Encuentros en el castrum.
Sexto Meridio era un gran conversador, y así lo demostró en los diálogos que estableció con los personajes a lo largo y ancho de su mansión. El motivo de tales charlas era convencerse definitivamente de que el grupo era de fiar; aunque éstos lo comprendieron pronto, disimularon y dejaron que Meridio se autoconvenciera.
Datos de interés surgieron en algunas de las discusiones. En una mantenida con Tiberio Julio, le reveló que todo el problema en Roma había empezado con un teúrgo, un tal Marco Mercio, el primero de muchos teúrgos asesinados. Marco Mercio no era sino el padre de Lucio Mercio, que aunque no lo dejó traslucir, se sintió conmocionado al enterarse de que su propio padre había guardado en secreto pertenecer a uno de esos extraños cultos.
La segunda noche, los sirvientes de la mansión alertaron de que estaban siendo atacados. Varios árabes -sacerdotes kahin- y lo que parecían africanos les atacaban con artes de asesino y de hechicero. Afortunadamente, pudieron rechazarlos bien entrada la madrugada. El fuego prendió en varios lugares, pero por suerte pudieron controlarlo finalmente y echarse a dormir un par de horas.
Por la mañana, Meridio les sugirió cambiar su lugar de residencia lo más discretamente posible, no confiaba en que la casa fuera segura ya. Alejandría había seguido a Roma rápidamente en los asuntos conspiratorios y no era una ciudad agradable para aquellos que se inmiscuían en ciertos asuntos.
Al poco rato, mientras conversaban con Meridio, éste se giró sin un motivo aparente murmurando algo así como: "ya está aquí". Efectivamente, un extraño hizo acto de aparición sin que lo anunciara ningún sirviente: Nicomedes Stoltidis, íntimo amigo de Meridio, hizo su aparición procedente de Hispania. Desde luego, los teúrgos de Mercurio debían tener a su alcance medios muy interesantes para viajar rápidamente. Nicomedes les comentó que la situación en Roma había empeorado y preguntó a Tiberio si había tenido algún contacto últimamente con la familia Albino, del septemvirato. Éste respondió que no, sorprendido de que alguien ajeno al Pacto Secreto supiera tanto de los entresijos del Culto a Júpiter. También les refirió sus contactos con Quinto Mario Canus, que al parecer quería recabar la ayuda del culto a Mercurio en nombre de Cayo Albino Regilense. Más tarde, los teúrgos de Mercurio averiguaron que el tal Albino formaba parte de la cúpula de poder del Culto a Júpiter, y su familia era destacada en los asuntos concernientes a éste.
Tras mucho hablar y planear, se estableció una alianza tácita entre los teúrgos de Mercurio y los personajes, avalados por Sexto Meridio. El interés común era salvar a Roma de las maquinaciones que parecía estar cometiendo el Culto a Júpiter. Nicomedes también les informó de que Atenas estaba siguiendo los pasos de Roma y Alejandría, con multitud de teúrgos extranjeros haciéndose con las riendas del poder.
Al anochecer, tras marcharse Nicomedes, decidieron abandonar la casa y trasladarse al lugar más seguro que se les ocurrió: el castrum romano del noreste de la ciudad, donde se asentaba una guarnición permanente de legionarios. Allí esperarían el regreso de Íctinos Eléusida y su barco, para salir de Egipto. Aunque intentaron ser lo más discretos posible, pronto se dieron cuenta de que varias figuras los seguían, y cuando salieron de la ciudad, atravesando el trecho de campo abierto que les separaba del campamento, vieron cómo unos bultos en la arena se acercaban a ellos, como si fueran topos pero de un tamaño considerable. Sin embargo, se movían lentamente y no pudieron alcancarles antes de que atravesaran la empalizada. Parecían estar controlados en todo momento, quizá incluso por algún espía dentro de la casa.
Tras cruzar entre las prostitutas y vendedores que merodeaban en los alrededores los recibió una patrulla de legionarios que, ante el evidente abolengo de Cayo Cornelio y su extremadamente convincente discurso, además del dato de que Tiberio era hombre de confianza de Cornificia, apenas les pusieron trabas para pasar al interior. Los llevaron ante Cayo Lutacio, tribuno militar y comandante de la guarnición. Un militar cuidado y atractivo, extremadamente atractivo, con ojos azules, infrecuente en un romano. Pronto averiguarían que la mayor ambición de Lutacio era prosperar en el cursus honorum, y vio su oportunidad en la ocasión de prestar ayuda a un Cornelio Patricio (y a un Julio en añadidura). Así que les dio alojamiento en el castrum, fácilmente convencido por el discurso de Cayo, que afirmaba que se encontraban en peligro. No era el mejor alojamiento del mundo, pero tendrían la guarnición como barrera de defensa. Además, Tiberio mencionó a Lutacio el hecho de que era el médico personal de Cornificia, y que hablaría de él a la hermana del emperador; esto acabó de convencer al comandante para deshacerse en atenciones hacia sus "invitados".
Ahora que estaban seguros (o eso creían) volvieron a echar un vistazo a las tablillas. Necesitaban pergaminos y libros que les dieran claves del idioma mesopotámico para poder traducir todo aquello.
Durante el primer día que pasaron en el castrum, Lutacio preguntó a Cornelio si Idara y él eran pareja. El patricio respondió negativamente, así que el militar se acercó a la muchacha, por la que se había sentido atraído en cuanto la había visto. A Idara también le gustaba Lutacio, así que tuvieron un encuentro amoroso a salvo de ojos indiscretos. Lucio, por su parte, empleó su tiempo en entrenar con los reclutas; conoció a Tito Acadio, un legionario raso veterano y muy inteligente que, por lógica, debería haber llegado al menos a centurión ya, y a Calisteos, un griego con un oscuro pasado que no quiso revelar. Cayo conoció a Octavio Tulio, un joven recluta patricio que se encontraba sirviendo como soldado, extrañamente. Problemas personales en Roma le habían llevado a servir como el último mono en aquella guarnición perdida "en el culo del mundo", según sus palabras. Tiberio siguió tratando a Galeno, recuperándolo poco a poco. Por la noche, durmieron tranquilos.
El segundo día en el campamento, Idara fue convocada a la tienda de Cayo Lutacio. La elegida de Minerva creyó que el comandante querría continuar los escarceos que habían comenzado el día anterior, pero no era así. Cuando llegó a la tienda había tres figuras presentes, dos hombres y una mujer, vestidas con ropas de viaje. Lutacio le informó de que preguntaban por ella. Llevaban armas, algo extraño teniendo en cuenta lo quisquillosos que eran los oficiales romanos al respecto. Le pidieron hablar con ella en privado, y así lo hicieron. Para sorpresa de Idara, se presentaron como "sirvientes" de Minerva, en realidad teúrgos de su culto. Se presentaron como Bodilkas -de origen íbero-, Apio Hostilio y Claudia Valeria. La diosa les había revelado en sueños que debían encontrar y proteger a Idara.
La antigua ladrona los llevó a conocer al resto del grupo. Allí hubo ciertos problemas con Cayo Cornelio, pues los extraños no querían desvelar su verdadera identidad ante los compañeros de Idara. Finalmente, se aceptaron las medias explicaciones y los tres recién llegados acompañarían en adelante a la muchacha.
Tiberio mantuvo una conversación con Apio Hostilio, donde ambos revelaron su verdadera naturaleza de teúrgos. Un pacto tácito se estableció entre ellos.
La placidez de los dos días pasados los tranquilizó y pronto conciliaron el sueño, en espera de que el barco llegara en un plazo de uno o dos días. Pero la noche trajo sorpresas. Sonidos metálicos de gladii y escudos comenzaron a oirse por doquier. Al salir al exterior, pudieron ver cómo algunos legionarios yacían sin vida, al parecer asesinados por sus propios compañeros. Lucio y Cayo se dispusieron a defender la tienda donde se encontraban, pero estaba rodeada. Un combate caótico estalló en la oscuridad, legionarios contra legionarios. No tardaron en darse cuenta de que los legionarios "traidores" lucían un extraño brillo en los ojos, que llevaban todo el rato desenfocados, como si no fueran ellos mismos. En los avatares del combate aparecieron escalonadamente Tito Acadio, Octavio Tulio, Calisteos y Cayo Lutacio con algunos componentes de su guardia personal. Algunos ataques por sorpresa les convencieron de que no debían fiarse de sus propios aliados, pues en determinados momentos, algunos de ellos desenfocaban los ojos y se volvían contra sus compañeros. Parecía que los militares iban cayendo poco a poco en las garras de algo que los controlaba. Tiberio, Idara, Meridio, Heráclides y los teúrgos de Minerva sacaron a Galeno fuera del campamento, por la puerta oriental. Allí, lejos del fragor del combate, Idara pudo escuchar una especie de salmos o cánticos que procedían del lado norte. Instigada por su curiosidad, se dirigió hacia allí, seguida por los demás. Sus sospechas de que algo estaba poseyendo a los legionarios se confirmaron al ver ante la costa alejandrina una pequeña congregación de figuras vestidas con túnicas y capuchas recitando algo que parecían oraciones -en un idioma que parecía mesopotámico, según Heráclides- que les ponían el vello de punta. Una mujer se encontraba arrodillada entre ellos. Una mujer altísima, encapuchada y de piel clara. En sus manos sostenía un disco dorado, exactamente igual que el que poseía Idara, al menos eso parecía desde aquella distancia. Tiberio utilizó el orbe que habían encontrado en la entrada al Laberinto, en Cnossos, que áún no entendía bien, pero que le permitía ver a través del Velo. Para su pavor, vio que les rodeaban multitud de daemoni y que la propia mujer del sello tenía a su alrededor algunos de ellos en ademán protector.
Sin muchas esperanzas, Idara lanzó una flecha hacia la mujer, con la gran fortuna de impactar en su torso. No hizo una herida profunda, pero sí fue suficiente para detener la invocación, hechizo, ritual, o lo que quiera que fuera aquello. La herida pareció volverla loca. Se giró hacia dos de sus "sacerdotes" y los mató con un solo gesto, con sus últimas fuerzas. Los cuerpos de los asesinados no tardaron en descomponerse en miles de escarabajos que se dirigieron a gran velocidad hacia el grupo de Idara y el campamento. Corrieron.
En el interior, Lucio y los demás habían sido ya rodeados por filas y filas de legionarios, que despertaron de su trance. Entonces llegaron los escarabajos, que no eran muy peligrosos pero entretuvieron lo suficiente al grupo y los legionarios como para que los extraños desaparecieran sin dejar rastro.
Los legionarios exigieron explicaciones a los personajes, pensando al principio que todo aquello había sido culpa suya, pero entre Cornelio y Lutacio pudieron aplacar los ánimos y no llegó la sangre al río. Resuelta la situación, bajaron por la parte norte, donde Idara y Tiberio habían visto a los extraños practicando el ritual. Ni rastro, excepto por una ligera neblina.
Sin muchas esperanzas, Idara lanzó una flecha hacia la mujer, con la gran fortuna de impactar en su torso. No hizo una herida profunda, pero sí fue suficiente para detener la invocación, hechizo, ritual, o lo que quiera que fuera aquello. La herida pareció volverla loca. Se giró hacia dos de sus "sacerdotes" y los mató con un solo gesto, con sus últimas fuerzas. Los cuerpos de los asesinados no tardaron en descomponerse en miles de escarabajos que se dirigieron a gran velocidad hacia el grupo de Idara y el campamento. Corrieron.
En el interior, Lucio y los demás habían sido ya rodeados por filas y filas de legionarios, que despertaron de su trance. Entonces llegaron los escarabajos, que no eran muy peligrosos pero entretuvieron lo suficiente al grupo y los legionarios como para que los extraños desaparecieran sin dejar rastro.
Los legionarios exigieron explicaciones a los personajes, pensando al principio que todo aquello había sido culpa suya, pero entre Cornelio y Lutacio pudieron aplacar los ánimos y no llegó la sangre al río. Resuelta la situación, bajaron por la parte norte, donde Idara y Tiberio habían visto a los extraños practicando el ritual. Ni rastro, excepto por una ligera neblina.