Tras conversar unos momentos con el grupo y no obtener más que hostilidad, Carsícores, indignado por no ver correspondida su "generosidad librándolos de los demonios", hizo un aparte con su "compañera" Selene. Supusieron que querría enterarse de los acontecimientos relacionados con la traición de Urion. Leyon, haciendo uso de los poderes concedidos por el pendiente de los Rastreadores, hizo uso de su visión de lo etéreo, y pudo ver que un par de demonios invisibles (y cuyo estado natural parecía la invisibilidad) pululaban por la escena, y que por su actitud, presumiblemente acompañaban a Carsícores.
Ya de vuelta, Selene sugirió que posiblemente sería buena idea que el kalorion demoníaco permaneciera con ellos como barrera contra Urion y Khamorbôlg. Sin embargo, aunque algún miembro del grupo se mostró de acuerdo con la idea, la firme negativa de Ayreon -en cuya cabeza las voces gritaban desgarradoramente amenazas contra el kalorion- y Demetrius los acabó convenciendo de lo contrario. Selene insistió en la conveniencia de la alianza revelando a Ayreon el odio que Carsícores profesaba hacia Khamorbôlg. Pero ni aun así dio el paladín su brazo a torcer. Carsícores, sin perder su burlona sonrisa, preguntó una vez más si era eso lo que realmente querían. Ante la respuesta afirmativa del grupo, transigió y con un "Si eso es lo que queréis..." desapareció al punto.
Tras la marcha de Carsícores, Selene contó que le había revelado que Urion había encontrado nuevos aliados entre, según sus palabras, la "escoria humana". Unos humanos cuya descripción no podía sino corresponder a los compañeros de Adens, los Rastreadores del Silenciado. La información cayó como un jarro de agua fría sobre Leyon y Adens. El grupo al completo se giró hacia este último, para confirmar que realmente no había tenido ningún contacto. Pero, nervioso, Adens no pudo seguir ocultando información, y desveló que Arixos sí se había puesto en contacto con él para informarle de un peligro desconocido y que evitara a toda costa ponerse en contacto con ellos. También le habían advertido que no podía revelar nada de todo aquello a nadie; pero el problema era que hacía varios días que Adens ya no podía detectar ni siquiera a Arixos, y eso le había decidido en ese momento a contar lo que sabía. Que el Consejo no se hubiera puesto en contacto con él le hacía sospechar que Arixos estaría desaparecido o peor, muerto. Preocupantes noticias.
Tras el encuentro y las revelaciones, procedieron a decidir su próximo movimiento, que sería acudir a Haster a atar todos los cabos sueltos que quedaran allí.
Esa noche, Demetrius durmió con sus tres mujeres. Ayreon tuvo una discusión con Atîr, que le reclamó más atención y le informó de que estaba embarazada. El paladín no pudo contentarla, porque Emmán lo reclamaba y él tenía que responderle. Ezhabel recibió la enésima visita de Cirandil, al que rechazó de nuevo. Éste comenzaba a mostrar su fatiga ante tantos desplantes, y así se lo hizo saber a la semielfa. Leyon, por su parte, recibió la visita de Selene, que se mostró muy cariñosa, y le preguntó por su derecho al trono y sus intenciones. Compartieron una botella de vino e hicieron el amor. Al dormir, todos tuvieron la misma pesadilla: la persona (o personas) con la que estaban compartiendo el lecho los miraba desde los pies de la cama, llorando. El lloro devenía lentamente en risa y su aspecto se tornaba demoníaco, señalándolos burlonamente. Un latido de la bruma pálida los despertó. Acudieron al patio, como siempre, pero al llegar no quedaba rastro de ningún engendro. Los paladines presentes aseguraron que habían acabado con ellos. Pero Ayreon no se fiaba, y recurriendo a sus poderes, detectó que la docena de paladines presentes al completo se encontraban poseídos. Tras acabar con tres de ellos, consiguieron reducir a los otros nueve y tras un exorcismo que duró toda la madrugada, volvieron a la normalidad.
Esa misma noche, Demetrius contactó con Heratassë, y esa misma noche el dragarcano apareció. Tras mucho discutir, Heratassë se llevó a Petágoras con los losiares.
Por la mañana, los guardias dieron aviso de que Petágoras había desaparecido, y Demetrius guardó ante el resto del grupo el secreto sobre la nueva localización del muchacho.
Tras discutir nuevamente sobre su próximo paso, decidieron que lo primero sería encontrar el arpa Mandalazâr, para poder enfrentarse a los Mediadores en Haster y, en su caso, poder coronar a Leyon si las circunstancias fueran propicias. Eso los llevaría a Krismerian, pero era necesario.
Por la tarde, un nuevo latido de la bruma pálida provocó la posesión de un cierto número de paladines, además del propio Demetrius. Ayreon libró rápidamente al bardo de la influencia demoníaca, y tras un saldo de seis potenciales paladines muertos, consiguieron devolver a las presencias allí de donde habían venido. Pero con cada latido, el área cubierta por la bruma se iba extendiendo poco a poco.
Tras el episodio, Atîr y Ayreon volvieron a discutir. Las voces de la cabeza del paladín se dispararon y él entabló por primera vez conversación con ellas, aunque fue deslabazada y sin sentido. Pero parecía claro que no eran presencias afines a la Sombra, porque la sola mención de Phôedus bastó para provocarle un dolor físico casi inaguantable. Atîr se marchó, indiganada.
En los sueños de Demetrius, Leyon y Ezhabel, un cuervo blanco se posaba una y otra vez en sus hombros.
El día siguiente, Ayreon convocó a varias docenas de paladines y de Hijos de Emmán, y con un emotivo discurso los convenció de la necesidad de partir en busca del Santo Grial para restablecer la Luz en el mundo. Entusiasmado, el contingente fue partiendo escalonadamente hacia los cuatro puntos cardinales durante los días siguientes.
Tras ser de nuevo contactado, Heratassë volvió a aparecer en la Torre, esta vez con prisa, porque según dijo, el contingente de enanos y ellos mismos estaban a punto de entablar combate, y debía volver para proteger a Elsakar. El dragarcano acompañaría al grupo a Krismerian para indicar con más exactitud la localización del arpa.
Por otra parte, uno de los tres paladines capaces de multiplicar el grano fue enviado a Doranna, junto con algunas provisiones y una nutrida escolta al mando del hermano Unzhiel. Un barco le esperaba en las costas del Mirgaer para trasladarlo rápidamente a Lainirial.
Y sin más dilación, Eltahim transportó al grupo hasta la mansión de Selene una vez más, desde donde partirían a por Mandalazâr. Heratassë confirmó sin tardanza la localización de Mandalazâr en la Torre de Khamorbôlg -aunque como ya les dijo en el pasado, como si estuviera cerca y a la vez lejos- y partió al punto a reunirse con Elsakar. A sugerencia del grupo, Selene cogió de su Cámara una diadema por si tenían que usar la táctica del regalo para entrar a Gaunzar, y a continuación se trasladaron al poblado de Laogar, sito a unos treinta kilómetros de la Torre, desde donde partieron a pie. Al cabo de pocas horas pudieron vislumbrar lo que ya venían temiendo: donde debía alzarse la torre, no se veía más que una ominosa bruma blanquecina por todos conocida, que se alzaba en una columna cuyo límite vertical no alcanzaba la vista y tenía cerca de un kilómetro de diámetro.
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