Mientras todo lo anterior sucedía, Leyon se mostraba algo incómodo, porque había vuelto a sentir (aunque de forma leve) el tirón de urgencia que le instaba a partir hacia el norte lo antes posible.
La mañana siguiente continuarían en la dirección que les acercaría lo más rápidamente posible a la meseta del Vyrd. Arixos y Adens necesitaban tener un horizonte lo más despejado posible, ya que el transporte se limitaba a lugares donde alcanzaba su vista.
Demetrius volvió a reiniciar la privación de sueño, así que su estado fue empeorando durante los días siguientes.
Tras un frugal desayuno, se dirigieron caminando bajo la incómoda lluvia hacia la cima de un cerro que permitiría a los rastreadores tener un radio de acción más amplio. En el camino, Eltahim llamó la atención de Demetrius y Leyon sobre el hecho de que Ayreon no parecía mojarse como los demás. Su pelo estaba casi seco y apenas ninguna gota le resbalaba por la piel (no así la ropa,que se mojaba igual que cualquiera). Por su parte, Ezhabel y Terwäranya charlaron muy animadamente durante todo el viaje; habían conectado en Faer'e'Garren, y se estaban haciendo muy buenas amigas.
El "transporte" de Adens y Arixos consistía en "saltos" con alcance de unos 12 kilómetros de media. Cada uno de los rastreadores formaba una cadena de contacto físico con una parte del grupo. Adens transportaría a Leyon, Demetrius y Eltahim, mientras que Arixos se encargaría de Ayreon, Ezhabel y Terwäranya. Los PJs no notaban absolutamente nada en el transcurso del salto, desde luego eran mucho menos traumáticos que las "alteraciones de la realidad" de Eltahim. No obstante, era evidente que transportar a tantas personas era un esfuerzo físico y mental importante para los rastreadores, que debían descansar varios minutos entre salto y salto.
Tras cada salto, encontrándose cada vez más al norte, Leyon notaba crecer levísimamente la ansiedad que le exhortaba hacia mayores latitudes.
En uno de los descansos, Leyon y los demás llamaron la atención de Ayreon sobre el hecho de que apenas se mojaba con la lluvia. Era cierto. Ayreon se extrañó sobremanera. Y recapacitando un poco, era cierto que la lluvia apenas parecía mojarlo, e incluso que hacía tiempo que casi no sentía hambre ni sed. Cuando comía, la mayoría de las veces lo hacía sin apetito, y cuando bebía, apenas tenía necesidad. El frío también le afectaba menos de lo normal. Preocupados por estos hechos, Ayreon pidió al resto que buscaran algún rastro de marcas malignas (que ya habían visto antes, incluso en el propio Ayreon) en el cuerpo. Ni rastro.
En la larga conversación que mantuvieron, también hubo tiempo para que Eltahim propusiera alejar a Demetrius de su sueño haciendo uso de sus habilidades de alteración de la realidad. Finalmente, persuadidos por los conocimientos de Leyon en materias extrañas, desestimaron la posibilidad.
Ya de noche, Ayreon entró en el mundo onírico para ver si había algo distinto. Nada nuevo, salvo una extraña silueta translúcida acuclillada y lo suficientemente transparente para no poder apreciar sus rasgos. La mano del paladín la atravesaba, no podía interactuar con ella de ningún modo. La silueta se encontraba exactamente en el sitio que ocupaba Demetrius descansando.
La tercera mañana, Demetrius apenas podía moverse, abatido por el peso del cansancio y el estrés. Decidieron dejarle dormir. Y soñó. Petágoras, flanqueado por Alcanar y una figura encapuchada que no pudo reconocer le miraba. Una tormenta atroz se desataba en el cielo, mientras miles de personas vestidas con los colores del imperio se agolpaban alrededor, aparentando una tristeza infinita. Petágoras, llorando, le tocó la mejilla. Un rayo dorado restalló a pocos metros, propiciando la aparición de un bebé al lado de una corona y un cetro. Con la misma marca de nacimiento que Leyon lucía en uno de sus brazos. Ammarië acunaba al bebé, que ya estaba muerto. Como un relámpago, la figura encapuchada mostró unas largas garras y cortó la cabeza de la bellísima mujer. Mientras tanto, cinco figuras habían aparecido a lo lejos, en diferentes puntos de la escena, y parecían fuera de lugar allí. ¿Era su imaginación, o una de ellas era la elfa oscura que ya había visto antes en el sueño? A continuación, el abismo, que Petágoras abrió a sus pies. Sus tres mujeres trataron de salvarle, pero finalmente cayeron con él. Y con ellos, los miles de fieles al imperio reunidos allí. En el mundo real, Demetrius lloraba más desconsoladamente de lo que ninguno de los personajes había visto en su vida. Convulsiones epilépticas recorrían su cuerpo, hasta que, convulsionándose, dejó de respirar. Eltahim cogió su mano y todos rezaron al unísono. Nirintalath apareció de repente y Demetrius comenzó a respirar de nuevo. Cuando se recuperó lo suficiente, entre sollozos, describió todos los detalles a sus compañeros, tras lo que cayó inconsciente y derrengado. Nirintalath también contó que en el mundo onírico también había visto a cinco figuras encapuchadas alrededor de una extraña silueta translúcida acurrucada, y las había hecho huir.
Demetrius se agitaba, llorando inquieto en su inconsciencia, ininterrumpidamente durante veinticuatro horas hasta el siguiente amanecer. Cayó a abismos insondables de tristeza y pánico que nunca creyó que existieran y que sometieron su cordura a una dura prueba.
Cuando el bardo despertó, deprimido, lleno de pesimismo y angustia existencial, no quiso hablar de sus sueños con Leyon y Ayreon. Estos respetarían la decisión de Demetrius, al menos durante un día, dándole tiempo a recuperarse.
Justo a continuación, Ayreon recibió una canalización de Hassler, uno de sus paladines. El vínculo transmitía una gran preocupación y urgencia. No les quedó más remedio que enviar a Eltahim sola a investigar qué ocurría en el campamento de los paladines. La targia volvió al cabo de unas horas trayendo malas noticias: los paladines Khirian y Zoren habían desaparecido sin dejar rastro hacía un par de días. No había podido averiguar nada más.
Continuaron con los saltos hacia el noreste. Tras uno de ellos, se encontraron con que varias barcazas de transporte de la Sombra bajaban por el río Palath, llevando a bordo un gran número de tropas. Cuernos sonaron, y a los pocos minutos aparecieron jinetes. Varios de ellos (ocho) montaban en caballos sobrenaturales, o al menos era lo que parecía, y vestían túnicas de apóstol de Trelteran y de Adrazôr. Por suerte, pudieron evitar el encuentro in extremis con un nuevo salto.
Por fin, salto tras salto llegaron a la meseta del Vyrd. Allí, entre valles, colinas y montañas, pudieron ver restos de batallas, escaramuzas y fuertes quemados donde era evidente que la peor parte se la habían llevado los defensores adastritas. Todos los enclaves y fortificaciones estaban arrasados.
Y llegaron a Dernost, la pseudociudad capital del Grupo del Vyrd. Todo había sido arrasado. Había restos de caballeros adastritas, aves de presa, elfos oscuros, y, al final del valle, cadáveres de enanos también. Parecía que habían acudido en el último momento. Así que quedaba la esperanza de que los restos del ejército se hubiera refugiado en las fortalezas enaniles de las Evnar, y hacia allí se dirigieron, recorriendo los valles que conectaban con Dernost. Tras uno de los saltos, se encontraron con un ejército de unos 40.000 efectivos -visibles- de la Sombra (drakken, orcos, trolls y algún que otro dragón) que se encontraba en la falda de un monte acabado en pico. Según Demetrius, sólo podía tratarse del monte Ur'Zarran. Al parecer, el ejército se encontraba asediando la montaña; seguro que se trataba de una fortaleza enanil. Leyon confirmó este último punto gracias al pendiente regalo de Adens que enaltecía sus sentidos: vio varias aspilleras y torreones que se confundían con las rocas y que debían convertir la montaña en prácticamente inexpugnable a un asalto. El ejército de la Sombra se encontraba junto a estandartes originarios de Umbriel y Adastra, uno de los cuales el grupo conocía bien: un águila real sobre una estrella, que no era otro que el símbolo de las Aves de Presa adastritas.
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