Idara no podía más. Parecía que por fin había dejado atrás las sombras que la seguían. Durante la noche y el día pasados se había arrepentido mil veces de la intrusión que ella y los que hasta entonces creía sus camaradas habían llevado a cabo en la extraña villa en las inmediaciones de Tibur.
El episodio estaba borroso en su mente. Un encargo, transmitido por su jefe y amante, Sitalces. Un breve viaje con tres de sus compañeros incursores y una tétrica villa, desierta y rodeada de árboles muertos que le hicieron sentir escalofríos. El extraño disco guardado en una urna de vidrio que casi la mata. Figuras enfundadas en túnicas y capuchas negras alzando sus puños hacia ella, desatando el infierno. Aún no sabe cómo, consiguió huir, ayudada por una figura luminosa con una lechuza en el hombro y una máscara de oro que no podía ser sino la mismísima Minerva.
Sus compañeros se unieron a ella en la huida, y la sensación de una hoja apuñalando su costado la dejó helada unos instantes. Traición. Dio patadas, puñetazos, invocó a la onírica figura que la había ayudado y consiguió salir de allí en la madrugada, chorreando sangre.
Siguieron horas y horas de ininterrumpida carrera. Estaba segura de que algo la seguía, poco más que sombras, frías y desenfocadas. Varias veces sintió cómo su toque helado parecía desplazar su espíritu de su cuerpo. Tuvo que correr más, salir de los bosques, llegar a la orilla del río. El sol le dio algo de tregua, pero el atardecer llegó pronto, y con él, el desfallecimiento. Era imposible seguir, se notaba débil y agotada. Si pudiera alcanzar esa villa que se alzaba en la ribera del río... quizá...
Capítulo 1
Nota: esta aventura es una adaptación del módulo "El secreto de los Jardines de Mecenas" a las características y el historial del grupo de personajes descrito en su propio hilo de discusión.
La Congregación del Alto Tíber se encontraba reunida en su villa de las afueras de Roma, a orillas del río del mismo nombre. La villa estaba regentada por el rico comerciante de origen griego Mopsos Agathon y servía como tapadera perfecta para los propósitos de la congregación. Al atardecer, después de realizar los rituales pertinentes, los miembros fueron retirándose a sus respectivas residencias. Cuando sólo quedaban en el lugar Tiberio Julio y Casio Ovidio, un esclavo entró apresurado en la estancia. Informó de que una mujer había aparecido en las inmediaciones de la villa, agotada y malherida. Sin pensarlo ni un segundo, haciendo gala de su carácter virtuoso y su condición de médico, Tiberio ordenó que la hicieran pasar. Casio Ovidio expresó su desaprobación y sus dudas sobre la idoneidad de introducir un extraño en la sede de la congregación, pero Tiberio se mantuvo firme en su decisión. La mujer presentaba un aspecto deplorable, con una fea herida de arma blanca en la espalda y varias contusiones fruto de fuertes golpes. Tiberio la atendió haciendo gala de todo su saber médico entre los refunfuños de Casio, con el que nunca se había llevado demasiado bien.
La sorpresa del médico fue mayúscula cuando, entre los pliegues de la ropa de la muchacha, encontró un extraño disco de metal. Parecía de oro, aunque no estaba muy seguro de eso. Pero lo más llamativo, y lo que reforzó su interés en la mujer, era que tenía tallados en su superficie una serie de símbolos que Tiberio conocía bien -aunque no comprendía- del desgraciado episodio con sus primos en las ruinas de Cnossos. Apretó con fuerza la figura humanoide que había convertido en su amuleto. Sin que Casio lo advirtiera, deslizó el disco dorado en su bolsa de instrumental.
El disco de Idara |
Durante la noche, la mujer no cesó de gemir y proferir en sueños susurros ininteligibles. Despertó por la mañana, visible y milagrosamente recuperada. De sus sueños sólo recordaba un mar de sangre, un árbol enorme, unas gemelas (o quizá unas trillizas) y un hombre de rostro duro con una cicatriz surcándole el rostro. Su recuperación impresionó a Tiberio, que juzgó que la muchacha, la cual dijo llamarse Idara Aquileia, estaba de algún modo tocada por los dioses. Idara agradeció la atención que Tiberio le había procurado y a la vez se mostró muy preocupada al no encontrar el disco ("algo importante para ella") entre sus pertenencias. Tiberio le dijo que no sabía nada de eso, pero ella detectó la mentira en sus ojos. Idara prefirió no discutir, al fin y al cabo ese hombre le había salvado la vida, pero en adelante no perdería de vista al galeno.
En Roma, Lucio Mercio fue convocado a presentarse ante Apio Cecilio a primera hora de la mañana. El oficial le habló de unos horribles crímenes que se habían cometido durante la noche anterior en las termas de los Jardines de Mecenas, en el Esquilino, y que el propio Cleandro, el Prefecto del Pretorio, había designado al estirado Pompeyo Apolinaris como oficial al cargo de la investigación. Cecilio encargó a Lucio ir al lugar de los hechos para informarle de la investigación y lo que pudiera descubrir. Cuando Lucio le preguntó por qué había sido él el elegido, Apio le explicó que en la escena del crimen alguien había escrito con sangre varios nombres. Y el único que se podía identificar era el de su amigo y patrocinador, Cayo Cornelio Cato. Lucio quedó consternado. Inmediatamente fue a la domus de su amigo Cayo en el esquilino para informarle de la situación. Antes de que pudiera salir de la Castra Praetoria -el cuartel general de los pretorianos y los frumentarii-, fue abordado por un oficial del cuerpo, Anariaco. Éste y Lucio nunca se habían llevado bien, incluso habían dejado clara su animadversión en el pasado. De forma irónica Anariaco se refirió a Lucio como "el perro guardián de Cecilio", y le aconsejó que tuviera cuidado con las "sombras" de los Jardines y con lo que pudiera encontrar allí. Según le dijo Anariaco, le daba tal consejo porque "le había cogido aprecio" y no le gustaba que fuera "a la boca del lobo en las tinieblas de la ignorancia". Un tipo cuanto menos peculiar, si no totalmente loco.
Por su parte, Cornelio Cato, que había estado pasando unos días en su domus de Roma volvió esa misma mañana a su villa cercana a Praeneste. Nada más llegar lo recibieron los esclavos, muy preocupados porque la domina Julia (Julia Lépida Minor), la madre de Cayo, había desaparecido hacía al menos tres días y no había vuelto. Eso era mucho tiempo para las escapadas que en ella eran habituales. Cayo envió enseguida a su esclavo Pietro a investigar sobre la desaparición. Al poco rato, Lucio Mercio llegó a la villa, informado por los esclavos de Cornelio de que éste había partido a su residencia campestre. Al informarle de la situación, Cayo expresó su extrañeza y su preocupación por si su madre estaba implicada de alguna forma en los hechos. Lucio llegó pocos minutos antes de que aparecieran en la domus dos frumentarios enviados por Pompeyo Apolinaris buscando a Cayo. El oficial al cargo de la investigación lo requería en los Jardines de Mecenas para inerrogarle. Partieron sin tardanza.
Un esclavo de Tiberio llegó a la villa a orillas del Tíber para informarle de que en su domus le esperaban dos pretorianos que querían llevarle a presencia de un oficial frumentario. Por lo que podía haber averiguado el esclavo se habían cometido unos horribles crímenes y Tiberio era requerido en la escena por el propio prefecto del pretorio (al que había tratado alguna vez) por su prestigio como médico y su cercanía a los hechos. Mientras preparaba la partida, Idara expresó su deseo de acompañarle. Intrigado todavía por la muchacha y su milagrosa recuperación, Tiberio se lo permitió. Se dirigieron a Roma junto con dos esclavos y los dos frumentarios que habían requerido la presencia del médico.
Llegando ya al Esquilino, Tiberio y sus acompañantes fueron detenidos en una calle poco transitada por dos pretorianos montados en sendos caballos. Mientras, Lucio y Cayo aparecieron en la misma calle, y se acercaron rápida pero disimuladamente a la escena. Los pretorianos dijeron que venían a por la mujer, a por Idara. Se la acusaba de ciertos asesinatos que habían sucedido esa noche, pero no quisieron dar más detalles. Aquello no sonaba bien, ¿cómo eran capaces de reconocer a la chica? Se les notaba incómodos, y mucho más cuando Lucio y Cayo llegaron a la altura del grupo. Idara dio un respingo al ver a Lucio. Su rostro, surcado por una profunda cicatriz, era el mismo que había visto en su sueño. Cornelio y Tiberio se reconocieron a su vez; el médico había tratado en alguna ocasión al patricio, y en circunstancias, por así decirlo, poco decorosas. Los pretorianos insistieron en llevarse a la mujer, y ante la negativa del grupo comenzaron a increparlos y a lucir formas más bruscas. Para los ojos expertos de Lucio y Cayo se hizo evidente que los jinetes no eran de ningún modo pretorianos, sino unos impostores. Lucio se acercó a ellos y cuando desenvainaron sus armas les atacó. No tuvieron ninguna oportunidad ante el durísimo legionario. La lucha duró apenas unos segundos. Uno de los jinetes murió en el acto, y el otro quedó inconsciente. Se dirigieron con el presunto pretoriano vivo a la domus de Cornelio. Allí le dejaron bien atado y encerrado en la bodega y se dirigieron a los Jardines, donde los esperaban los frumentarios. Tiberio envió un esclavo a su casa para informar a los pretorianos de que ya se dirigía hacia allí.
Los encuentros no acabaron ahí. De camino a los Jardines, el grupo se encontró con Patroclo Marcio, un antiguo compañero de Lucio en el ejército. Se saludaron efusivamente. Al enterarse de que se dirigían a los Jardines, Patroclo se mostró muy interesado, y pidió a Lucio que, si se enterara de algo raro, no dudara en informarle, que recibiría buen pago. Lucio quedó intrigado pero no pudo indagar más. Patroclo se despidió y el grupo ya reunido llegó a los Jardines de Mecenas por fin.
En los Jardines, se presentaron ante Pompeyo Apolinaris. El oficial se alegró de ver a Lucio Mercio y a Tiberio Julio cuando éste se presentó, y le fue presentado el resto del grupo. Cayo fue interrogado brevemente, y a continuación empezaron a investigar por su cuenta. Las termas eran un espectáculo horripilante. La piscina estaba completamente teñida de rojo y las paredes llenas de sangre. Allí descubrieron varias pistas: un pergamino escrito en egipcio que Idara guardó, los cuerpos mordidos, dos puertas secretas (que no abrieron debido a los pretorianos que iban y venían), mandrágora en los cuencos rituales de vino... Dedujeron rápidamente que allí se había organizado una ceremonia y los cuerpos habían sido asesinados y parcialmente devorados. Efectivamente, en una de las paredes había varios nombres emborronados e ilegibles, y sólo uno legible en el estropicio: Cornelio Cato. Numerio Pulcher, el encargado de las termas, fue requerido (e interrogado) por los personajes para vaciar la piscina. Accedió, pero le llevaría un tiempo.
Salieron de las termas a los jardines. En el balcón del palacio imperial se podía ver a Cornificia, la hermana del emperador Comodo, observando el ir y venir de los pretorianos y los esclavos. Tiberio se dirigió hacia el palacio para hablar con ella, utilizando como excusa algo que les había dicho Pompeyo al exponerles la situación: al parecer, Cornificia padecía fuertes jaquecas que no la dejaban descansar bien. Pidió audiencia y le fue concedida. Hablaron un buen rato, durante el que Tiberio pudo apercibirse del temblor de manos y las ojeras disimuladas por maquillaje de la mujer. Era evidente que estaba tomando hierbas tranquilizantes bastante fuertes, quizá mandrágora. Respecto a los asesinatos, no pudo averiguar nada. La conversación fue interrumpida un par de veces por Marco Segiditio, el jefe de seguridad de los Jardines, que intentó reclamar la atención de Cornificia sin éxito. A Tiberio le pareció que estaba intentando interrumpir la conversación a toda costa.
Mientras Tiberio se encontraba en palacio, el resto del grupo se acercó al enorme ciprés del laberinto en los Jardines. Idara sintió un escalofrío al reconocer la figura del gran árbol de su sueño. Era sorprendente, porque a pesar de tratarse de un ciprés, ¡daba manzanas! Un hombre bastante bajo y jorobado se encontraba ciudando el árbol: Culpex, el jefe de jardineros. Intentaron hablar con él, pero se mostró extremadamente hostil, despreciando las muertes de las termas. Lucio Mercio cogió una manzana sin permiso. Culpex perdió los papeles y atacó al legionario con saña. Mientras Culpex atacaba a Lucio, Idara cogió una de las manzanas, intrigada por la reacción del jardinero. Sin demasiados problemas, Lucio dejó inconsciente al pequeño y contrahecho hombrecillo. Varios pretorianos acudieron a la escena, y se llevaron al inconsciente Culpex a la biblioteca, seguidos por el grupo. En la biblioteca, algunos esclavos se encontraban sacando un cadáver de las habitaciones del bibliotecario Albinovano. Les obligaron a parar y dejarlo en el suelo. No era otro que el propio Albinovano, muerto y con varios nombres grabados a cuchillo en el pecho: Canidia, Sagana, Gaia Níger, Telestis, Jezabel. Eso no era todo; también le habían dibujado un extraño símbolo compuesto por seis círculos concéntricos agrupados en parejas cruzados en su centro por una línea vertical. Lucio tenía la sensación de que había visto antes tal símbolo. Efectivamente, más tarde, con más tranquilidad, recordaría que el símbolo lo había visto en un tatuaje de Naneferi, la compañera del árabe que lo esclavizó en el pasado, en un descuido de ésta. Era un dato que valía la pena recordar. Ordenaron que volvieran a dejar el cadáver en la cama, y los esclavos así lo hicieron. En ese momento llegó Cornificia acompañada de Tiberio y de algunos miembros del cuerpo de seguridad. Marco Segiditio le había informado del problema con Culpex y finalmente había llamado su atención. La hermana del emperador, airada, pidió explicaciones. Las artes de Cayo y su lengua de plata entraron en juego. Alabando a Cornificia con gran verborrea le explicó la situación y la tranquilizó. Ella les instó a dejar tranquilo a Culpex y a devolverle la manzana a cambio de olvidarlo todo. Así lo hicieron, Lucio le devolvió la manzana y el jardinero se marchó mirándolos a todos con un odio infinito. Idara conservó su manzana, ya que nadie la había visto cogerla.
Cornificia se marchó, y ellos volvieron a ver el cadáver. Tiberio se quedó helado al descubrir el símbolo de los seis círculos. De nuevo algo lo remitía al pasado, a las ruinas de Cnossos donde murió su primo. En aquellas ruinas aquel símbolo se podía ver fácilmente en varios sitios. Una vez que se sobrepuso, investigó las pupilas del cadáver, en busca del imago mortis. Tuvo suerte: las pupilas de Albinovano retenían la imagen del asesino todavía. Todos ellos las observaron, y a Lucio le pareció reconocer el rostro. Aunque no estaba del todo seguro (la imagen era muy pequeña), estaba convencido de que la cara pertenecía a Anariaco, su colega frumentario. En la habitación descubrieron también dos baúles forzados y vacíos.
Tiberio les contó cómo le había ido con Cornificia, su éxito en el acercamiento y la drogadicción de la mujer. También les dijo que mientras se había dirigido con ella hacia la biblioteca había mencionado que su padre y él habían tratado a Septimio Severo, el por aquel entonces gobernador de Siria, de unas fuertes fiebres. Entonces, Cornificia se había mostrado muy interesada en Severo y le había hecho muchas preguntas a Lucio, algunas referidas a Septimio Severo pero aún más respecto a su mujer, Julia Domna. Tiberio no sabía por qué, pero Cornificia se sentía fascinada por esa mujer. Gracias a esa conversación Tiberio había ganado muchos puntos con la hermana del emperador, lo que podría resultar muy útil en el futuro.
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