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La Santa Trinidad

La Santa Trinidad fue una campaña de rol jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia entre los años 2000 y 2012. Este libro reúne en 514 páginas pseudonoveladas los resúmenes de las trepidantes sesiones de juego de las dos últimas temporadas.

Los Seabreeze
Una campaña de CdHyF

"Los Seabreeze" es la crónica de la campaña de rol del mismo nombre jugada en el Club de Rol Thalarion de Valencia. Reúne en 176 páginas pseudonoveladas los avatares de la Casa Seabreeze, situada en una pequeña isla del Mar de las Tormentas y destinada a la consecución de grandes logros.

martes, 17 de mayo de 2011

La Santa Trinidad - Campaña en Aredia [Rolemaster] Temporada 4 Capítulo 1


Como en un mal sueño del que despiertas sobresaltado, todo se desvaneció. La felicidad y la alegría desapareció con un grito y una sacudida de poder. Allí seguían todos, en el Gran Salón de Turmalandë, aturdidos y casi sin sentido por la extraña experiencia de irrealidad sufrida. Sobre la runa de la Creación, dos figuras. Urión y alguien más. ¿Se habían vuelto locos, o el otro hombre que se agarraba a la runa de la Creación era Beregond? Sí, era Beregond, el emperador. Y hacia él corría otro hombre, procedente del corredor que llevaba a la sala Interdimensional. Este último esgrimía el Cetro Trivadar y llevaba la Corona Dalmazar, que debería estar portando Beregond; ¿cómo era posible? Demetrius reconoció en él a Leyon Irwar, el que había pretendido ser el legítimo descendiente de los emperadores en Haster antes de la aparición de Beregond.

Desde luego, Beregond no habría sido capaz de leer la runa de la Creación como lo era ahora. La realidad parecía deformarse y rasgarse alrededor de los PJs.

Con un estruendo seco, Leyon estrelló a Trivadar contra la cabeza del presunto Beregond; el cetro de batalla se partió y todo explotó alrededor de él y Urión, dejando sin aliento a los presentes.

Tras algunas horas de recuperación de la experiencia, todo parecía haber vuelto a la normalidad, tal y como estaba antes del ritual de lectura de la runa de la Creación. No obstante, mediante su consciencia celestial Ayreon pudo apercibirse de que algo había cambiado en las esferas superiores: lo más importante era que Korvegâr se encontraba otra vez presente, y por otro lado, Emmán parecía algo distinto a cómo era antes de la recreación. Un poco más... agresivo, quizá. El Mundo de los Sueños también parecía... desplazado, como si estuviera más lejos de lo habitual. Y lo peor de todo: Églaras había desaparecido de nuevo. Un arma menos contra la Sombra. ¡Y Alcanar también había desaparecido!

Nirintalath, interrogada acerca del presunto Kalorión que interrumpió a Urión en su lectura de la runa de la Creación, todo lo que pudo decir fue que el individuo no era Trelteran. Sus ansias de matar a éste permanecen intactas.

Demetrius, por su parte, sentía ahora una sensación de vacío muy extraña, lo cual tampoco le pareció desagradable después de haberse sentido enfermo durante años.

Al despertar, Leyon pudo contrar su historia, de cómo había oído entre ensoñacinoes una voz que le había advertido contra Beregond durante semanas, que le había instado a coger el Cetro y la Corona y a seguir al presunto Emperador a través de la puerta dimensional por la que se introdujo hacía unas horas. El resto, era historia.

Sus consciencias celestiales también revelaron a los PJs que ahora la balanza se había inclinado más hacia la Sombra, y se podía sentir la presencia de un nuevo Dios Oscuro, junto a Korvegâr y a Phôedus. Su presencia era idéntica a la que había mostrado el Arcángel Norafel en el pasado.

Avaimas no tardó mucho en reaccionar, transmitiendo a los PJs sus sospechas de que había un traidor entre ellos, ya que las defensas de Turamalandë no habían funcionado contra los intrusos. Al poco, Ayreon y él entablaron una discusión, cuando el Gran Alquimista expresó sus inquietudes acerca de si Ayreon podría ser un kalorion de forma inconsciente. Ante esta afirmación, el Paladín reaccionó indignado. Pero bien pensado, todos sus sueños y sus reacciones parecían apuntar a esa posibilidad, aunque se negara tajantemente a creerlo.

Al cabo de varios días, procedieron a trasladarse a la ciudadela de Nímbalos, a través de pasajes secretos que ya habían usado en el pasado. Entre tanto, Leyon no cesaba de oír la misma voz clara en su mente que le había advertido contra Beregond, aunque sólo podía percibir cosas sueltas: "sácalos de aquí", "ten cuidado con él", "protégelo".

Como, tras varias charlas con el rey Rûmtor y Férangar, la situación en Nímbalos parecía insostenible -y mucho más con los mediadores en camino-, decidieron partir a por refuerzos a lomo de sus grifos. Y se dirigieron a Doranna, a pedir ayuda a elfos y centauros. Pero el viaje resultaría más duro de lo previsto.

Cuando llegaban al paso de Melkar, pudieron ver cómo un ejército salía de Doranna. Esperanzados aunque cautos, se acercaron lo máximo que pudieron. Cuál no sería su sorpresa al ver que el ejército era de elfos, pero no de Doranna, sino de elfos oscuros. Ezhabel, que se había acercado a explorar, fue alcanzada por una de las flechas disparadas contra ella, aunque aun así pudo huir sin demasiados problemas. Y continuaron viaje hacia el Noroeste.

Los siguientes días no fueron mucho mejores. Lasar, el reino del príncipe Aldarien, había sido arrasada hasta los cimientos. Llegaron a un pueblo que había sido abandonado, con evidentes signos de violencia. Atravesaron un campo de batalla donde al parecer habían luchados elfos -y no oscuros- contra centauros, donde pudieron identificar el estandarte desgarrado de Autharin, nieto de Natarin.

Las noches no fueron mucho mejor que los días a partir de entonces. Ayreon sufria contínuas pesadillas que no le abandonarían en ningún momento. Leyon comenzó a soñar con un ser de luz, y a sentir un extraño bienestar en sus sueños.

El cuarto día tuvieron un desagradable encuentro con tres Señores de los Dragones que procedían del norte. Casi acaban con los PJs, pero gracias al arrojo de Ezhabel y a la melodía de Mandalazâr, esgrimida por Demetrius, pudieron acabar con los señores oscuros y continuar su viaje.

La siguiente noche no fue tan plácida para Leyon. Volvió a soñar con el ser de Luz, pero esta vez se hundía junto con una enorme isla en medio del océano mientras un cetro y una corona se rompían en mil pedazos.

Al día siguiente, pudieron ver a lo lejos cómo un ejército de humanos y trolls se encontraba quemando bosques de forma sistemática, bosques donde hasta entonces había vivido el pueblo hidka. Ezhabel y lord Demmaiah, que se habían acercado para inspeccionar más de cerca al ejército acampado, pudieron ver cómo a lo lejos unos jinetes perseguían a una figura renqueante. Tras darles su merecido a los perseguidores, el hidka resultó ser lord Renarion, al que la semielfa conocía desde el juicio por la muerte de Trelteran, uno de los señores de los hidkas, que había escapado milagrosamente de sus captores.
Ante el asombro de los PJs, el hidka relató cómo habían sido los propios elfos de Doranna los que habían atacado su reino. Era posible que Ar'Kathir -supremo señor de los hidkas- todavía estuviera resistiendo, y si era así deberían ayudarle. Tras ser sanado por Ayreon, el grupo al completo partió hacia Re'Enthilgas, para reunirse con Ar'Kathir.

Por la noche, Demetrius se vio en sus sueños de pie entre centenares de bardos yrkanios muertos, y el sueño de Ezhabel se tiñó de color verdemar -por influencia de Nirintalath- e incómoda, le fue imposible descansar.

Cabalgando a lomos de los grifos llegaron a Re'Enthilgas rapidísimo. Y la ciudad ya estaba siendo evacuada. Los habitantes se encontraban subiendo escalonadamente por los caminos que llevaban a las montañas en cuya falda se asentaba la capital hidka. Sin dilación, los guardias los dejaron pasar tras reconocer a Renarion (incluso por medios mágicos para evitar suplantaciones) y pudieron reunirse con Ar'Kathir y la plana mayor hidka, que se encontraban alrededor de una gran mesa con un mapa de Doranna que mostraba fichas negras y blancas.

Ar'Kathir les dijo dos cosas especialmente interesantes: que lady Angrid -la princesa consorte de lord Natarin que habían visto en la ceremonia de ascensión de nuevos kaloriones en Urangrâd- no estaba muerta, ya que la había visto hacía unos quince días; y que lord Enthalior, rey de los elfos de Doranna, se encontraba defendiendo la ciudad de Harudel, la ciudad natal de Natarin, contra los ejércitos de la Sombra, a los que parecían haberse unido los nietos de éste, junto con lady Angrid.

Al cabo de un rato, apareció un mensajero con un informe urgente. Una nueva ficha (gris) fue colocada sobre el mapa, cerca del extremo occidental de Doranna. Un ejército de elfos había aparecido a través de los pasos enaniles, unos 80.000 efectivos. Sin tardanza, los PJs partieron al encuentro del ejército. Cruzaron la distancia tan sólo en tres días, durante los cuales evitaron un encuentro con jinetes de lammasus y sufrieron terribles pesadillas de nuevo. Ambas noches, Leyon soñó con el hundimiento de Haster y despertó empapado en sudor. Por otra parte, Nirintalath comenzó a irrumpir en los sueños de Ezhabel, rabiosa por querer ir al encuentro de Trelteran, y la semielfa empezó a notar el efecto de la falta de sueño y del contínuo dolor verdemar.

El enigmático contingente se encontraba acampado junto a una pequeña aldea en lo alto de una colina dominando el paisaje. En el centro, un pabellón de campaña se alzaba por sobre todos los demás, luciendo un estandarte con un Dragón Dorado sobre fondo Negro. El escudo, según los conocimientos de heráldica de los PJs, hacía siglos que no se veía sobre la faz de Aredia, ya que pertenecía al príncipe Eraitan, señor de los elfos y héroe de las guerras de la Hechicería luchadas hacía dos mil años. El grupo se acercó abiertamente a los guardias y se presentó. Sin demasiados problemas pudieron acceder al pabellón central, donde los recibió el General. Este resultó no ser otro que ¡el anciano Irainos, líder del Vigía y abuelo de Ezhabel! El elfo la abrazó, alegrándose de volver a verla.
—Lord Irainos, ¿qué hacéis aquí? —inquirió la semielfa, los ojos abiertos como platos del asombro.
Con grave voz y sombrío semblante, el anciano respondió:
—He venido a reclamar lo que es mío.

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