ver la ciudad. Arilhim se levantó levitando y a lo lejos, al este, pudo ver lo que había sido la Ciudadela de Re'Enthilgas. Desde la distancia parecía haber sido arrasada y no había ni rastro de la población. Verritar abrió otro portal con el que no les costaría llegar hasta allí. Dicho y hecho, el portal (opaco, ya que los portales de Verritar tienen una superficie que recuerda al agua) fue creado sin esfuerzo y acto seguido lo atravesaron.

Al llegar a la antigua ciudad, todos sin excepción sintieron una sensación horrible de malignidad extrema. La oleada afectó al grupo completo, pero sobre todo a los paladines y a Demetrius, más sensibles a este tipo de influencia. Todos quedaron inconscientes a excepción de Eltahim, que sin embargo no pudo hacer nada por evitar lo que siguió.

Ezhabel

En su encierro, Ezhabel recibió la visita de Nirintalath. El espíritu de dolor le preguntó sin ningún tipo de apremio si deseaba que la ayudara a salir de allí. Ante la negativa del Ezhabel, que pretendía averiguar más cosas sobre la situación de Enthalior, Nirintalath le preguntó si deseaba que ella intentara averiguar algo. La semielfa respondió que evidentemente sí, qye averiguase todo lo que pudiera. Al punto, Nirintalath desapareció.

Leyon

Tras participar todo el día en inacabables conversaciones sobre logística y estrategia junto con Treltarion y su consejo de guerra, Leyon empleó el atardecer para entrenarse en combate. Una frugal cena y se retiró a su tienda (donde se encontraban apostados seis elfos) para elevar sus oraciones a Ammarië. Esta vez no fue interrumpido, pero al girarse para meterse en la cama allí estaba: Carontar con un amago de sonrisa en la cara, una sonrisa que de ningún modo se reflejaba en sus ojos. El brazo de Ulte tenía la mano derecha sobre la espada Faughor, que apoyaba orgullosamente en el suelo. Esta vez la presencia de Carontar era mucho más... intensa. Leyon empezó a experimentar un sentimiento de culpa enorme, insoportable, como jamás había vivido; todos sus pecados cayeron sobre él con el peso de mil montañas. Tras unos segundos de resistencia sus ojos se bañaron en lágrimas y no tuvo más remedio que buscar confesión en Carontar, que ahora le inspiraba una profunda confianza y su único medio de redención. Evidentemente, todo estaba provocado por la influencia de Faughor. Tras escuchar su confesión, Carontar le habló. Le instaba a darse cuenta de que realmente nada merecía la pena, los pecados de Leyon, por graves que pareciesen no eran nada comparados con otras confesiones que había tenido que escuchar (y por supuesto, retribuir). No valía la pena luchar por salvar este mundo. La cesta de manzanas se había podrido definitivamente. Leyon, profundamente influido, no tuvo más remedio que escuchar toda la charla del elfo; no replicó, aunque tampoco fue convencido. A continuación, Carontar le hizo una petición: "llévame hasta ella Leyon, necesito verla". Leyon intentó resistirse a la petición, pero no pudo [tirada 06, abierta a la baja por la suerte dramática de Leyon]. Aceptó, y al instante las sombras parecieron envolverle. Entró en un extraño estado de trance.

Ezhabel

Nirintalath informó a la semielfa de que había muchísima actividad en el mundo onírico. La manifestación de esa zona estaba ocupada por una especie de laberinto que había sido creado artificialmente. Se necesitaba alguien muy poderoso en el mundo de los sueños para conseguir levantar tal monstruosidad. También dijo que era muy posible que Selene ya la hubiera detectado. Ella, desde luego, ya había sentido a la kalorion.

Al cabo de unas horas, apareció en la puerta de su habitación lord Auren, capitán de la guardia de lord Enthalior e interrogador real, acompañado de varios alen'tai. Le hizo varias preguntas sin mucha importancia, hasta que llegó él tema importante: sabían que era la portadora de Nirintalath y querían asegurarse de que no había venido a hacer daño a nadie. ¿Por qué lo había ocultado? Además, no les gustaba nada la idea de tener a Nirintalath en la fortaleza. Las profecías y las antiguas leyendas explicaban las desgracias que Nirintalath acarreaba en su entorno. Pregunto a Ezhabel si conocía esas profecías y cuál era la actitud de Treltarion hacia ella. La semielfa respondió lo mejor que pudo a todas las preguntas, aguantando la compostura y siendo educada, y también aprovechó para comentar la suplantación de identidad que Lady Angrid estaba sufriendo a manos de Selene. Auren se sorprendió a ojos vista, y advirtió a Ezhabel que esa era una acusación sumamente grave sin pruebas que la corroboraran. No obstante, Ezhabel pudo convencerlo finalmente de que había fundamento en lo que decía, y Auren dijo que permanecería ojo avizor. Tras varias horas, el lord interrogador se dio por satisfecho y propuso a Ezhabel dejarla marchar libremente si partía inmediatamente y en paz; evidentemente, le preocupaba Nirintalath hasta el punto de preferir liberar pacíficamente a Ezhabel que tenerla entre sus muros.

Ayreon y Demetrius

Ayreon y Demetrius despertaron a duras penas con una bruma oscura que les nublaba los ojos y un fuerte embotamiento general de sus sentidos. Estaban en la oscuridad, en lo que parecían ser celdas excavadas en la roca. Sólo un poco de claridad se filtraba a través de un ventanuco en la puerta de la celda. Cada uno estaba en su propia celda, custodiada por uno o varios guardas. Los habían separado a todos. La humedad les calaba la ropa y el cuerpo les dolía por el incómodo jergón el que se encontraban. Demetrius, pero sobre todo Ayreon, notaban como éxitos oscuros se habían entretejido alrededor suyo y les impedían desenvolverse con soltura. Además, uno de sus tobillos estaba envuelto por un grillete cogido a la roca de un material extraño y que ya habían visto antes: se trataba de los grilletes con los que los elfos oscuros capturaban a personas con capacidades mágicas y las sometían a su voluntad. Una sensación de pánico invadió a Demetrius al darse cuenta de esto. Y Mandalazâr no estaba en su funda. Pero lo peor estaba por llegar: pasado un tiempo que no supo determinar si se trataba de minutos o de horas, Demetrius recibió la visita de un grupo de sirvientes de la Sombra. Se trataba de Bagrah "Garra Sangrante" el Inquisidor Oscuro; Gardere, apóstol de Selene, y la peor, una elfa oscura que ya conocía: Rizhrïn, maestra del Dolor y apóstol de Lalaith, que lucía en su cintura un Agiel, objeto parecido a un sonajero única y exclusivamente destinado a infligir dolor allí donde hiciera contacto con la piel, y que Demetrius y Ezhabel ya habían sufrido en sus carnes hacía años en los subterráneos de la Gran Biblioteca de Doedia cuando habían sido apresados por la Sombra. El bardo sintió pavor al ver a la elfa oscura. No quería volver a pasar por aquello. No estaba preparado. Pero comenzó a sufrir. No tardó mucho desmayarse.

Ayreon no se impresionó tanto al ver al grupo oscuro llegar. Él no había sufrido las torturas que Ezhabel y Demetrius habían padecido hacía años a manos de los maestros del dolor. Lo que sí le impresionó fue el aura de extrema malignidad que emanaba del tal Bagrah. Sólo había sentido algo así al tratar con kaloriones. Debía de tratarse de alguien importante. La primera visita fue simplemente de "cortesía". De momento el agiel no lo tocó. Se limitaron a preguntarle por su relación con Emmán, por Églaras (la cual todavía llevaba en su funda, no habían podido tocarla) y por la firmeza de su fe. Ayreon, mareado, no contestó a sus preguntas, ante la sonrisa del extraño hombre lagarto que hablaba con un tremendo siseo y de la elfa oscura que llevaba el sonajero a la cintura.

Al cabo de un rato, Ayreon pudo oír la voz de Eltahim. La mujer estaba gritando, desgarrada, rota, como nunca la había oído el paladín. La estaban haciendo sufrir terriblemente. Pero no podía hacer nada, todavía estaba sin fuerzas. Demetrius estaba inconsciente y no pudo oírla.

Tanto Ayreon como Demetrius intentaron liberarse de sus respectivos grilletes, pero algo en su interior les advirtió de que no era buena idea [sendas tiradas de resistencia fallidas], así que desistieron por el momento.

Leyon

Leyon se despertó en medio de un prado, en la pendiente una colina que bajaba hasta un río. A lo lejos se veía alzarse una ciudad en el punto en el que el río desembocaba en el mar. Era de noche y Carontar estaba con él. Dos sombras se movían continuamente a su alrededor: guardianes de Carontar. Éste le preguntó hacia dónde debían continuar. Leyon trató de resistirse y no decírselo, pero sin éxito. Sus sentimientos volvían a estar magnificados y por el momento confiaba en el criterio del elfo. Sugirió conseguir pasaje en un barco y tras una breve conversación, las sombras lo envolvieron.

Ayreon y Demetrius

El infierno se desató para el paladín y el bardo, pero sobre todo para Ayreon. Se cebaron con él. No le dejaban dormir ni dos horas seguidas antes de recibir periódicamente la visita de Bagrah y Rizhrïn. Continuamente le preguntaban quién era su señor, y le instaban, no ya a renunciar a él, sino a convertir su culto a la Sombra. Ayreon tenía claro que eso hubiera sido traicionar a su Avatar (a él mismo) y se mantuvo firme. Pero el dolor... el dolor lo llenaba todo, no podía ver, no podía pensar, su corazón era fuerte, pero nunca había tenido ni idea de que su cuerpo fuera tan débil, tan... mundano. Los esbirros de la Sombra se habían propuesto "quebrarlo", como ellos decían, pero antes la muerte que traicionar todo aquello en lo que creía. El agiel le tocaba el pecho, las plantas de los pies, la boca, el oído... todo él era una masa palpitante, no podía pensar. No le quedaba voz para gritar ni lágrimas para llorar. Sólo le quedaba su fe, y eso no lo quebrarían. Desde luego, si la dimensión infernal existía, debía de ser algo muy parecido a esto.

Transcurrido un tiempo indeterminado para los sentidos de Demetrius, éste recibió la visita de Bagrah, acompañado de nueve apóstoles de diferentes kaloriones. Por suerte, Rizhrïn no había acudido. Sin mediar palabra, Bagrah puso su mano a unos centímetros de la frente de Demetrius, y éste sintió cómo sus pensamientos afloraban a la superficie. Se resistió, no una sino varias veces, y con éxito. Bagrah, airado, puso su mano en contacto con la frente del bardo. El contacto era extremadamente frío, y Demetrius lanzó un golpe desesperado con su mano de laen, el regalo de Avaimas. Ante la sorpresa del inquisidor oscuro, su brazo se rompió como si fuera papel, con un chasquido. Siseó algo ininteligible y los acólitos comenzaron a entonar cánticos. Todos a una dirigieron su puño hacia Demetrius, que cayó en un profundo sueño al instante y tuvo las peores pesadillas de su vida en un breve lapso de tiempo. Se veía perdiendo su poder, cayendo en el abismo hacia el palio, y cómo su negligencia arrasaba el mundo, acabando con toda vida.

Leyon

Se despertó en la oscuridad, alumbrado sólo por una vela, con el balanceo -y el olor- típico de un barco de carga. Durante dos días de viaje Carontar y él mantuvieron una conversación casi continua. El Brazo de Ulte tenía un tono extremadamente pesimista y siempre volvía sobre el tema recurrente: preguntaba a Leyon si realmente creía que merecía la pena luchar por el asqueroso mundo en que vivían. Leyon intentó subirle la moral, y convencerlo de que apoyar a la Luz era el camino correcto, pero Carontar siempre daba al traste con sus tentativas.

Ayreon y Demetrius

Ayreon había perdido ya la cuenta de las visitas de Rizhrïn. Había desistido de dormir. Pero su cuerpo necesitaba recuperarse, y dormitaba cuando se despertó bruscamente con el agiel en el oído. Su voz le fallaba, sus gritos ya no salían de la garganta. Por enésima vez, intentó empuñar a Églaras para asestar un golpe a la repugnante elfa oscura, pero no le quedaban fuerzas. Entre brumas, volvieron a preguntarle sobre Emmán y sus vivencias en relación con él. En un último gesto de desafío, murmuró que podían hacer lo que quisieran, no les iba a decir nada. Empezaron varias horas de dolor infernal, la sesión más cruel hasta el momento, que lo dejó prácticamente muerto; sólo sus nuevos poderes de curación lo mantuvieron con vida. La elfa hacía honor a su nombre como Maestra del Dolor, y lo mantenía consciente justo cuando estaba a punto de traspasar el filo. En un momento dado, Bagrah el Inquisidor le tocó en la frente. Y vio cosas. Vio una sala enorme con venas de magma que procedían de las profundidades de la tierra, en la que se encontraban varios "ataúdes" de cristal; en ellos se encontraba lord Natarin, varios elfos desconocidos, un titán, y detrás de todos ellos, la personificación onírica de Khorvegâr, que se reía sin cesar.

Demetrius despertó de sus pesadillas con una ráfaga de aire en la cara. Estaba en el exterior. La malignidad lo envolvía todo. Consiguió entreabrir los párpados a duras penas, y lo que vio lo dejó helado, si hubiera podido sentir algo. El frío era intenso; los edificios, parecidos a una representación en el mundo onírico, pero diferente, más sombría. Por todas partes se veían sombras translúcidas parecidas a espíritus cuya imagen iba y venía sin cesar, vagando sin rumbo. La malignidad que emanaba de todo era absolutamente perturbadora. Los colores iban y venían también, y había una niebla gris verdosa omnipresente y ominosa, que parecía envolver a los seres vivos en su deambular. Al frente, a varios metros de distancia en una antigua plaza, se abría un portal negro como el más profundo abismo. Demetrius intentó moverse, pero era imposible. Y Mandalazâr hacía muchos días que había desaparecido. Una voz potentísima y terrible retumbó desde el portal: "¡¡APRESURAOS!! ¡NO HAY TIEMPO QUE PERDER!". Algo horrible esperaba al otro lado.

[Demetrius sacrifica un punto de destino]

Ayreon despertó de su inconsciencia sobresaltado por un increíble grito. Era la voz de Eltahim. Cuando parecía a punto de ahogarse, en lugar de callar el grito aumentó todavía más de intensidad, y más, y más, hasta que lo llenó todo. Todo era aullido y dolor, Ayreon también gritaba, todo su cuerpo era un enorme aullido de dolor. Y la oscuridad lo cobijó en sus brazos.

Leyon

El barco atracó en un puerto bajo una intensa lluvia. Como no tardaría en enterarse Leyon, se trataba del puerto de Ekthia, en el Reino Monástico de Umbriel. No salía del incómodo duermevela en el que se encontraba. Las sombras lo guiaron por la cubierta del barco, hacia Carontar, que ya esperaba en la orilla. Vio que toda la tripulación, contrabandista, yacía sobre la madera en charcos de sangre. La cubierta estaba pegajosa al caminar por ella. Carontar les había dado su justo castigo, después de que ellos reconocieran sus pecados. Habían cometido crueldades demasiado terribles para ser mencionadas, y debían recibir su adecuada retribución. Amparados en las sombras llegaron a las afueras de la ciudad. Tras conseguir dos caballos, montaron y continuaron su viaje hacia el Norte. A medida que viajaban a latitudes más altas, Leyon oía con mayor claridad la llamada que lo guiaba.

Ayreon y Demetrius

Ayreon soñó. Durante largo tiempo. Hasta que la presencia de Randor en su cabeza con una sensación de urgencia extrema lo despertó. Estaba destrozado, pero sus capacidades habían tenido efecto durante el sueño; se había recuperado de la mayoría de problemas graves. Eso si no contaba con el entorno. Un calor desmesurado los envolvía a él, a Eltahim, a Demetrius y a Ezequiel. Ni rastro de Arilhim, Verritar ni Daren. Se encontraban sobre una enorme roca. Y la roca se desplazaba sobre un enorme mar de magma incandescente. Donde antes había habido montañas, ahora sólo había un cráter con varias decenas de kilómetros de radio. La sacudida a la realidad había sido tremendamente fuerte. ¿Dónde estarían los que faltaban? Demetrius despertó y le habló del portal al que lo estaban conduciendo cuando el grito lo llenó todo. Quizá ya se los habían llevado. Églaras estaba en su vaina, pero del arpa Mandalazâr no había ni rastro. Un problema más.

Se centraron en salir de allí. Tenían hambre y sed, y la lava no ayudaba a aliviar esas sensaciones. A duras penas, Eltahim los sacó de allí, saltando de roca en roca. En un bosquecillo cercano encontraron agua y algunas plantas comestibles, y un buen prado donde descansar. Presentaban una estampa lamentable, con las ropas rotas, el rostro lleno de sangre y hollín, los pelos medio quemados y los ojos rojos por el azufre. Se asearon como pudieron.

Una vez estuvieron más o menos recuperados, Ayreon intentó canalizar hacia el señor de los hidkas, y Demetrius intentó sintonizar con el arpa, ambos sin resultado.

Ezhabel

La semielfa participó en el consejo de guerra de Treltarion sustituyendo a Leyon, que había desaparecido unos días antes, por requerimiento del elfo ancestral. Treltarion pretendía la ayuda de Ezhabel y Nirintalath en la reunión que se iba a celebrar en breve. Había llegado un mensaje con un halcón en el que se convocaba una asamblea élfica con Enthalior, Angrid, Cargalan y Treltarion como asistentes. Ezhabel intentó convencer a Treltarion de retrasar la reunión o retirarse para esperar tiempos mejores, pero sin éxito. La reunión tendría lugar al día siguiente, en los salones de la fortaleza de Harudel.

En la reunión, acudieron los cuatro dirigentes élficos junto con sus séquitos, y Ezhabel recibió una mirada muy apreciativa de Selene. La capacidad de convicción de Treltarion no sirvió de nada. Enthalior otorgó su apoyo a lady Angrid, al igual que Cargalan. Treltarion, como no podía ser de otra manera, se opuso al nombramiento. No estaba dispuesto a admitir a alguien de dudoso libre albedrío como reina. La discusión subió mucho de tono con la acusación de Treltarion, hasta que apareció Nirintalath entre ellos y el ambiente se enfrió instantáneamente. Treltarion y su séquito partieron sin demora. Al llegar al campamento, Enfalath dispuso a las tropas en orden de batalla, en previsión de algún movimiento traicionero de Selene.

Ayreon y Demetrius

Durante dos días seguidos, Ayreon intentó canalizar hacia Ar'Kathir, el antiguo señor de Re'Enthilgas, sin éxito. La tarde del segundo día, Demetrius pudo ver a lo lejos los destellos de las armaduras de un contingente que se acercaba desde el oeste. Tomaron las precauciones necesarias, pero desistieron de ellas al ver que las tropas que se acercaban no eran otros que los enanos de Zordâm, que habían enviado al encuentro de Eraitan unas semanas antes. Eran sensiblemente menos; su número se había reducido de casi cincuenta mil a sólo veinte mil. El propio general enano estaba herido. Ayreon no tardó en recuperar su pierna rota. Zordâm les explicó que habían conseguido dar con Eraitan y unir sus fuerzas, pero que a los pocos días habían sido poco menos que masacrados por una mujer verdemar que no podía ser otra que la portadora de la Espada del Dolor, y un ejército de sombras demoníacas que los atacó. Demetrius se apresuró a explicarle que la Espada del Dolor había cambiado de manos y ya no era una amenaza, en previsión de su futuro encuentron con Ezhabel.

Ayreon y Ezequiel sanaron a los que estaban más graves, y tras esto decidieron el curso de acción. Ayreon, Demetrius y Eltahim se quedarían para contactar con los hidkas, y Ezequiel acompañaría a los enanos hacia el este, para reunirse con el ejército de Treltarion. Zordâm dijo que su intención no era esa, sino volver a su ciudad natal, para recuperarse y explicar la situación a su rey. No obstante, a Demetrius no le costó convencerlo de postergar su vuelta [tirada abierta de persuadir y pifia del enano], y el día siguiente partirían con Ezequiel hacia Harudel.

Nada más partir los enanos, Ayreon consiguió detectar la presencia de lord Ar'Kathir, a unos cuarenta kilómetros al norte. Eltahim se encargó de acercarlos rápidamente hasta allí.

Ezhabel

El campamento de lady Angrid se trasladó enseguida a la sombra de las murallas de Harudel, uniéndose con la gente de Enthalior.

La noche del segundo día, los vigías dieron la alerta de que un ejército de la Sombra se acercaba desde el este, iluminando su camino con antorchas. El contingente se componía exclusivamente de humanos y de una docena de dragones; constaba de no menos de doscientos mil efectivos. Algunos estandartes les eran familiares del ejército oscuro que había asediado la capital élfica. Treltarion exhaló un grito de rabia. Y a regañadientes, ordenó levantar el campamento.

Ayreon y Demetrius

Por fin llegaron al valle oculto que les había indicado Ar'Kathir en su anterior encuentro. No había ni rastro de los hidkas. Demetrius, haciendo uso de sus capacidades bárdicas, los llamó lanzando un potente grito. A los pocos momentos, diferentes señales luminosas los guiaron a través del valle, a una entrada secreta, perfectamente disimulada. Los guardias les franquearon el acceso al verdadero valle oculto.

Por doquier los hidkas se encontraban enterrando a sus muertos. Los cánticos fúnebres profundos y bellísimos, entonados por las mujeres, les llegaban desde todos lados, conmoviéndoles hasta la médula. El ambiente era pesimista y gris. Ni siquiera los niños reían.

Ar'Kathir los recibió en sus salones cavados en la roca, con un gesto de profunda tristeza, que les encogió el corazón. Sus ojos transmitían perfectamente sus sentimientos, y en ese momento la pena lo inundaba todo. El monarca hidka preguntó qué era lo que había pasado hacía unos días, que había hecho que dos de los cuatro refugios secretos desaparecieran. Los muertos y desaparecidos hidkas se contaban por millares. ¿Cómo podía ser que hubieran desaparecido las montañas? Ayreon le contó toda la verdad, con todo lujo de detalles. Ellos habían sido los responsables, pero bajo unas torturas que nadie hubiera podido resistir. Una chispa de ira acudió a los ojos del hidka, pero también la empatía con el grupo. Lo comprendía. Y lo que había hecho la Sombra con su ciudad era mejor que no existiera.

Tras digerir toda la información, Ayreon y Demetrius pidieron la ayuda de los hidkas en esa hora oscura. Ar'Kathir respondió que la tendrían, siempre y cuando les permitieran guardar tres días más de luto y averiguasen qué había sucedido con lord Renarion. Eso les recordaba que lord Demmaiah, el cuñado del primarca lord Ergialaranindal, se había quedado con Renarion para colaborar, y tenían que contactar con él.

Demetrius, conmocionado por la desgracia de los hidkas, pidió permiso para entonar un canto por los muertos, y le fue concedido. Desde una ladera elevó su voz y todo el mundo calló para oírlo. El canto estremeció a todos los habitantes del valle, del primero al último, que lloraron desconsoladamente; pero también habló de esperanza, y de la necesidad de honrar la memoria de los muertos luchando contra la Sombra y llevando la liberación a Aredia, y por primera vez en muchos días, los corazones de los hidkas se levantaron, llenos de ira y resolución.

La Santa Trinidad - Campaña en Aredia [Rolemaster] Temporada 4 Capítulo 21


La mañana siguiente, Ezhabel intentó aproximarse a la ciudadela de Harudel discretamente para investigar las proximidades e infiltrarse. No pasó mucho rato sin que se diera cuenta de que la estaban siguiendo. Tras esconderse discretamente detrás de un árbol, una voz conocida habló. Se trataba de la voz átona de Nirintalath, que llamaba a la semielfa. Tras salir de su escondrijo, Ezhabel pudo ver que Nirintalath estaba acompañada de Ghilaren, su portadora actual. La Espada del Dolor ofreció su ayuda a Ezhabel con la condición de que le proporcionara el máximo sufrimiento de los enemigos durante su correría. La semielfa le respondió que no necesitaba su ayuda, e irónica, preguntó a Nirintalath si no estaba segura de que necesitaba algo que ahora no tenía al no portarla ella. Empezaba a ver que Nirintalath, si ello era posible, la echaba de menos. La ira del espíritu de dolor explotó una vez más; Ezhabel se retorció al sentir cómo millones de agujas se clavaban en su cuerpo. Cuando se recuperó, Nirintalath ya se había ido y sólo quedaba Ghilaren.

Ante la sorpresa de la semielfa, Ghilaren rompió a llorar desconsoladamente. Al tiempo que lloraba, pedía a Ezhabel que la matase. Que la matase, que la matase, no cesaba de repetirlo. La semielfa, atónita, intentó por todos los medios consolar y tranquilizar a la nueva portadora. Tras un largo lapso lo consiguió y su carisma natural proporcionó confianza a Ghilaren. Ésta, entre sollozos, contó a Ezhabel que desde que Nirintalath se encontraba con ella había perpetrado cosas horribles, entre ellas matar a su propio abuelo, Irainos ahora llamado Eraitan. Ezhabel abrió mucho los ojos: ¡esta elfa también era nieta de Eraitan! Cuando se tranquilizó la interrogó sobre el tema, pero resultaron ser parientes muy lejanas. Mientras le contaba esto no cesaba de repetir que debía matarla o liberarla de Nirintalath; no lo soportaba más, la espada del dolor la hacía sentirse como si fuera otra persona. Finalmente llegó un momento en que la elfa pareció oír algo y desapareció corriendo en la espesura. Ezhabel se apoyó en un árbol para descansar pero no pasó mucho tiempo antes de que oyera voces procedentes una patrulla de elfos oscuros. Se alejó discretamente.

Entre tanto, desde el campamento, el resto del grupo pudo advertir cómo un contingente enorme se aproximaba hacia el campamento de la Sombra desde el sur. Se componía de unos doscientos mil efectivos y entre ellos se encontraban trolls, elfos oscuros, ogros y orcos.

Por la noche Ezhabel recibió la visita en sueños de Nirintalath. Con su aspecto de niña, el espíritu intentaba refrenar la ira que le había causado la semielfa, pero ésta insistió. Le dijo que debía admitir la verdad, que ambas habían llegado a apreciarse y que estaba segura de que Nirintalath la quería. El estallido de furia fue mayor incluso en esta ocasión; parecía que Nirintalath no estaba preparada para este tipo de revelaciones. El dolor en el sueño fue insoportable y Ezhabel dejó de respirar en el mundo real. Dailomentar, que se encontraba en todo momento cerca de Ezhabel, corrió a avisar Ayreon. El paladín intentó entrar en el sueño de Ezhabel, pero no consiguió pasar de la dimensión del mundo onírico; lo único que alcanzó fue a oír a lo lejos la familiar voz de Nirintalath que gritaba ¡despierta,despierta! Parecía desesperada. Y al cabo de unos momentos sintió como una presencia verdemar se aproximaba, así que decidió salir del mundo onírico de inmediato. Afortunadamente, la semielfa volvía a respirar, aunque su aspecto no era el mejor que podía tener.

Al cabo de unas horas, cuando Ezhabel se había recuperado lo suficiente, Dailomentar entró para anunciarle una visita. No era otra que Ghilaren, que necesitaba hablar con ella. La elfa estaba sumamente atormentada, sólo deseaba morir pero no tenía el valor suficiente para quitarse la vida. Y las cosas que había hecho no admitían perdón. Lady Angrid también le había hecho hacer cosas horribles, pero ella no se había sentido obligada, lo había hecho de buen grado. Ghilaren no dio detalles sobre sus pecados. Ezhabel intentó consolarla diciéndole que estaba haciendo todo lo que podía. Casi sin dejarla hablar, Ghilaren dijo que debía irse, mirando hacia atrás como si algo le llamara. Ayreon, que había acudido a la tienda, intentó impedir que la elfa se marchara, ante la creciente ira de ésta; el paladín sintió un cosquilleo en la piel que le recordó mucho al estallido del dolor así que optó por dejar marchar a Ghilaren sin insistir más. Tras marcharse la elfa, se oyeron los gritos de una multitud a lo lejos; en su camino había provocado un estallido de dolor que causó más de doscientos heridos y algunos muertos.

La mañana siguiente Treltarion envió un mensaje a lady Angrid convocando una nueva reunión debido a las nuevas tropas de la sombra que se habían congregado. Demetrius fue el encargado de hacérselo llegar, acompañado de cincuenta elfos. Al enterarse, Ayreon insistió en acompañar a Demetrius acompañado de sus diez paladines. Lady Angrid, o mejor dicho, Selene, se mostró muy seductora con todos ellos; como siempre, sonrió a Ayreon. Y también al muchacho paladín, Daren, que le devolvió la sonrisa. Al ver esto, Ayreon lanzó una dura mirada de reprobación al joven, que al instante bajó la vista. Hasta qué punto había celos en su reproche no era seguro; Ayreon había comenzado a reverdecer viejos recuerdos al lado de Selene. Una vez entregado el mensaje volvieron al campamento, no sin antes ver que de una tienda salían y entraban bastantes heridos. Un soldado les informó, amargado, de que lo había causado la portadora de la espada del dolor.

En el camino de vuelta, Ayreon aprovechó para charlar con Daren y advertirle que nunca se fiara de esa mujer. Selene era tan peligrosa como bella y mentía más que respiraba:
—"Sé que es bellísima y te habrá obnubilado, pero creéme muchacho, es un lobo con piel de cordero" —advirtió el paladín. De nuevo, en lo más hondo, no sabía hasta qué punto los celos hablaban por su boca.

El mensaje que Demetrius llevó de vuelta decía en pocas palabras que Treltarion tendría todas las reuniones que quisiera si accedía a reconocer a lady Angrid como reina suprema de los elfos.

La noche siguiente Ayreon entró en el mundo de los sueños para buscar el sueño de Ezhabel. Pero algo extraño sucedía. Al entrar en el mundo onírico se vio rodeado por una especie de laberinto de piedra, que parecía formar parte de un castillo. Para su mayúscula sorpresa, se encontró allí con Daren. El muchacho le contó que era Selene la que lo había llevado allí guiándole en el mundo de los sueños. De repente, Daren pareció escuchar algo y salió corriendo. Preocupante; debería tener en breve una charla más profunda con el muchacho. Ayreon recorrió el laberinto durante unos momentos hasta que apareció un guardián del mundo onírico. El paladín intentó saltar a otra localización pero el resultado fue que despertó al instante.

Una vez más Nirintalath visitó el sueño de Ezhabel. Allí tuvieron una charla sobre la conversación mantenida entre la semielfa y Ghilaren. Ezhabel dijo que estaba acabando con la elfa y que ésta quería que la liberase de su carga. Volvió a insistir sobre el tema de sus sentimientos. Esta vez Nirintalath no explotó de ira, pero le dijo que no la creía y que si era cierto su amor debía abrazarla. Extendió sus brazos hacia la semielfa, que retrocedió insegura. Despertó.

Al cabo de pocas horas, al amanecer, gritos de una multitud comenzaron a oírse en la parte norte del campamento. Todos salieron. Una oleada de muerte y un brillo verdemar se acercaban hacia donde se encontraban. Ayreon, Ezhabel, Daren, Dailomentar, dos paladines más y, más atrás, Demetrius, corrieron hacia la escena. El rastro de muerte era terrible. Los soldados eran engullidos en el resplandor verde y no tenían otra opción que huir o morir. Ezhabel, corriendo con toda su alma fue la primera en llegar y ver a Ghilaren, que distaba mucho de ser la dulce elfa que había hablado con ella. Empuñaba la espada del dolor y estaba enloquecida. En cuanto vio a Ezhabel se lanzó hacia ella. Resistiendo apenas el dolor, la semielfa, entre lágrimas, infligió un golpe mortal bailando la danza de la esgrima. Al saberse muerta, Ghilaren esbozó una sonrisa; la espada ya no estaba en su mano. El discurrir del mundo se detuvo. Y de la nada había aparecido Nirintalath, que extendía sus brazos hacia la semielfa, con una mirada suplicante. Ezhabel la abrazó y la negrura la abrazó a ella [punto de destino].

El coste había sido alto. Varios centenares de muertos y muchos heridos. Daren y Demetrius, habían quedado inconscientes durante el proceso. Dailomentar y Ayreon llegaron rápidamente a donde se encontraba Ezhabel. Todo había sucedido en un abrir y cerrar de ojos. Ghilaren se encontraba tendida con la espina dorsal partida y sólo pudo murmurar un débil "gracias". Ezhabel también estaba inconsciente y abrazada a una conocida niña de piel verdemar.

A los pocos momentos apareció un grupo de jinetes procedentes del campamento de lady Angrid encabezados por Cargalan y Carontar. Al parecer, Ghilaren había perdido el control y había provocado su campamento tantos daños como en este. Bruscamente y con desgana pidieron disculpas por el incidente. Al intentar llevarse el cuerpo de Ghilaren se encontraron con la negativa de idea de Ayreon y los demás. El entierro sería asunto del grupo.

Ayreon celebró el funeral el día siguiente. Ezhabel asistió acompañada por Nirintalath, que ya no mostraba aspecto de niña, sino de mujer. Parecía la hermana de la semielfa.

Con las nuevas circunstancias se decidió mover una nueva ficha e intentar contactar con los hydkas. Demetrius y Ayreon usaron un portal abierto por Verritar a las cercanías de Re'Enthilgas y contactar con el pueblo de las montañas. Eltahim, Arilhim y algunos paladines les acompañarían.

Por fin, Ezhabel escaló la muralla de Harudel utilizando sus dotes para el sigilo. No tardó en contactar con los guardias, a los que enseñó el anillo de Treltarion y el mensaje con su sello. El capitán de la guardia, Tarlen, la condujo hasta el senescal, lord Fentarin, que no tardó en llevarla a presencia de lord Enthalior. El monarca elfo parecía no haber descansado en meses. Hablaba en voz muy baja, tenía los ojos irritados y su delgadez era acusada. Ezhabel le transmitió el mensaje de Treltarion. Pero Treltarion parecía haber tomado ya partido, otorgando su apoyo a lady Angrid, y así se le hizo saber a la semielfa. Ya había estado en contacto con ella y le había ofrecido su ayuda. Ezhabel intentó hacerlo recapacitar pero Enthalior sugirió reanudar la conversación al día siguiente.

Por la noche varios elfos se presentaron en la habitación de Ezhabel y le comunicaron que estaba arrestada. No la llevaron a una celda, sino a una "habitación reforzada", y la cerraron bajo llave. Le comunicaron que estaba arrestada por traición y apoyo a un aspirante ilegítimo a la corona.