Inquietantes descubrimientos.
Durmieron profundamente, agotados. Por la mañana desayunaron, y mientras lo hacían decidieron investigar de nuevo la zona con la información que habían obtenido en los subterráneos. Sobre todo, contaban con la pista del nombre del anciano que Tiberio había visto a través del orbe: Aroctryon. Por ahí empezarían.
Cuando Rentzias se unió a ellos en la cocina, le preguntaron por la existencia en los alrededores de alguien realmente anciano que tuviera conocimiento de los antiguos pobladores y de las leyendas de la isla. El liberto griego les dijo que en los alrededores de la aldea cercana vivía un tal Erixeas, un viejo loco que podría saber algo de lo que les interesaba.
Decidieron partir hacia allá. Tiberio y Lucio ordenaron a Idara que permaneciera en la villa, "cuidando de los niños, como correspondía a una mujer". Idara se indignó por el trato que le dispensaban, pero no discutió. El médico y el legionario partieron hacia la aldea, donde preguntaron por el tal Erixeas. Allí les dijeron que ya no vivía en el pueblo, sino en alguna parte de las colinas circundantes. Procedieron a buscarlo, primero a lomos de caballos, y luego a pie, ante la dificultad de los équidos para trotar por aquellas pendientes tan accidentadas. Durante horas buscaron la guarida del viejo, hasta que descubrieron una pequeña columna de humo que se alzaba casi en la cima de una de las colinas. Comenzaron a oir aullidos de lobos a medida que se acercaban, e incluso a intuir la presencia -y sentir el resuello- de alguno de ellos. Decidieron volver; anochecía, y no era buena idea enfrentarse a aquellos animales que podían atacarles por sorpresa en cualquier momento. De vuelta, volvieron a pasar por la aldea, y Tiberio decidió visitar a la mujer cuyo hijo había muerto de aquella extraña enfermedad que también aquejaba a la hija de Rentzias. Le enseñó la tela que habían descubierto en los alrededores del acantilado, diciéndole que era posible que tuviera que ver con la muerte de su hijo. La mujer no conocía tal tejido, ni había visto a nadie vestido así, pero preguntaría a todo aquel con el que se encontrara si aquello le permitía descubrir la causa de la muerte de su primogénito.
Mientras tanto, en la villa, Cneo Servilio se reunió con Idara. Cneo sabía que la mujer estaba tocada por algún dios o diosa, y no estaba de acuerdo en el trato que le dispensaban Lucio y Tiberio. Le pidió disculpas en su nombre. También le reveló algo de información: existía un Pacto secreto entre ciertos grupos de "sacerdotes" que velaba por mantener a los dioses de Roma en su lugar. Tiberio y él formaban parte de tal sociedad.
Cuando Tiberio y Lucio volvieron, Cneo se reunió con su pupilo.
—¿Acaso no te he enseñado bien, Tiberio? —dijo.
—Por supuesto que sí, maestro, ¿por qué dices tal cosa? —respondió el médico.
—Tenemos la suerte de tener con nosotros a una mujer tocada por una diosa, y tú la apartas de tu lado para partir junto a ese bruto sin sesera, maleducado y egoísta a encontrarte con los dioses saben qué. No me parece una actitud muy juiciosa por tu parte, sinceramente.
Tiberio aceptó la reprimenda y afirmó que rectificaría en lo sucesivo.
Más tarde, durante la cena, la tensión entre Lucio y Cneo se fue haciendo más evidente, hasta que estalló una fuerte discusión cuando Lucio se rió estentóreamente tras proferir alguna de sus groserías. Cneo insistió a Tiberio en que el legionario era una mala compañía. El médico, con mucho esfuerzo, pudo aplacar los ánimos, aunque Cneo se retiró de la mesa, indignado.
La cueva de Erixeas |
En una conversación posterior de Idara con Cneo, éste pidió a la mujer que protegiera a Tiberio de la influencia de Lucio, no le gustaba que intimaran tanto.
El día siguiente partieron todos hacia la guarida del viejo Erixeas. Dejaron los caballos al cuidado de Cneo y dos esclavos que les acompañaban, y ascendieron la colina. Los lobos no tardaron en hacer acto de presencia. Incluso llegaron a bloquear el camino, pero por alguna razón desconocida, tras gruñirles un poco se apartaron y los dejaron pasar. No tardaron en llegar al nacimiento de un arroyo sobre el que se levantaba la entrada a una cueva frente a la cual se encontraba un anciano cuidando una pequeña fogata. Los lobos se intuían alrededor, pero no se dejaban ver.
El anciano Erixeas estaba efectivamente demente. La conversación que mantuvieron con él fue errática, deslabazada y repetitiva en grado sumo. Era complicadísimo manetener una conversación coherente más allá de cuatro o cinco palabras, y Erixeas siempre volvía sobre la mención de sus nietos, estaba obsesionado con ellos. No obstante, a pesar de las dificultades pudieron sacar algunas cosas en claro: Aroctryon era sólo un mito según él, un caminante de sueños entre lo que Erixeas llamaba "los antiguos habitantes". Todos ellos murieron tras un gran maremoto. Erixeas insistía una vez y otra en que tuvieran "cuidado con el mar". Aparte del maremoto, una maldición acabó con los antiguos. Egipcios, árabes y gente de incluso más allá se unieron para abrir el mar y destruirlos.
Se despidieron del anciano dejándole un par de regalos. Realmente, lo que para él eran mitos eran sin duda hechos históricos para los personajes. Meditando sobre la información obtenida, llegaron a la aldea, donde Tiberio pasó de nuevo por casa de la mujer con la que había hablado el día anterior. Tenía buenas noticias: uno de los pastores, Alcinos, había visto a una pareja de extrañas figuras rondando cerca del acantilado, a lo lejos. E iban vestidos de forma extraña, quizá con las mismas telas que le habían mostrado. Se dirigieron rápidamente al encuentro de Alcinos, que confirmó efectivamente lo que había dicho la mujer, y los llevó hasta el punto más o menos exacto donde había visto a los extraños. Allí habían llevado a cabo un rito y los había visto enterrar algo en la tierra. Lucio no tardó en encontrar los objetos enterrados. Eran dos. Dos redomas goteando sangre, que se filtraba al suelo. A Tiberio le resultaba familiar. Ante el asombro de Cneo Servilio, recordó que aquellas redomas se utilizaban en un antiguo ritual del Culto a Plutón que se ejecutaba para llevar a cabo ciertas maldiciones o quizá para afectar a ciertas personas negativamente. Las destruyeron y volvieron a dejarlo todo como lo habían encontrado. Era más que probable que los extraños volvieran para renovar el ritual aproximadamente cada mes.
Al regresar a la villa, Aide, la hija de Rentzias, había mejorado ostensiblemente, y la noche dicurrió más tranquila que las anteriores. Los sucesos extraños y los innumerables aullidos de lobo que habían resonado en los alrededores de la villa se redujeron drásticamente para la tranquilidad de los esclavos y libertos, y también del propio grupo.
La mañana siguiente, empezaron a dialogar sobre la conveniencia de enfrentarse al culto a Plutón, pedir la ayuda del culto a Vulcano presente en Creta para localizar a los enemigos, o viajar a Alejandría para visitar la Gran Biblioteca.
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