Viaje a Italia. La oferta de Paolo.
Antes de partir, Patrick planteó las posibilidades que implicaba el que Sigrid hubiera hecho recordar a Sally. Esta no había estado en Tunguska, y aun así había recordado. Aunque la anticuaria había tenido que utilizar una gran cantidad de poder y de fuerza de voluntad, según el profesor el hecho tenía "implicaciones muy profundas". Sigrid sacó a la luz la posibilidad de hacer recordar a Jacobsen, un tema que dejaron para después del viaje a Roma.
—Pero lo que sí deberíamos hacer —dijo Sigrid—, es encontrar lo antes posible al Conde St. Germain e intentar hacerle recordar.
—Sin duda, tienes razón —acordó Derek.
—Cuando volvamos de Italia —continuó la anticuaria— deberíamos consultar con Jacobsen o con quien sea un método para localizarlo, y hacernos con él. Creo que es fundamental que recuerde todo.
—Sí, cuando volvamos de Italia —dijo Tomaso.
Después de comer salieron hacia el aeropuerto acompañados de Jonathan, Theo y Sally. Al igual que había sucedido cuando se habían desplazado al Museo Británico, Derek se dio cuenta de que un par de vehículos les seguían. Uno de ellos los seguía más disimuladamente, y le costó darse cuenta de ello cuando ya se encontraban inequívocamente en la autovía hacia el aeropuerto. Decidieron dar un rodeo para despistarlos; para ello, se detuvieron en uno de los pueblos cercanos y abandonaron el coche para desplazarse en dos taxis. Por separado en dos grupos llegaron a la puerta de embarque y abordaron el avión, siempre con la inquietud de que pudieran estar observándolos.
Ya de noche aterrizaban en Roma y salieron precavidamente entre el gentío. La afilada intuición de Derek entró en juego:
—Hay dos tipos sospechosos que creo que nos están siguiendo —dijo en voz baja—. Están por allí —señaló discretamente—.
—Uno de ellos tiene un tatuaje extraño que le llega hasta la oreja —dijo Tomaso—. Y nos siguen, sí.
—Apartémonos en este pasillo —instó Patrick—. Intentaré ver su aura.
Y así lo hizo. Concentrándose y sobreponiéndose a la sobrecarga sensorial que suponía ver las auras de toda la multitud que se extendía ante él, pudo identificar algo:
—Veo claramente que tienen poderes sobrenaturales —susurró al resto—, y que son bastante poderosos. Son poderes que no he identificado nunca, así que me imagino que son del mismo palo que los de la orden de Hermes... —de repente, desvió la mirada hacia su derecha, hacia la otra dirección del pasillo de salida donde se encontraban—.
—¿Qué pasa? —urgió Derek.
—Se acercan otros tres tipos por aquella parte del pasillo, y veo sin duda que están poseídos.
—Pues larguémonos, rápido —instó Tomaso, iniciando la marcha hacia el exterior, hacia donde Patrick había identificado a los tres poseídos; todos ellos llevaban gafas de sol.
Los dos primeros tipos ya estaban muy cerca del grupo, que siguió a Tomaso rápidamente, con Sigrid, Jonathan y Patrick cerrando la marcha.
De repente, algo muy frío tocó la nuca de Patrick, al que Sigrid vio desplomarse a su lado. Además, la anticuaria y Jonathan oyeron como alguien recitaba una letanía en un idioma que bien podría ser egipcio antiguo, y acto seguido, el suelo explotó más o menos en el centro de la comitiva, derribando a casi todos ellos, pero por suerte causándoles heridas de gravedad leve. Cuando Sigrid reaccionó y volvió a mirar hacia Patrick, este ya no se encontraba allí. La gente gritaba y corría en desbandada, en un caos brutal.
—¡Se llevan a Patrick! ¡Derek, Tomaso! ¡Se lo llevan! —gritó la anticuaria.
Medio aturdido por la explosión y la polvareda, Derek se dirigió hacia Sigrid, cuando una sombra pasó a gran velocidad junto a él y Tomaso, que había cargado a Sally en su hombro. Mientras tanto, la anticuaria tuvo tiempo de lanzar una descarga al tipo que se había llevado a rastras a Patrick, y al que veía a duras penas entre la multitud. Tuvo éxito y el enemigo trastabilló, deteniéndose unos instantes, y permitiendo así que la sombra que había pasado junto a Derek unos segundos antes lo alcanzara.
"¿Joder, qué es eso?", pensó la anticuaria mientras lanzaba las cargas. Escuchaba cómo el otro tipo había empezado a recitar una nueva letanía.
—¡Cuidado, otra explosión! —gritó a duras penas.
Apenas hubo acabado la frase y Derek hubo llegado a su altura, una nueva figura, con un salto sobrehumano que le permitió superar a no menos de una decena de personas, cayó sobre el hechicero, desbaratando su sortilegio y desequilibrándolo. Derek se lanzó también hacia él, propinándole un directo en la nariz que lo lanzó al suelo.
Tras dejar a Sally en un lugar seguro, Tomaso se acercó también al lugar del conflicto. Le dio tiempo a ver cómo un tercer individuo llegaba al punto donde se encontraba Derek. Sin mediar palabra, levantó el brazo, unas garras negras crecieron desde sus dedos y atravesó el pecho del tipo al que Derek había derribado. El tercer poseído, ataviado como los otros dos con gafas de sol, se giró hacia Sigrid, que había llegado a socorrer a Patrick. El atacante del profesor había desaparecido entre la multitud.
—Está vivo, no te preocupes —dijo sonriendo y con acento de Europa oriental—. Ahora, ¡vámonos de aquí! —hizo una seña a sus compañeros. Uno de ellos, el que había llegado envuelto en sombras, levantó a Patrick sin aparente esfuerzo, y todos corrieron sumándose a la estampida.
Salieron rápidamente del aeropuerto mientras Patrick recuperaba la consciencia, y se dirigieron hacia un furgón donde los esperaban dos tipos más. Derek apaciguó a Theo y a Jonathan, a los que se notaba especialmente tensos. Mientras metían a Patrick y a Sally en el vehículo, el poseído que había sacado las garras y que parecía el jefe, se dirigió a Tomaso:
—Encantado de conocerte —dijo con su acento del este—. Yo soy Camil.
—Me gustaría decir que igualmente —contestó Tomaso—. Supongo que ya sabes quién soy.
—Evidentemente, sí, jejeje. Saludos de Paolo. No estábamos seguros de a qué aeropuerto llegaríais, pero por suerte parece que ellos tampoco —se encogió de hombros—; tampoco esperábamos que vinieras con tantos amigos.
Subieron todos al furgón, que se puso en marcha. Sigrid apoyó a Patrick en su hombro. Aunque el profesor ya había recuperado la consciencia, apenas podía abrir los ojos debido a un fuerte dolor de cabeza. Aun así, preguntó:
—¿Qué hacemos aquí?
—La gente de Paolo nos ha ayudado—dijo Sigrid—, y hemos decidido acompañarlos.
"Por lo menos, parece que Paolo no quiere a Patrick como los otros, si no ya se lo habrían llevado", pensó Tomaso. "Eso me tranquiliza".
—¿Sabéis quiénes son nuestros enemigos? ¿Y qué me han hecho? —alcanzó a preguntar Patrick.
—Son una especie de hechiceros, y no sabemos mucho de ellos, solo que nos enfrentamos a ellos en la villa hace unas noches —contestó Camil, que a continuación se apartó para llamar por teléfono.
—La nuca me está matando —susurró Patrick.
—Déjame verla —contestó Sigrid—. Uf, tienes un hematoma tremendo, pero bueno, no parece que sea muy grave.
Derek hizo una seña a Tomaso, dando a entender si deberían atacar a los poseídos. El italiano tuvo el impulso de dar vía libre para un ataque, pero cuando recordó que Paolo tenía a su hermana y a sus sobrinos, negó levemente con la cabeza. Derek hizo lo propio con Jonathan y Theo.
Llegaron a la villa. Mientras el furgón aparcaba, Patrick envió un mensaje a Emil Jacobsen cumpliendo con el protocolo de información que habían establecido.
Tomaso bajó del vehículo, como siempre que llegaba a la villa con el corazón encogido por los recuerdos infantiles. Sonrió cuando vio en la escalinata de la villa a sus sobrinos gemelos y a su hermana. Los niños corrieron hacia él y lo abrazaron. Su hermana se mantuvo más serena, pues a su lado se encontraba Paolo, sonriendo también. Ambos salieron a su encuentro. Su hermana lo abrazó y le susurró al oído:
—Estamos bien, nos han tratado bien.
—Espero que esto acabe pronto —susurró a su vez Tomaso.
—Acabará pronto, no os preocupéis. —Paolo habló con su voz terrenal, con tranquilidad. Le dio la mano a Tomaso después de que Andrea se hubo retirado del abrazo. "Está helada", pensó Tomaso. Ese era el único rasgo que denotaba la posesión de Paolo. No llevaba gafas de sol, al contrario que sus secuaces, y no le hacían falta, porque ni siquiera sus ojos dejaban traslucir su condición. Paolo parecía tener un control total sobre su posesión, cosa que inquietó sobremanera a todo el grupo cuando los saludó unos segundos más tarde.
—Menudo lío habéis causado en todo el continente, ¿eh? ¡Pfiuuuu! —dijo Paolo, socarrón.
Le dio la mano a Sigrid, con una sonrisa. Aguantó el contacto durante unos segundos, cosa que incomodó algo a la anticuaria. Poco después, repitió el saludo con Derek, inclinando la cabeza, poniendo cara de interés. Después le dio la mano a Patrick, y este la rechazó. Pero cuando el profesor pasó a su lado, Paolo le tocó en el hombro, excusándose; cuando Patrick intentó zafarse de su contacto, Paolo lo impidió, apretando la mano sobre el hombro.
—Hmmm... es usted muy interesante, señor Sullivan —dijo, afirmando con la cabeza—. ¡Bienvenidos, adelante, adelante!
Una vez dentro de la villa, donde fueron recibidos por el resto de secuaces de Paolo y acompañados por Camil, Patrick contó un total de ocho poseídos y al menos otros tantos humanos.
—Primero quiero hablar a solas con mi hermano —dijo Paolo—, disculpadnos unos minutos, por favor.
En la cocina, a solas, Paolo puso un par de copas de vino y brindó "por la familia". A continuación, pasó a contar a Tomaso su experiencia de los últimos días.
—Hace pocos días estaba de viaje, y dio la casualidad de que vine a Italia por una serie de asuntos que no vienen al caso. —"Para hacerte con el control de todas las familias, no creas que no lo sé...", pensó Tomaso—. El caso es que por algunos contactos me enteré de que había surgido un grupo que estaba trastocando los esquemas del submundo ocultista en Europa, y va y resulta... ¡que ese grupo es el tuyo! ¡Extraordinario!
—Ya... ¿y qué estamos trastocando exactamente? Porque no lo tengo muy claro, la verdad.
—Pues, hombre... después de lo que he visto... tus compañeros Derek y Patrick, parecen bastante interesantes... y eso por no mencionarte a ti, que has cambiado muchísimo. Los tres parecéis una recompensa muy apetecible. Y, bueno, por pura casualidad me enteré de los planes de ataque a la villa y pude llegar a tiempo. Y parece que se trata de un grupo nuevo, no de esos malditos Bizantinos, ni del club Bilderberg ni ninguno de los de siempre.
—Sí —ratificó Tomaso—, y te puedo incluso decir su nombre: la Orden de Hermes Trimegisto.
—Mmmmh... interesante...
—Capaces de hacer conjuros extraños e incluso bolas de fuego.
—También algo extraordinario. El caso es que me sentí en la obligación de proteger a la familia —sonrió—. Entonces... ¿no sabes el motivo por el que os están persiguiendo de esta manera tan implacable? Porque además he oído que ahora sois aliados de Jacobsen y esa chusma.
—Respecto a Jacobsen, digamos que de momento estamos en la misma onda. El motivo de la persecución no lo sé con seguridad, pero bueno, ya sabes... tú recuerdas, nosotros recordamos también, e igual eso tiene algo que ver.
Dieron por zanjada la conversación y se reunieron con el resto. Todos disfrutaron de una copa de vino de altísima calidad. Derek empezó preguntando a Paolo cuándo sospechaba que volverían a atacar la villa, y aunque este contestó que seguramente bastante tiempo (contaba con una docena de poseídos y una veintena de secuaces humanos que se encontraban vigilando la propiedad), finalmente habría que abandonarla, porque ya no era un punto seguro.
—En fin —dijo Paolo en un momento dado—, no sé qué sucedió durante nuestro encuentro en la iglesia de Nueva York, pero algo se sacudió dentro de mí, y han aflorado en mi mente unos recuerdos que mi hermano ha confirmado que todos vosotros tenéis... Quiero que sepáis, por tanto, que también recuerdo la recreación y que realmente, me soprendió saber que soy uno de sus artífices. Por cierto, supongo que tengo que daros la enhorabuena, sobre todo a ti, Tomaso, por frustrar mis planes en aquella ocasión.
—Algo que volvería a hacer —dijo solemne Tomaso.
—Bueno, el caso es que de la misma manera, he recordado cuáles eran las intenciones de mis antiguos aliados y enemigos, y seguro que os interesa conocerlas... He de suponer que a estas alturas ya conoceréis la existencia del Conde St. Germain, la Estadosfera, el Clero Invisible, los avatares...
—Sí, lo conocemos —le cortó Sigrid, impaciente—. Ve al grano, por favor.
—Bien, bien... La intención de los jázaros no era otra que acabar con el Conde St. Germain y de alguna manera, "dominar" la existencia y acabar con el Clero, las ascensiones y demás. Mis compañeros y yo intentamos que no fuera así (en beneficio propio también, no lo niego), pero creo que no lo conseguimos del todo.
»Así que, cuando me enteré de que prácticamente todo el submundo ocultista de Europa os buscaba, pensé que tendría que ver algo con ello. Pero no lo parece, porque en realidad nadie recuerda la anterior existencia. Y después de hablar con ustedes y saludarles, me inclino más a creer que el motivo es por una circunstancia más... personal.
»Realmente, si ese grupo que me ha dicho Tomaso que os persigue... la Orden de Hermes no sé qué... es tan poderoso, deberíamos tomar cartas en el asunto y pasar a la acción. Lo que sí me gustaría es que fuerais todo lo sinceros que fuera posible, porque necesito saber de qué sois capaces para que un grupo nuevo y extremadamente poderoso haya decidido atacar a mi familia. Y espero una sinceridad total.
Derek intentó dar una explicación peregrina acerca de que habían descubierto las intenciones de los de Hermes y que por eso les perseguían para hacerles callar y no revelar sus secretos, pero Paolo lo cortó en un momento dado:
—No tengo paciencia para esas historias, Derek. Sé que al menos tres de vosotros tenéis capacidades extraordinarias, y que precisamente de entre ellos tres, tú eres un atlante... Tú, Tomaso, eres capaz de canalizar una energía extraordinaria... Tú, Sigrid, tienes un habilidad desconocida aunque no definitiva... Y tú, Patrick, eres el misterio que más me despista; Helen —un escalofrío recorrió la columna vertebral del profesor cuando Paolo mencionó a su esposa— no me ha comentado nada extraordinario sobre ti, y lo que he visto en ti me reconcome.
—Por mi parte —contestó Patrick—, te agradezco habernos salvado el culo en el aeropuerto, Paolo, pero nos estás pidiendo una confianza que no sé a qué corresponde.
—Bueno, digamos que estamos sentando las bases de una nueva relación...
—¿Y si no queremos cooperar? —planteó Derek.
—Si no queréis cooperar, tendremos que separar nuestros caminos y yo tendré que poner a mi familia a salvo... pero creo que realmente os conviene tenernos como aliados. Comprendo que es una oferta que tendréis que discutir y masticar lentamente, así que si os parece bien, nos retiraremos ahora a descansar. Pero antes, querría tener unas palabras en privado contigo, Sigrid, si eres tan amable.
Todos se retiraron y Sigrid quedó a solas con Paolo.
—Solo quería decirte —empezó el poseído— que me pareces la más cabal de los cuatro, y que mi intención es real. Sinceramente, creo que en el momento de la recreación sucedió algo que puede acabar con todos nosotros... pienso que fue una suerte que los sacrificios no funcionaran en su totalidad, porque habrían acabado con todo, pero algo fue tremendamente mal. Y yo creo que tú eres lo suficientemente inteligente para ver las posibilidades y ventajas de una alianza. Aparte de que sé que tu fuerza de voluntad es extraordinaria.
»Por eso quiero proponerte algo que a primera escucha puede parecer un poco locura, pero que te aseguro que no lo es tanto. ¿Has pensado en cómo podría ser enaltercer todas tus habilidades, tanto físicas como psíquicas en un plazo de pocos días? Porque yo te ofrezco esa posibilidad. Te la ofrezco si abres tu mente y estás dispuesta a entrar en una relación de simbiosis con un espíritu de más allá del Velo.
—Está bien —contestó la anticuaria, fingiendo todo el interés del mundo—. Pensaré en ello, te lo prometo.
Una vez con sus compañeros, Sigrid les contó lo que Paolo le había propuesto y su preocupación acerca de la recreación y el fin de la existencia que podría haber provocado.
—Una vez más —dijo— debemos elegir nuestros aliados...
No pudo acabar la frase. Su móvil recibió la llamada de un número desconocido, y descolgó.
—¿Sigrid? Sigrid, ¿eres tú? —la voz de Ramiro hizo que le diera un vuelco el corazón.
—¿¿Ramiro?? Ramiro, ¿dónde estás? —respondió desesperada Sigrid.
Tomaso se giró hacia ella en cuanto pronunció el primer "Ramiro".
—Sigrid, te pueden estar localizando...
—Sigrid, yo.... —continuó Ramiro, pero sus palabras se interrumpieron abruptamente. Otra persona habló:
—¿Señora Olafson? Salgan de la villa y esperen nuestra llamada.
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