Tras discutirlo un tiempo, decidieron por unanimidad que ya era hora de ver qué había al otro lado de aquella omnipresente bruma blanquecina. Todos ellos, junto con Adens, Selene, Erhinialde, Cirandil y Rughar fueron traspasando la barrera neblinosa uno a uno, sin trauma aparente. Sin embargo, a medida que atravesaban la niebla, sus recuerdos y sensaciones se iban difuminando. Tras dejar atrás los últimos retazos de la espesa niebla, se encontraron en un paisaje extremadamente inquietante: los colores apenas se distinguían, de lo pálidos que se habían vuelto; el blanco era el color predominante, pero no un blanco níveo dañino a la vista, no, sino un blanco pálido que parecía a punto de apagarse en todo momento. Por todo contraste, aquí y acullá se podían ver una especie de flores negras como el azabache que nunca se ponían al alcance de la mano, por mucho que se intentara tocarlas. A lo lejos, lo que parecían espectros de árboles secos y muertos, negros como la noche, recortaban lo más parecido que había a una línea de horizonte. El frío era terrible y la tristeza y la desesperación les invadía. No se veía sol ni luna por ningún lado, y los movimientos allí parecían torpes y lentos. Los ojos de todos los presentes, excepto los de Ayreon y los de Selene, se habían tornado blancos como la leche. Como más tarde se enterarían por medio de Selene, aquello no podía ser sino el Palio, la región de dimensiones más alejadas de la Esfera Celestial, la dimensión demoníaca más peligrosa.
La mayoría de sus recuerdos se había desvanecido, sólo los que habían pasado más tiempo juntos recordaban el nombre de los demás, pero no eran sino extraños los unos para los otros. Todos sentían una sensación de pesadumbre que contribuía al pesimismo generalizado y a la desconfianza, ya no eran las mismas personas, sus personalidades habían cambiado, en casi todos los casos para peor, excepto en lo tocante a Ayreon, que aunque afectado por la amnesia como los demás, pudo retener su personalidad y recuperar la memoria en pocos minutos [punto de destino]. Gracias a esto, el grupo no se desmembró por completo y permaneció unido, aunque a regañadientes por parte de algunos miembros.
Demetrius, por su parte, podía percibir el espacio allí de forma diferente, todo parecía converger hacia un punto hacia el que se veía instado a marchar, y así lo hizo, sin importarle si el resto del grupo le seguía. Se mostraba arisco y brusco, muy diferente del agradable bardo que era en el mundo "normal". Evidentemente, el resto del grupo siguió sus pasos -no sin alguna que otra objeción-, confiando en que aquello los llevara más cerca de la salida de aquel lugar.
Caminaron durante lo que pudieron ser horas o siglos. Allí no les parecía hacer falta comer ni dormir, aunque sí sentían fatiga y debían descansar. Pero la pesadumbre que les oprimía el corazón se iba haciendo más y más severa [críticos depresión]. Cirandil fue el más afectado, sufriendo varias pérdidas de conocimiento y severos trastornos psíquicos.
Las voces de la mente de Ayreon lo habían abandonado, al menos por le momento, pero no cesaba de oir otras voces, que parecían proceder de un lugar indeterminado, llamándole e instándole a ir hacia ellas. Intentó no hacer caso. Ezhabel también comenzó a oir voces similares al poco tiempo, voces que le decían cosas como "la deseas, pero ya no la tendrás", o "ha desaparecido para siempre". Debían de referirse casi con total seguridad a Nirintalath. La presión fue demasiada para la semielfa, que acabó derrumbándose entre espasmos nerviosos. Tras un traumático sueño, Ayreon pudo recuperar todos sus recuerdos, y los aprovechó para despertar el máximo número de ellos en sus compañeros. Algunos recordaron muchas cosas, pero aun así, sus memorias estaban incompletas y sus personalidades eran diferentes. Entre otras cosas, recordaron por qué estaban allí: la búsqueda de Mandalazâr.
Durante el viaje, el paisaje apenas cambiaba, y la monotonía contribuía a acabar con sus nervios. Demetrius los guiaba, consultándoles cuando había que tomar una decisión. Las decisiones sobre qué camino tomar eran sumamente abstractas, ya que no había camino establecido, y tomaban la forma de elecciones: por qué lado de un arbol negro y muerto seguir, coger una manifestación del Santo Grial o una manifestación de Nirintalath, cruzar un pórtico u otro... todas ellas, aparentemente, no hacían desviarse al grupo ni lo más mínimo, pero podían notar que algo cambiaba. Una vez pasada la "bifurcación", el bardo continuaba guiándolos. En una de las jornadas de viaje, se encontraron con tres criaturas humanoides totalmente desconocidas, que hablaban en un idioma extraño. Los tres se tumbaron ante ellos, temblando. Ante la imposibilidad de entenderse, el grupo continuó su camino.
En otro momento, un abismo se abrió a los pies de Ezhabel. Leyon se lanzó desesperadamente a salvarla, y consiguió cogerla de una mano, sólo para ver que se encontraba caída en el suelo y no había ni rastro del precipicio.
Para agravar las cosas, en un intervalo de descanso, Cirandil y Ezhabel intentaron suicidarse con sus espadas. Afortunadamente, Ayreon y Selene llegaron a tiempo de evitar la catástrofe.
Anduvieron y anduvieron sin cesar. Finalmente, llegaron a un bosque de espinos negros y árboles secos, que se fue espesando cada vez más, hiriéndoles la piel despiadadamente. Hasta que se encontraron de frente con un enorme demonio negro con los ojos como ascuas hirvientes que lanzó un bramido salvaje y desagarrador. Los árboles parecieron doblarse sobre ellos, clavándoles sus largas espinas. Huyeron como pudieron, tras un afortunado ataque de Ayreon que acabó con el engendro del Palio. Tras sufrir innumerables cortes, salieron del bosquecillo. Allí pudieron ver cómo larguísimas filas de seres desconocidos -tanto humanoides como no humanoides- eran guiadas y torturadas por despiadados demonios hacia el interior de la espesura. Fueron descubiertos por un grupo de demonios, sombras con ojos de fuego y toque helado mientras la lluvia comenzaba a caer, una lluvia de ascuas hirvientes y negras como el carbón que les hacían gritar cuando les rozaban. Los demonios los seguían, podían sentirlos muy cerca. Ezhabel y Ayreon sufrieron su toque helado, y los ojos de la semielfa se volvieron negros como la noche, mientras que su piel se volvió blanca como la nieve. El suelo pareció desaparecer bajo los pies del grupo, que cayó hacia la oscuridad. El silencio era opresivo, hasta que Ezhabel, o más bien el demonio que la poseía, comenzó a gritar horriblemente señalando a Ayreon: "¡Te atraparemos! ¡Degustaremos tu alma! ¡Y te la arrancaremooooooooos!". Un violento golpe del paladín acabó con Ezhabel en el suelo, y con un gran esfuerzo, procedió a exorcizarla, hasta que sus ojos y su piel recobraron su aspecto de siempre y entró en lo que parecía un profundo sueño. El grupo al completo agradeció un poco de descanso antes de continuar su camino en ese nuevo entorno, donde la oscuridad parecía engullirlo todo y donde tenían la sensación de que algo los observaba continuamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario