Mientras los Rastreadores y Adens se ponían al corriente de sus respectivas situaciones, entraron en Emmolnir, la torre de los paladines de Emmán, donde les recibieron Randor y Jasafet. Había movimiento en el patio de armas; según les informaron, acababa de llegar Regar de Khoul con la recaudación de impuestos y el diezmo para la Orden de Emmán. Su comportamiento había sido intachable y, siguiendo las instrucciones de Ayreon -y sus propias convicciones-, no había cobrado impuestos a los más necesitados. Algún que otro juicio había hecho falta, pero se había resuelto con justicia y equidad. Ayreon asintió, satisfecho.
Al ver que se acercaban, Regar de Khoul dejó a los paladines encargados del recuento y se dirigió respetuosamente a Ayreon. Le pidió hablar con él en privado, así que Ayreon, Randor y Regar se reunieron en una pequeña estancia y todos los demás (Demetius, Ezhabel, Leyon, los kaloriones y sus apóstoles, Heratassë, Adens, Arixos y los Rastreadores que se presentaron como Arixareas, Doros y Naxaus) les esperaron en el despacho principal, la Sala Blanca.
Lo primero que le preguntó Regar de Khoul a Ayreon fue si tenía alguna noticia del paradero de Aryatar, el hijo del rey Nyatar. Durante meses había estado con el caballero recaudando los tributos, y de repente, hacía un par o tres de semanas, había desaparecido de repente, presuntamente increpado por una carta de su padre. Desde entonces no había tenido noticias de él, y estaba preocupado. Regar y Aryatar habían trabado una amistad curiosa pero sincera. Ayreon, fiel a sus convicciones de no mentir, le explicó como pudo toda la historia tal y como había sucedido. Cuando contó que Aryatar había resultado ser un kalorion, Regar no pudo dar crédito a lo que oía. Era imposible saber si Aryatar era un simple receptor del "yo astral" del kalorion o era realmente uno de ellos con el aspecto alterado, pero Ayreon procuró tranquilizar al caballero asegurándole que en el momento en que supieran cómo ayudarlo, lo harían. Ante esto, Regar expuso un nuevo problema: si la Sombra tenía capturado a Aryatar, nada les impediría extorsionar a su padre para que dejara el combate, y en ese caso estarían perdidos. Tenía razón, pensó Ayreon, y eso añadía una nueva preocupación a las ya existentes.
Una vez quedó claro el asunto de Aryatar, Regar abordó el motivo principal de su conversación con Ayreon y Randor. Traía noticias del sur: la Sombra había conseguido romper el frente desplegado a lo largo del río Ilven y estaban comenzando a avanzar peligrosamente hacia Emmolnir (además de rodeando a las tropas ilvas y humanas). Al menos tres pueblos relativamente importantes no pudieron recibir la visita de los recaudadores por estar ya ocupadaos por contingentes de la Sombra. Era urgente ayudar allí si no querían ver la torre asediada en cuestión de tres meses como mucho. Randor tomó la palabra, reprochando -suavemente- a Ayreon no haber dedicado más tiempo a madurar la situación de Esthalia. Pidió permiso para dirigirse al país del que era el gobernante legítimo y organizar allí la resistencia, que era nutrida y activa. Tras meditarlo unos momentos, Ayreon aceptó que Randor viajara a Esthalia, dándole una escolta de veinte paladines para movilizar a los restos de los caballeros esthalios que quedaran por allí; de esa manera, la Sombra tendría una preocupación en su retaguardia y esperaban hacer que dejara de avanzar.
Mientras tanto, el resto del grupo aprovechó para hacer las presentaciones. Los Rastreadores recién llegados fueron presentados por Adens como Arixareas, miembro del Consejo, Doros, y Naxaus. Por lo poco que pudieron hablar antes de la llegada de Ayreon, Randor y Regar, dedujeron que Arixareas debía de ser un Rastreador "conservador", de los que afirmaban que el Albor no era otra cosa que la llegada de su Dios Daar a la tierra, mientras que Doros, era un Rastreador mucho más "radical", de los que afirmaba que las tradiciones orales no dejaban claro qué significaba "el Albor" y podía ser cualquier cosa; afirmación compartida por Arixos y Adens, por suerte. Naxaus, tan atractivo y agradable que casi resultaba ofensivo, era una persona mucho más opaca, con lo que sobre él poco pudieron averiguar. Arixareas se lamentaba de que Urion había engañado a gran parte de ellos presentando a Khamorbôlg como su dios renacido. El gran poder de éste había cegado a muchos de ellos, que lo aceptaron enseguida. No obstante, últimamente se habían levantado muchas voces discrepantes entre ellos acerca de la veracidad de las afirmaciones de Urion, hasta llegar al episodio del enfrentamiento con los personajes y Adens, donde algunos de ellos decidieron romper definitivamente con el kalorion. En todo el proceso, los Rastreadores habían sido divididos entre el Palio, sirviendo a Khamorbôlg, y Puerto Reghtar, la ciudad-frontera de Krismerian, como servidores del viejo ciego.
Ayreon y Randor llegaron en ese momento. Fueron presentados y al instante la tensión se tendió entre el Gran Maestre paladín y el líder de los Rastreadores en la sala, Arixareas. Tras algunos reproches y palabras afiladas, los Rastreadores contaron que, con ayuda de sus extraños poderes, habían creado un vínculo de unión forzado entre Khamorbôlg y Urion y su deidad, el llamado Korvegâr. De esa manera podían disfrutar del poder del Dios Oscuro por la fuerza, sin necesidad de que éste les concediera su favor. Unos momentos de silencio se hicieron entre los presentes, asombrados todos ellos por las revelaciones y las enormes capacidades que tenían aquellos Rastreadores. Superada la primera impresión, la discusión comenzó. Selene y Carsícores insistieron en la necesidad de atacar duro a Trelteran, ante la insistencia de los demás de tener prudencia. Los Rastreadores, al parecer ayudados del poder encerrado en sus pendientes, no tardaron en deducir la verdadera naturaleza de los tres kaloriones presentes en la sala. Nadie podía hablar tan a la ligera de atacar a Trelteran si no era a su vez un kalorion. Mientras los Rastreadores hablaban, se hizo evidente para Demetrius que eran capaces de mantener contacto telepático. Arixareas preguntó a Ayreon directamente sobre la verdadera naturaleza de aquellos tres, y el paladín tardó en contestar, lo que el umbrio se tomó como una ofensa personal, agravando todavía más la situación entre ellos dos. Pero no llegó la sangre al río y finalmente los Rastreadores acordaron colaborar.
En la conversación subsiguiente se dedicaron a decidir su curso de acción. Selene se mostraba, junto con los Rastreadores, favorable a reunir el máximo número posible de ellos -claramente, con intención de anular el aislamiento que la separaba del Señor Oscuro-. Los otros dos kaloriones y el resto de los reunidos abogaban por atacar directamente a Trelteran y así eliminar un jugador o hacer que se uniera a ellos. Los Rastreadores acordaron apoyar el ataque a Trelteran siempre que inmediatamente a continuación procedieran a liberar a sus hermanos.
Tras la reunión, un sirviente apareció en los aposentos de Ayreon, donde el Gran Maestre se encontraba descansando. Reomar, el paladín que había visto a Églaras, había despertado al fin. Pero estaba un poco extraño, no sabía explicarlo. Ayreon corrió a entrevistarlo. Reomar le relató que había presenciado una ceremonia nocturna, escondido entre la sombras, presidida por un anciano ciego -que no podía ser otro que Urion- y un gran número de congregados vestidos de verde oscuro y con pendientes en sus orejas -a todas luces, Rastreadores del Silenciado-.
—No he visto en mi vida invocación tan poderosa. Un flujo de poder conmovió mi misma esencia, dejándome apenas consciente. Vomité y me arrodillé, rogando a Emmán que aquello no acabara conmigo. Cuando pude abrir los ojos, uno de los individuos tenía los brazos alzados hacia el cielo, y en sus...
—Avísala —dijo de repente el paladín Reomar, con una voz profunda e inquietante, y una expresión tenebrosa en el rostro.
Ayreon abrazó el poder de Emmán rápidamente. Pero Reomar siguió hablando como si nada hubiera sucedido.
—...manos estaba ella, la Espada de la Virtud, la Esperanza de la...
—Avísala, ¡AHORA! —de nuevo la voz y el cambio de actitud. Pero de nuevo nada sucedió. Reomar no parecía darse cuenta de sus arrebatos.
—...Luz, el Arcángel de Emmán, Églaras. No tenía el mismo aspecto que la última vez que la vi en vuestras manos, pero sin duda era ella, incluso la oí cantar en mi mente. Intenté moverme, pero el malestar anterior había dejado mi mente lenta y mi cuerpo torpe. Tropecé. Y alguien me oyó.
—Trae a Selene, estúpido. —Ayreon comenzaba a entender. La mente de Reomar sin duda servía de receptáculo a una segunda, quizá un kalorion, que por algún motivo no había podido tomar el control.
Ayreon mandó a un sirviente en busca de Selene y habló con Reomar acerca de su problema. Era la primera noticia que tenía el paladín, que no había notado nada, ante su consternación. Ayreon lo consoló y terminó su historia.
—Alguien me oyó y sentí un golpe. Me debatí como pude y, no sé muy bien cómo, conseguí llegar a mi caballo y huir, no sin ante sufrir estas feas heridas —se señaló el costado, donde gracias a los poderes de Ayreon no quedaba ni rastro de herida alguna. Reomar expresó su agradecimiento con una breve mirada, cuando Selene entró por la puerta.
La kalorion fue informada por Ayreon de la circunstancia, y se acercó a la cama. Allí, el paladín postrado y Selene se miraron en silencio durante largos instantes. Finalmente, la mujer se giró hacia Ayreon, haciéndole prometer que guardaría el secreto que le iba a contar. Éste así lo hizo, no tenía mucha elección, y Selene le contó que en aquel cuerpo estaba el "yo astral" del kalorion llamado Tenthalus. Después del incidente en Haster -Tenthalus no era otro que lord Mauvros, muerto por la Daga Negra de lady Eleria- había quedado maltrecho y sin el suficiente poder para reencarnarse muchas veces más. No podría hacerlo más. Eso quería decir que, si Reomar moría, un kalorion dejaría de existir. Ayreon no se sintió tentado ni un segundo por tal pensamiento, por supuesto. Según lo que le había contado Tenthalus, Selene contó que Urion había interpretado bastante libremente las leyendas de los Rastreadores y algunas más, y había llegado a la conclusión de que la clave para que la Sombra triunfara en el conflicto actual era que los Brazos de la Luz nunca llegaran a reunirse en su totalidad. Mientras Églaras estuviera en su poder, ese objetivo estaba cumplido.
Sin más tardanza, se aprestaron para atacar la mansión de Trelteran, como habían decidido previamente. Llegarían de la única manera posible, a través del Mundo Onírico, a pesar del riesgo que correrían. Demetrius se puso el anillo que había pertenecido a Dalryn, la prometida de Leyon, y se quedó dormido en cuestión de breves instantes. Selene consiguió, con gran esfuerzo, introducir a Demetrius físicamente en la Realidad Onírica, junto con ella. Ayreon se durmió y apareció en la realidad alternativa. También llevaron con ellos a varios Susurros de Creá, que actuarían en caso de peligro. Y fue una idea sumamente acertada, porque cuando llegaron a la vista de la representación onírica del Kreghärmanza -un enorme castillo con forma de dragón tallado suspendido en la nada que era el mar allí- los recibieron una docena de Guardianes de los Sueños, las enormes criaturas grises y sin rostro. Los Susurros, casi agotándose hasta el límite y con ayuda de Selene y sus Dagas Negras y las capacidades de Ayreon, pudieron dar cuenta de los monstruos seres. El agotamiento les pasó factura, y sólo quedaron junto a Ayreon, Selene y Demetrius Ordreith y uno de sus compañeros.
Un último salto y aparecieron en el Sanctasantórum de Trelteran. Su representación en el mundo onírico era la de un gran palacio de suntuosidad extrema. Selene y Demetrius salieron al Mundo Real. La bodega del barco insignia de la Sombra estaba habilitada como una gran sala en penumbra donde se veían libros, pociones y escritos por doquier. Un trabajado escritorio presidía la estancia, con multitud de pergaminos y cajones. Estanterías pobladas de pergamino y manuscritos se extendían hasta la otra parte de la habitación, donde había una cama con dosel sobre la que se inclinaban tres figuras con túnica y capucha negras -evidentemente, apóstoles de Trelteran-. Antes de que nada pudiera pasar, Demetrius abrió un portal hasta Emmolnir, donde esperaba el resto del grupo. Rápidamente despertaron a Ayreon y se apresuraron a atravesarlo.
En el barco, las tres figuras vestidas de negro se habían girado y habían comenzado a canalizar poder. Uno de ellos consiguió arrebatar unos segundos el alma de Demetrius, hasta que sendas Dagas Negras acabaron con él y otro de sus compañeros. Selene se apresuró a poner la redoma que el apóstol había usado para apresar el alma del bardo en la boca de Demetrius y abrirla para devolverlo a la vida. Mientras tanto, Heratassë y Ayreon entraban a la estancia a través del portal.
El tercer apóstol había desaparecido, sin duda en busca de ayuda. En la cama había alguien tendido. Y la nariz aguileña no dejaba lugar a muchas dudas: Trelteran. Demetrius y Ayreon corrieron a la cama, mientras Ezhabel y Leyon entraban por el portal. El kalorion no parecía respirar, parecía muerto. Pero quizá era así como quedaban cuando se trasladaban para poseer otro cuerpo. No sabían qué pensar. Demetrius arrancó la redoma que contenía a Nirintalath del cuello de Trelteran. Selene dio rápidas instrucciones a Heratassë y Leyon para que trasladaran un pesadísimo cofre que había en un rincón a través del portal hasta Emmolnir. Así lo hicieron. Ezhabel, con gran fortuna, descubrió rápidamente trío de redomas, una de las cuales era sin duda la que albergaba el alma de Eltahim. Las agarró ávidamente. Por su parte, Ayreon cogió un buen puñado de los papeles que había sobre el escritorio. En ese momento, seis figuras de negro se materializaron en la instancia. Casi era visible el poder que emanaban: se encontraban enlazados al estilo de los paladines de Emmán, potenciando muchas veces su poder. Murakh, viendo una oportunidad única de saquear el santuario de Trelteran, ya había entrado en la estancia y los teleportó a regañadientes. Demetrius cerró el portal. Lo habían conseguido.
Ezhabel entregó las tres redomas que había conseguido a Demetrius, que se emocionó y corrió hacia las habitaciones de su amada. Selene impartió órdenes para que varios sirvientes llevasen el cofre a sus aposentos, y todos siguieron al bardo hasta la cama de Eltahim. Allí, Ayreon utilizó sus poderes para averiguar cuál de las tres ampollas era la correcta, y Selene dio instrucciones a Demetrius, diciéndole cómo debía utilizarla. El bardo puso la redoma en la boca de su mujer y la abrió suavemente. A los pocos instantes Eltahim abrió los ojos y se abrazó a Demetrius, que lloraba profusamente. Los dejaron solos. Loryn y Azalea no tardaron en llegar, acompañadas de los niños, para abrazarse a Demetrius y Eltahim y llorar de alegría.
Mientras salían de las habitaciones de Eltahim, Leyon dio las gracias a Selene por todo lo que había hecho. La elfa lo miró larga y apreciativamente, y sensualmente, lo invitó a ir a sus aposentos. Allí, la kalorion abrió el cofre ceremoniosamente. A la vista de Leyon quedaron expuestas nada menos que ¡seis! Kothmorui, seis Dagas Negras de Trelteran. Dagas que llamaban a Leyon peligrosamente. Pidió a Selene por favor que cerrara el cofre. Ésta así lo hizo, asegurandose de que su olor y calor fueran percibidos por Leyon. Pasaron la noche juntos, una noche de pasión y sudor.
Cuando Eltahim cayó dormida, Demetrius acudió a la Sala Blanca de Ayreon, que se encontraba estudiando los papeles que había conseguido en el escritorio de Trelteran. Allí, le dio la redoma que contenía el alma de Nirintalath, para que el paladín se la diera a Ezhabel tomando todo tipo de precauciones. Al coger la redoma, Ayreon tuvo una de sus visiones, ésta sorprendentemente lúcida: el enano Zuron forjando de nuevo a Nirintalath bajo un estandarte de la luz mientras un estandarte de la Sombra se hundía en la oscuridad. Inmediatamente se dirigió a entregarle la redoma a Ezhabel, que la recibió conteniendo la emoción y les dio un gran abrazo al paladín y al bardo. Realmente la semielfa había llegado a estimar al Espíritu de Dolor... esperaban, por el bien de todos, que eso fuera una cosa buena...
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