Antes de la partida, Treltarion se reunió con el grupo para despedirse e informarles de un nuevo problema: al parecer, había surgido una especie de movimiento apocalíptico en el oeste del reino, que había agravado todavía más si cabía la situación. Se acordó destinar varias decenas de elfos de la guardia real para controlar el conflicto. Ezhabel tuvo una conversación aparte con Aldarien y Carontar para que vigilaran todo en su ausencia. Esperaba que así el nieto de Natarin permaneciera ocupado y no recordara su caída en desgracia.
Eltahim proveería el transporte. Les acompañarían la propia targia, Adens, Rughar y Cirandil. Selene guió telepáticamente a Eltahim hasta un paraje en mitad de un bosque, ominoso y opresivo. Los árboles apenas dejaban pasar algo de luz diurna, y les parecía que por todas partes había amenazadores ojos observándolos. Selene les informó de que se encontraban en el bosque de Ulûn, en Krismerian. A sólo unos pocos cientos de metros llegaron a un claro dominado por un promontorio sobre el que se erguía una recargada mansión del mismo estilo que las casas de las ciudades elfoscuras que ya habían visto en alguna ocasión los PJs. Una mansión victoriana, pero con un estilo más oscuro y aberrante. Anduvieron deprisa subiendo la cuesta del pequeño cerro. A mitad de ascensión, casi todos los miembros del grupo sufrieron mareos y náuseas: la realidad había sido rasgada y la mayoría de ellos lo habían percibido con claridad. Las voces se dispararon en la cabeza de Ayreon y Demetrius tuvo que hincar la rodilla en tierra. En ese momento, dos apóstoles de Selene, Erhinialde y Märgere -que antes de la recreación había muerto despechada por Ayreon- se dirigieron a su encuentro y llegaron rápidamente a su altura. A pocos kilómetros de distancia había surgido una columna, aparentemente sin límite superior, que emanaba el resplandor pálido que el grupo ya había visto en anteriores ocasiones, y que ya había alcanzado a los centauros y a los hidkas en toda su crudeza.
Corrieron hacia la casa. Allí los recibieron el resto de apóstoles, Aera, Shoulen, Elin, Chinnera, Yrileth, Davin y Sindra. Preguntaron a Selene si sabía dónde se encontraban los tres apóstoles restantes, Melissa, Kiran y Elyn; la kalorion respondió que desconocía su paradero desde que había sufrido la agresión de Urion, y que había conseguido nuevos aliados, refiriéndose al grupo. Ayreon, por su parte, se quedó helado: ¡la apóstol que se hacía llamar Yrileth, en realidad era la paladín desaparecida llamada Khirian! Se sentía ultrajado por Selene. Había introducido una espía de la Sombra entre sus propios paladines. Intentó interrogarlas sobre el tema, pero finalmente lo dejaron para una ocasión más tranquila.
En la mansión se encontraban de treinta a cincuenta sirvientes y guardias, más los apóstoles. Se dirigieron sin tardanza a la sala reservada, en el sótano, donde Selene acumulaba unos cuarenta o cincuenta cofres más o menos grandes. Antes de que pudieran hacer ningún inventario, la tierra tembló, la mansión vibró toda ella, y se oyó una gran explosión ahogada. Corrieron a los ventanales, donde pudieron ver una barrera translúcida que parecía una especie de campo de fuerza que protegía la mansión del ataque que sufría en ese momento. Una multitud de demonios en la forma de centauros, elfos y entidades demoníacas propiamente dichas se congregaba al otro lado de la barrera, embistiendo contra ella y lanzándole hechizos. Ayreon, Ezhabel y Leyon, junto con algunos de los apóstoles y guardias se parapetaron tras las ventanas, observando la acción por si tenían que intervenir. Selene quedó en el sótano junto a la mayoría de sus apóstoles, Demetrius, Eltahim y Adens. No pudieron sino fijarse en el que parecía el cabecilla del ataque. Era una figura familiar, aunque desfigurada por la posesión, lívida, los ojos muy abiertos y los huesos marcados hasta que parecía que su piel se iba a rasgar sobre ellos. Ezhabel no podía creerlo, por eso pidió una segunda opinión a Ayreon, pero no cabía la menor duda: el repugnante ser no era otro que lord Natarin, sin duda. Entidades demoníacas y no-vida se habían unido en una mezcla antinatural de dimensiones paralelas. La barrera se debilitaba a ojos vista, así que Ayreon decidió levantar una esfera de protección, que contuvo a los demonios unos minutos más.
De repente, todo el escenario cambió. El frío y el frondoso bosque del exterior fueron sustituidos por un incómodo calor y las arenas de un inmerso desierto anaranjado. En el sótano, Selene se había coligado con sus apóstoles y con Demetrius, y utilizando ciertos artefactos que guardaba en los baúles habían conseguido teleportar la mansión entera con un gran esfuerzo.
Ya más tranquilamente, Ayreon aprovechó para hablar con Selene e Yrileth sobre la desaparición de sus dos paladines (bueno, sólo Zoren en realidad). Yrileth, autorizada por Selene, le contó que habían seguido a una figura que se envolvía en sombras sobrenaturales hasta un bosquecillo cercano, pero los hechizos habían sido fuertes y no habían alcanzado a ver el rostro del sospechoso ni con quién se reunía. Y en el camino de vuelta fueron atacados por unos ilvos vestidos de carmesí; Zoren fue asesinado y ella pudo escapar. Ayreon se enfrentó con Selene por todo el asunto, pero la kalorion lo despachó con un simple gesto.
Al poco rato, Selene se reunió con ellos diciéndoles que sería bueno asegurarse de que ni Cirandil, ni Rughar ni Adens eran en realidad kaloriones encubiertos. Tras preguntarle cómo pensaba hacerlo, ella contestó que poseía una Vara de Juramento, regalo de Urion. Podrían obligarles a jurar sobre ella.
Mientras los demás comían, Selene consiguió hacer un aparte con Ayreon y Demetrius, para decidir el lugar de destino. La kalorion propuso la Torre Emmolnir como destino, ante las reticencias de Ayreon. Demetrius apoyaba su decisión, y para acabar de convencer al paladín, les enseñó algo que guardaba en un discreto y pesado cofre: tres de las Dagas Negras de Phôedus, que había que poner a buen recaudo. Así que se decidió que, en cuanto hubieran recuperado fuerzas, se trasladarían hasta allí.
Los personajes expusieron la situación a sus compañeros, y les hablaron de la necesidad de jurar ante la Vara de Urion que no eran kaloriones ni servían a la Sombra. Tras mucho discutir y muchas objeciones, se reunieron en la sala reservada de Selene y procedieron a realizar los juramentos. Ninguno de ellos era un kalorion ni servía a la Sombra de ningún modo.
Al poco, se trasladaron a la Torre Emmolnir, teletransportando consigo los baúles de Selene, gran parte de los cuales contenían oro y joyas suficientes para mantener una pequeña nación durante meses. Allí les recibieron Randor, Ibrahim, Jasafet, y todos los demás. La situación fue realmente problemática, con una kalorion y ocho apóstoles entre ellos. Se acordó guardar los baúles en la sala acorazada, aunque Selene retendría las dagas consigo. La segunda noche, cuando todo se había distribuido y todos se habían asentado ya, Ezhabel, Demetrius y Leyon tuvieron un inquieto sueño. Urion les reclamó su segundo compromiso: debían entregarle a Selene, viva...